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Séptimo Día |ESCRITORES ARGENTINOS QUE ANTICIPARON EL FUTURO

Discépolo y María Elena, los dos poetas-profetas

La capacidad de vaticinar, contenida en “Cambalache” y en “El Reino del Revés”. Un don inexplicable y mágico de dos de los creadores más populares de la Argentina. Testimonios de especialistas

Discépolo y María Elena, los dos poetas-profetas

María Elena Walsh / Web

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

30 de Abril de 2023 | 04:07
Edición impresa

Desde Homero el poeta es considerado un sabio, que no sólo posee habilidad técnica en el lenguaje sino que sabe rescatar de la realidad signos o conceptos que pocos ven, pero que ellos perciben con claridad y que adelantan lo que ocurrirá en el futuro. Se trata de un don inexplicable y a la vez, mágico, que se le concede a los creadores y que a muchos de sus poseedores les costó sufrimientos, depresiones íntimas y persecuciones de los tiranos.

Hay otro documento notable de la hermandad entre poesía y profecía. Está en la Biblia y se encuentra en los cinco libros del Antiguo Testamento, considerados también como obras poéticas: ellos son los Salmos, Job, Proverbios, Eclesiastés y el maravilloso Cantar de los Cantares. Allí están incluidos los tópicos de siempre y previstos los de hoy, los sufrimientos mentales, la soledad, la ira, la pena y el estrés contemporáneo, tal como lo consigna el investigador James L.R. Catron en su obra “Antiguo Testamento-Poesía y Profecía”.

Catron agrega que “en todas las épocas de la literatura griega se esperó del poeta la instrucción ética, y el estudio de Homero y Hesíodo y la asistencia a los concursos de poesía y al teatro eran parte esencial de la formación de los ciudadanos. Los poetas eran, pues, los verdaderos maestros de Grecia”.

El recelo de los príncipes, de los políticos hacia esos poetas se tradujo siempre en censuras de sus obras esclarecedoras, cuando no en destierros, calabozos y muertes. Pero quién recuerda hoy a esos poderosos, frente a la celebridad intemporal de sus perseguidos.

En la Argentina se presentan casos sobresalientes de escritores con capacidad de vaticinio, como Alberdi, José Hernández, Sarmiento, Lugones, Borges, Arlt, Sábato o Cortázar, que previeron –sea con novelas, ensayos, artículos periodísticos o poemas- mucho de lo que después ocurrió y sigue sucediendo hoy mismo, no sólo en nuestro país sino en el destino de la humanidad actual.

Sin embargo, a la hora de elegir arquetipos recientes de “poetas-profetas” en nuestro país los ojos de muchos críticos coinciden en nombrar a dos autores populares, como lo son Enrique Santos Discépolo (1901-1951) y María Elena Walsh (1930-2011), sobre todo a partir de dos de sus poemas que se parecen entre sí –“Cambalache” y “El reino del revés”, respectivamente- que retratan la más vigente esencia de la Argentina. En esas letras intencionadas siguen dibujándose los rasgos más fidedignos de nuestra cultura.

Enrique Santos Discépolo por Annemarie Heinrich

DISCEPOLÍN

Veinte años después de que muriera Discépolo, su amada Tania con una voz ya averiada por vivencias y penas grabó el tango “Discepolín”, escrito por uno de los mayores poetas de la Argentina, Homero Manzi: “Sobre el mármol helado,/ migas de medialuna/ y una mujer absurda que come en un rincón .../ Tu musa está sangrando y ella se desayuna .../ el alba no perdona ni tiene corazón./ Al fin, ¿quién es culpable de la vida grotesca/ y del alma manchada con sangre de carmín?/ Mejor es que salgamos antes de que amanezca,/ antes de que lloremos, ¡viejo Discepolín!...”

Discépolo definió a los argentinos. El homenaje de Manzi llega al final y define al poeta. La voz de Tania está rota de dolor y ya desafina: “La gente se te arrima con su montón de penas/ y tú las acaricias casi con un temblor.../ Te duele como propia la cicatriz ajena:/ aquél no tuvo suerte y ésta no tuvo amor./ La pista se ha poblado al ruido de la orquesta/ se abrazan bajo el foco muñecos de aserrín.../ ¿No ves que están bailando?/ ¿No ves que están de fiesta?/ Vamos, que todo duele, viejo Discepolín...”

Parecía oportuno citar esta semblanza, para presentar la letra y el espíritu de “Cambalache”, convertido desde 1934 -año en que lo escribió Discépolo, en una suerte de segundo himno profundo de la Argentina, aún cuando lo que dice rige más allá de todas las fronteras.

“Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé/ En el 510 y en el 2000 también/ Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafa’os/ Contentos y amarga’os, valores y doblés/ Pero que el siglo 20 es un despliegue/ De maldad insolente, ya no hay quien lo niegue/Vivimos revolca’os en un merengue/ Y, en el mismo lodo, todos manosea’os”.

 

En la Argentina hay casos sobresalientes de escritores con capacidad de vaticinio

 

Es curioso, pero algunos críticos pretenden minimizar el mensaje de Discépolo diciendo que fue un alegato contra la “década infame” de los conservadores. Sin embargo, la letra apunta mucho más alto y el poeta se llena de decepción no con un partido político o un régimen determinado, sino con la condición humana a la que pone en el polígono para dispararle.

Ver lo que dice sobre la corrupción moral, sobre el mérito descartado deja pocas dudas sobre el blanco elegido: “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor/ Ignorante, sabio o chorro, pretencioso, estafador/ Todo es igual, nada es mejor/ Lo mismo un burro que un gran profesor/.

¿Qué dice de la educación, de la moral pública, de las escalas virtuosas que debiera exigir la vida? / No hay aplaza’os, ¿qué va a haber? Ni escalafón/ Los inmorales nos han iguala’o/ Si uno vive en la impostura y otro afana en su ambición/ Da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos/ Caradura o polizón/ ¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón!/

¿Qué es lo que será de los tiempos que vienen?: “Siglo veinte, cambalache problemático y febril/ El que no llora no mama y el que no afana es un gil/ Dale nomás, dale que va/ Que allá en el horno se vamo’ a encontrar/ No pienses más, sentate a un la’o/ Que a nadie importa si naciste honra’o/.

¿Qué opina del trabajo como cultura, como fórmula para volvernos dignos? “Si es lo mismo el que labura/ Noche y día como un buey/ Que el que vive de los otros/ Que el que mata, que el que cura/ O está fuera de la ley/”

 

Asuntos que parecían canciones infantiles fueron coreados por nietos, padres y abuelos

 

Claro que fue censurada esta letra. Por los conservadores y después el peronismo, pero también por otros gobiernos americanos de corte totalitario. Algunos quisieron cambiar a ese poema, modificarlo. Cambiaron palabras en algunos versos. Sin embargo, la cuna de Cambalache fue algo más grande que la presencia de un gobierno cuestionable: fue el mundo que vio venir, fueron su cultura y el tiempo histórico del 30 que se venían abajo, con la crisis monetaria del 29, el surgimiento del fascismo y el nazismo, la España que empezaba a desangrarse, las leyes racistas de Alemania. La letra de Discépolo bucea en ese universo que se hunde. No sólo lo anticipa sino que advierte que el declive alcanzará a todos, que está quebrado el corazón de la humanidad.

Términos parecidos a los de Cambalache campean en otras letras de Discépolo, como en “Al mundo le falta un tornillo”, “Uno”, “Yira yira” y otros.

MARÍA ELENA

Discépolo apretó esa tuerca, pero María Elena Walsh, tres décadas después, le dio una vuelta más y lo hizo a desde su cancionero en principio destinado a los más chicos, pero dotado de una significación metafórica que atrapó a todas las edades. Asuntos que parecían canciones infantiles fueron coreados a la par por nietos, padres y abuelos. Es que ella fue la segunda profeta popular, después de Discépolo. Tomó esa antorcha y reavivó el fuego.

Discépolo y Tania / Web

En “El Reino del Revés” también ella nos retrató y no sólo a los argentinos, sino a una época harta de prejuicios, de fórmulas convencionales, un tiempo que en cambio pedía verdades. Y ella dijo: “Me dijeron que en el Reino del Revés/ Nada el pájaro y vuela el pez/ Que los gatos no hacen miau y dicen yes/ Porque estudian mucho inglés/ Vamos a ver cómo es/ El Reino del Revés/ Vamos a ver cómo es/ El Reino del Revés/ Me dijeron que en el Reino del Revés/ Nadie baila con los pies/ Que un ladrón es vigilante y otro es juez/ Y que dos y dos son tres”.

Como dice la investigadora Gloria Fuertes, “El Reino del Revés no es más que una metáfora de la visión del mundo real, tras caer la cortina que lo tapaba de nuestras miradas. La realidad que antes veíamos no era más que pura ficción”.

Nos lo dijo a principios de la década del 60, antes de que hubiera iniciado su vigencia el reino del revés en el que ahora, todavía, andamos a los tropezones. María Elena fue una profeta temprana: a los 15 años de edad publicó su primer poema en la revista El Hogar. A los 17, su primer libro –“Otoño”- que llamó la atención de las letras hispanoamericanas y recibió felicitaciones de Borges, Silvina Ocampo, Pablo Neruda y del entonces más consagrado Juan Ramón Jiménez. Esa frescura inicial siguió en toda la obra de Walsh, hasta su muerte.

“La familia Polillal”, “Milonga del hornero”, “La vaca estudiosa”, “La Pájara Pinta”, “Canción del estornudo”, “La mona Jacinta”, “Canción del jardinero”, “Canción de la vacuna”, “Canción de Titina”, “Canción para vestirse” y “Canción del pescador”, acompañaron con lucimiento a “El reino del Revés”.

La autora de poemas “infantiles” se hartó de ser censurada por el gobierno militar de los 70 y emigró. En 1973 compuso ese himno profético de la democracia, que le cantaron primero Mercedes Sosa y luego Jairo: “Tantas veces me mataron/ Tantas veces me morí/ Sin embargo, estoy aquí/ Resucitando// Gracias doy a la desgracia/ Y a la mano con puñal/ Porque me mató tan mal/ Y seguí cantando// Cantando al sol como la cigarra/Después de un año bajo la tierra/ Igual que sobreviviente/Que vuelve de la guerra/.

María Elena Walsh

 

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