
Transeúntes en la noche, en la Tahlia Street de Riad / Johannes Sadek / DPA
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Considerado como uno de los países más conservadores del mundo por -aún- ser un reino absolutista, introdujo algunos cambios en su cultura. ¿Qué subyace a su estructura social rígida?
Transeúntes en la noche, en la Tahlia Street de Riad / Johannes Sadek / DPA
Hasta el día de hoy, Arabia Saudí es considerado uno de los países más conservadores del mundo: un reino de estructura absolutista donde la policía religiosa vela por las buenas costumbres y donde, según la jurisprudencia islámica, son posibles los castigos más duros.
En marzo de este año, 81 personas fueron ejecutadas en un solo día. En las cárceles, según denuncian los activistas de derechos humanos, se tortura a quienes no se atienen a las reglas. Quienes introducen alcohol, drogas o material pornográfico en el país pueden llegar a pasar años entre rejas. Las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo pueden ser castigadas con prisión, azotes y, en teoría, hasta con la muerte.
Sin embargo, bajo este oscuro velo de la prohibición se perciben cambios. Un gran número de personas en el país quiere vivir su sexualidad libremente y organiza encuentros secretos. Al mismo tiempo, la noticia de fiestas desenfrenadas hace tiempo que llegó desde otros países, a través de Internet o de ricos saudíes que regresaban de sus estancias en Europa o Estados Unidos.
Las residencias de diplomáticos occidentales y algunos jeques también son consideradas desde hace tiempo un posible punto de encuentro para recepciones y fiestas donde no falta el alcohol. Sin embargo, ahora los jóvenes saudíes también quieren unirse a las celebraciones. Dos tercios de la población son menores de 35 años.
“A mucha gente de aquí le gustan la música electrónica y sus eventos”, afirma Rami, un joven artista de Riad, la capital de Arabia Saudí. “Arabia Saudí es grande e Internet está en todas partes”, señala, y añade que en las fiestas secretas la gente se divierte como en cualquier otra parte del mundo y también consume drogas.
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Sustancias como el hachís o la cocaína son caras, pero se pueden conseguir, afirman los conocedores. Las aduanas siguen confiscando drogas y bebidas ilegales. “¿Cómo vas a dictar normas a esta generación?”, pregunta Rami. “Es imposible”, asevera.
Desde que hace unos años se anuló la prohibición de celebrar conciertos y se levantó la estricta separación de hombres y mujeres, en el reino tienen lugar eventos musicales con grandes espectáculos de luces y pirotecnia. Un festival llamado “Soundstorm”, celebrado en el desierto saudí, atrajo el año pasado a más de 700 000 personas que bailaron al ritmo de la música de Justin Bieber o del célebre DJ francés David Guetta.
Pese al patrullaje de la policía religiosa, se hicieron populares las aplicaciones de citas
El Gobierno del príncipe heredero Mohammed bin Salman, que representa el poder detrás del trono, financia y apoya estos rimbombantes eventos sin alcohol bajo los auspicios de la “Autoridad General de Entretenimiento”. La última edición del festival “Soundstorm” batió dos récords Guinness: el del escenario más alto (41 metros) y el del espectáculo con más luces LED (60 millones). Lo que no se permitía durante décadas se está compensando, al parecer, con superlativos.
Sin embargo, estos libertinos eventos organizados por las más altas autoridades dejan un sabor amargo. Los críticos consideran que los espectáculos son intentos de limpiar la imagen del país a costa del arte, la música y la cultura juvenil de moda con dinero del Estado. Según la revista musical “Billboard”, los músicos cobraron en algunos casos seis veces más que su tarifa habitual para entusiasmar a las masas que acudieron al “Soundstorm”. Con enormes sumas se promueven asimismo importantes eventos deportivos de Fórmula 1, boxeo y carreras de caballos.
Paralelamente, ha surgido en la clandestinidad una sociedad secreta del ocio. Los organizadores de estas series de fiestas ilegales se autodenominan crípticamente “empresas de entretenimiento” o “experiencias sensoriales”. Solo se permite la entrada a aquellos que han sido personalmente invitados, o en casos excepcionales, a los que responden a un cuestionario detallado sobre su propio pasado y su círculo de amistades.
Aquellos que quieren llevar una vida sexual libre a puertas cerradas se encuentran en Internet. Los homosexuales y otros miembros de la comunidad LGBTI se relacionan en grupos privados en Instagram o Snapchat. En ningún otro país del mundo se utiliza tanto el servicio Snapchat, en el que los mensajes se borran tras pocos segundos.
Pese al riesgo de despertar la sospecha de la policía religiosa, también se han comenzado a popularizar las aplicaciones de citas. Un usuario, que dice ser homosexual, escribe que ya ha descargado una de las aplicaciones varias veces, pero que siempre la ha vuelto a borrar. “Porque tengo miedo”, señala, y añade que muchos de los usuarios son “estafadores”, y que otros se prostituyen porque necesitan dinero.
Bajo el oscuro velo de la prohibición se perciben algunas variantes en el orden nacional
En un café, una de las innumerables “com-areas” del país, donde hombres y mujeres pueden pasar tiempo juntos y que se considera además un lugar de encuentro semisecreto de la comunidad homosexual, el liberal y licencioso ambiente permite olvidar por un momento que un beso público puede significar al menos una multa, y que unos cuantos tuits críticos hacia el Gobierno pueden suponer años de cárcel.
El ejemplo más reciente: Salma al-Shihab. Hace apenas unas semanas, esta joven fue condenada a 34 años de prisión por seguir a activistas en Twitter y compartir con sus escasos 2.500 seguidores frases como: “Rechazo la injusticia y apoyo a los oprimidos”. Según la fiscalía saudí, esto hizo tambalear la “seguridad social y del Estado”. Es la condena más dura jamás impuesta a un activista en el país.
Salmán bin Abdulaziz, el anciano monarca de Arabia Saudí, obtiene gran parte de su legitimidad por ser el “guardián de los dos lugares santos”, es decir, La Meca y Medina, sagrados para los musulmanes. El islamismo sunita, vivido en la lectura puritana y estrictamente conservadora del wahabismo, es la religión del Estado. La homosexualidad está “naturalmente” prohibida en el islam, señala un devoto padre de cuatro hijos, y enfatiza que cualquiera que tenga relaciones sexuales con alguien del mismo sexo es considerado “loco” y “enfermo”.
“Nuestra religión gobierna el país”, asevera Rami, y puntualiza que muchos hombres llevan ahora una “vida dura” porque han decidido cruzar los límites prohibidos. El joven también se describe como creyente, y añade que un hombre es juzgado por su “corazón interior”. “Cómo trato a mi madre, a mi padre, a los pobres. Esas son las pocas cosas que realmente cuentan”, precisa el artista.
Quizá el indicio más claro del cambio sean los policías religiosos con barba que poco a poco van desapareciendo de los espacios públicos. El “Comité para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio”, como se llama oficialmente, ha perdido la mayor parte de sus poderes.
La “Mutawa” ya no puede detener, perseguir u obligar a nadie a acudir a la mezquita. Hoy, cuando la llamada a la oración suena por los altavoces, los clientes siguen curioseando en los centros comerciales, algo impensable incluso hace diez años, cuando los supervisores de la moral aún patrullaban con porras.
A pesar de las normas más laxas, quieren evitar la propagación del alcohol
A pesar de las normas más laxas, los dirigentes del país parecen querer evitar por el momento la propagación del alcohol, probablemente la droga más popular del mundo. Así y todo, esta mercancía prohibida se puede adquirir sin grandes esfuerzos, siempre y cuando se esté dispuesto a pagar un ojo de la cara.
Internet también ha abierto un poco más las puertas al alcohol. En foros y en YouTube, los expatriados intercambian recetas para hacer aguardiente o incluso vino en casa con zumo de uva, azúcar, levadura y un poco de paciencia. En tiempos más analógicos, circulaba “The Blue Flame”, un folleto sobre la destilación de alcohol.
Una saudí rica del noroeste de Riad tiene una estrategia propia. Antes de salir rumbo a una exposición de arte llena una botellita con vino tinto. Cuando sube a su todoterreno de color dorado conducido por un chófer particular, la ciudad brilla como un horno y la elegante dama ya está achispada por el alcohol.
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