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Los maniquíes con la cara tapada en la Vidriera de una boutique de Kabul / web
Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda
Las cantautoras andan husmeando sus recuerdos buscando alguna traición amorosa que les dé letra para poder facturar rencor y escarmiento. En estos días, donde lo justiciero choca seguido contra la vengativo, más de una cantante debe lamentar no haber sufrido algún abandono inspirador. Aunque la gente bien pensante sepa poner a los entredichos del corazón a la altura de un puro desahogo, lo cierto es que el éxito fulminante de Shakira, exponiendo con letra y música su despecho, le ha dado cuantioso beneficio a la venganza. Las doloridas de hoy presentan unas dulces y persistentes barricadas femeninas. Y sobre el nuevo repertorio proyectan su sombra alargada el desquite, el resentimiento y la furia. El cancionero siempre se ha hecho eco de los vaivenes de las parejas. En manos de las famosas, todo rencor degenera en espectáculo. El tango, que en su versión más melodramática trabajó siempre en zona de despecho, nostalgia y pena, al final tuvo que asumir con dolor que la decepción es parte insustituible del amor y que en ese inmanejable entrevero se pueden equivocar tanto los que idealizan como los que engañan.
Esta renovada competencia por saber quién se desahoga mejor, le da letra a esos estribillos femeninos que ajustan cuentas con el malvado de turno y de paso calculan cuánto podrá recaudar cada lágrima. El exagerado y anacrónico registro del bolero (“Te vas porque yo quiero que te vayas…”) revela, en general, la tupida trama varonil de aquellos años. Frente a ese inolvidable del romanticismo florido, las confesiones de las nuevas denunciadoras, aportan el fraseo de una clase de heroína sufrida y peleadora, que expone los peores contornos del otro y busca revancha, rating y olvido. No hay que acusarlas por tratar exorcizar tanto dolor: frente al abandono, ellas prefieren cantar, mientras ellos -a veces- matan.
Es todo un ejercicio escuchar estos recordatorios íntimos y furiosos. Los hay con más y menos talento, pero todas reflejan una misma actitud: nada de andar lloriqueando en los rincones y litigando por los oscuros negocios del corazón, los bienes y la carne. El desamor se cura al entonar en las pasarelas esa larga historia, a veces generosa y a veces canalla, de hombres que actualizan su modelo de pareja como si fueran autos. No piden clemencia, pero sufren al ser dejadas. La condición de empezar a ser la ex por la llegada de una titular más joven, las ponen ante el más implacable de los jueces: el espejo, el paso del tiempo, la autoestima sin maquillaje, las ilusiones medio quebradizas, el sostenimiento de eso que queda y que alguna vez fue familia. Por eso -como decía el español Umbral- “¡qué horterada esto del divorcio! Cuánto más digno, discreto y señorial era el adulterio franquista”.
La nueva era de rebeldía despechada, confirma que es mejor ser abandonada que ser cambiada por otra. Para evitar estos revolcones que depara la vida amorosa, algunas culturas temibles se han encargado de encontrar falsos remedios. La desavenencia, el deseo, las tentaciones, el abuso, todo es problemático en aquellos confines. Corea del Sur, por ejemplo autorizó la venta de muñecas sexuales de tamaño natural. Son modelos serviciales y atractivas, capaces de sustituir sin chistar a las novias. Pero como las novias nunca son para siempre, decidieron darle visto bueno a estos chiches duraderos para celosos y posesivos. Consideran que “se usan en los espacios privados de las personas y que no socavan la dignidad humana”. Por su parte los talibanes, directamente se han encargado de ocultar a sus mujeres y obligar a las parejas a tener que mirar sólo lo que tiene en casa. El Ministerio de Propagación de la Virtud y Prevención de Afganistán acaba de minimizar aún más la presencia femenina en las calles del país. Ahora el gobierno ha obligado a degollar a los maniquíes femeninos que lucen en las vidrieras de Kabul o por lo menos a tapar sus caras con tela o papel. Y nada de lencería. La idea es que los hombres no puedan curiosear mujeres, ni siquiera las de utilería. El régimen talibán asegura que así defiende los derechos de las mujeres “definidos por el islam”. Es decir, que prohíben todo lo que no se permita de forma explícita.
Unos y otros cosifican la mujer y ponen al deseo a la altura de una juguetería: para unos, maniquíes puritanos; para otros, muñecas desatadas.
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