Todos a la mesa: la importancia de comer en familia

Compartir alguna de las comidas del día con quienes vivimos es fundamental para mejorar los vínculos y el desarrollo de los más chicos, entre otros beneficios. El rol del “apuro” y las pantallas

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Toda la familia se sienta alrededor de la mesa y empieza a relatar sus experiencias del día... una imagen que se corresponde más con las películas que con la realidad actual.

Porque lo que suele suceder, al menos con niños y niñas mayores, es que se lleven su plato al escritorio para comer mientras hacen sus deberes escolares, o que los adolescentes ni siquiera se asomen para compartir la mesa.

Sin embargo, la comida conjunta es un ritual positivo, afirma la psicóloga y autora Elisabeth Raffauf, que da consejos sobre la manera en que esto puede lograrse.

¿Cuál es verdaderamente la importancia de esas comidas en conjunto? Para la especialista, “los miembros de la familia se reúnen y se miran a los ojos a la hora de sentarse a la mesa. En el mejor de los casos, hay calma y cada uno se entera de algo que le pasa al otro. Se trata de algo más que una comida. Se relaciona con el disfrute y el cariño”.

“No por nada se dice que el amor pasa por el estómago. También se trata de ser atendido y de pasar un tiempo compartido de manera distendida o incluso a veces no relajada. Se trata de ser visto. Todo eso sucede durante una comida compartida”, agrega Raffauf.

Gracias a las agendas cargadas de actividades, compartir una de las cuatro comidas en familia al menos, es un hábito que se ha ido perdiendo. “Es lo que reportan muchas familias por diferentes motivos. Cada uno hace algo para sí. Uno está con su teléfono, o lo coloca junto al plato. Con los horarios flexibles de trabajo, uno también está disponible en casa a toda hora. A veces hay que comer rápido, porque hay una cita, o los chicos se retiran con la comida a sus habitaciones”, detalla la psicóloga.

Por eso resulta muy importante preguntarse: ¿a qué se debe esto, en realidad?, ¿qué nos impide reunirnos una vez al día y disfrutar? Junto a las razones citadas, también puede haber otros motivos completamente distintos.

 

Cuando no funciona implementar la comida diaria en común, hay que ver qué puede hacerse

 

“Cuando uno pregunta específicamente al respecto, surgen a veces cosas muy interesantes. Los niños dicen por ejemplo: `Cuando comemos juntos, siempre hay quejas: que si la comida está lo suficientemente caliente o que por qué alguien no está comiendo esto o aquello... ¡es molesto!´. O también comentan: `¡Comer aquí en casa es como un interrogatorio! Te preguntan cómo te fue en el colegio o si ya te devolvieron el trabajo de matemáticas... no se puede comer tranquilo´”, ejemplifica la experta.

Antes los desaires de los hijos, los padres que prepararon la comida pueden sentirse frustrados porque hicieron un esfuerzo y nadie acude cuando llaman a comer. Y entonces pasan resignadamente a no cocinar nada.

¿Sigue valiendo la pena aspirar a compartir una comida diaria? Raffauf dice que “Absolutamente. Las familias deberían reunirse como mínimo una vez al día y de manera distendida. Para tener algo en común y contar con un espacio para el intercambio. Esto es un momento de pausa para todos, incluso para aquellos que inicialmente protestan”.

 

“Se trata de algo más que una comida. Se relaciona con el disfrute y el cariño”

 

La comunicación es fundamental, para la especialista. “Los padres pueden dejarle en claro a los hijos que les parece importante que tengan un momento en común y que no se alimente cada uno por separado en su cuarto”.

“Entonces, cuando los niños protestan, se les puede preguntar: ¿por qué? Y, luego debería abordarse: ¿qué es lo que necesita cada uno para que puedan comer juntos?, ¿qué puede aportar cada uno para que esto ocurra y funcione bien?”, enfatiza Raffauf.

La cuestión de cuántas veces a la semana hay que hacer esto, la psicóloga tiene su opinión: “eso naturalmente depende de cómo se lo quiera organizar. Pienso que una vez al día está muy bien y que uno debería intentar conseguirlo”.

Pero no solamente conseguirlo alcanza, sino también dejar absolutamente en claro porqué es tan importante. “Y, cuando parece que esto no va a funcionar, entonces en primer lugar hay que analizar porqué esto es así y si se pueden fijar otras prioridades”, dice la experta.

Los padres también tienen que preguntarse con sinceridad: ¿acaso comer juntos es una molestia para mí porque siempre es muy difícil o porque todo el mundo se queja?

Esto nos lleva de nuevo a las razones. “La pregunta también es: si no comemos juntos, ¿cómo funciona? ¿Ya nadie cocina, y cada uno se hace su propia comida y come por su cuenta? ¿Y qué opina cada uno de los miembros de la familia sobre esto? ¿Cómo se siente con ello?”, indica Raffauf.

Pero, cuando ya no funciona implementar la comida diaria en común, entonces hay que ver qué puede hacerse. Tal vez esta pueda tener lugar solo algunas noches y se comparten tiempos en familia en otros momentos. Esto también puede ser pensado en conjunto.

¿Qué pueden hacer los padres cuando los adolescentes desganados no tienen ganas de una comida conjunta? Para la psicóloga, se debe “dejar en claro: comemos juntos, eso está establecido. Pregunte lo que exactamente les molesta. Y dialoguen acerca de qué puede modificarse”.

La experta explica que “como padre o madre, es importante que sepa que ya el hecho de que a usted le interese compartir la comida conlleva un mensaje positivo para sus hijos. Con ello usted está demostrando: para nosotros es importante que nos reunamos y tú nos importas”.

Incluso cuando los jóvenes se quejen, este mensaje termina llegando. Y saber esto puede fortalecer a los padres.

La vorágine laboral lleva a que algunas personas lleven su comida al solitario escritorio

 

 

Comer en familia

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