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Séptimo Día |NADIE FUE TAN ADMIRADO Y, A LA VEZ, TAN CUESTIONADO

Sigmund Freud: el primero que exploró el subconsciente humano

Se cumplen mañana 100 años de la edición “El yo y el ello”, uno de los libros capitales de su obra. Se lo consideró como padre del psicoanálisis. Fue una de las mentes más brillantes del siglo XX

Sigmund Freud: el primero que exploró el subconsciente humano

Sigmund Freud es considerado el padre del psicoanálisis y una de las mayores figuras intelectuales del siglo XX / Fszalai, en Pixabay

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

23 de Abril de 2023 | 05:15
Edición impresa

Pocos científicos y filósofos tuvieron tantos seguidores y, a la vez, tantos detractores como Sigmund Freud (1856-1939), austríaco, médico neurólogo, considerado padre del psicoanálisis y una de las mentes más brillantes del siglo XX. El resultado de ese contraste fue, sigue siendo, la porfiada posteridad de Freud.

Más allá de las prevenciones y críticas que originaron sus doctrinas, fue un hombre que alcanzó y mantiene renombre no sólo en el campo científico sino, también, en el de la cultura popular. Cómo no mencionar aquí al “complejo de Edipo”, una de sus ideas que se plasmaron en el pensamiento cotidiano de la humanidad.

Las sesiones con el analista fueron otros de sus aportes. Freud impuso la denominada “cura del habla”, que pudo mitigar y hacer desaparecer síntomas de histeria y neurosis a través del diálogo entre el enfermo y el psiquíatra.

El nombre de Freud volverá a resonar ahora. Mañana se cumplen cien años de la primera publicación de uno de sus libros más recordados- “El yo y el ello”-, en el que desplegó su revolucionaria teoría sobre el funcionamiento de la mente, cuando definió las relaciones internas entre tres entidades diferenciadas de las personas: el Ello, el Yo y el Superyó. Se considera a este trabajo como la viga maestra de su obra psicoanalítica.

Graduado en la Universidad de Viena, enfocó su investigación primero al campo de la neurología y luego hacia el origen psicológico de las afecciones mentales. Estudió hipnosis con el neurólogo francés Jean-Martín Cjharcot y todo lo fue llevando hacia el culto del psicoanálisis, ubicándose entre la realidad médico y la filosófica.

Se volvió famoso y, a la vez, controvertido por la sociedad puritana de Viena y luego del mundo , cuando postuló la existencia de una sexualidad infantil polimorfa y perversa. Se casó, tuvo seis hijos y su vida se llenó de algunas leyendas negras, de relaciones supuestamente horribles con sus hijos y una cuñada, desmentidas por sus biógrafos. Y a la vez, obtuvo galardones científicos de relieve.

UN MUNDO FREUDIANO

Todo lo que nació y tuvo éxito en los albores del siglo XX –el arte abstracto, la literatura, el cine- rindieron culto al pensamiento y a las interpretaciones freudianas. En esas tres ramas artísticas viajaron las vanguardias con sus deseos reprimidos, se presentó un nuevo yo abatido por la modernidad y lanzó su primer vagido la fuerza de lo psicológico. En la visión de Freud el arte es la expresión sublimada de deseos reprimidos.

La popularidad de Freud tuvo instancias inesperadas: en 1924 el editor del diario Chicago Tribune le ofreció 25 mil dólares para que analizara durante el proceso a un acusado de un homicidio. Un año después le rechazó 100 mil dólares a Samuel Goldwin, el productor cinematográfico que le pidió que colaborara en una historia cinematográfica de amor entre Cleopatra y Marco Antonio.

Su figura fue atractiva para grandes personajes. Stefan Zweig y Edward James –este último un millonario británico y poeta ligado al surrealismo- lo visitaron en Londres en 1938, acompañados por Salvador Dalí que hizo un bosquejo de su rostro para un cuadro.

La “llave de la mente”, una búsqueda infinita / cdd20, en Pixabay

Las ideas de Freud inspiraron a André Breton, Luis Buñuel y al director de cine Alfred Hitchcock, entre otros. Y hace poco se editó “Freud”, la serie de televisión alemana de Netflix en ocho capítulos que presentan una biografía ficticia de la juventud del padre del psicoanálisis. El argumento es casi trivial, ya que se lo hace formar parte de un dúo con un detective, para esclarecer homicidios.

Cada vez que miramos la cara visible de la Luna, allí se encuentra –dentro de la meseta del llamado Oceanus Procellarum- un cráter al que se le dio el nombre de “Freud”. Y quien vaya alguna vez al Café Central de Viena, allí será informado con devoción que a esas mesas concurrió Freud muchas veces como parroquiano.

Grandes intelectuales europeos lo respetaron hasta la veneración. Thomas Mann, el autor de “La montaña mágica” escribió sobre Freud y, en especial sobre su libro “El yo y el ello” estas palabras: “El territorio del “ello”, es la parte oscura, inaccesible, de nuestra personalidad; lo poco que de él sabemos lo hemos logrado adquirir por el estudio de la elaboración onírica y de la formación de síntomas neuróticos”.

 

Se le cuestionó a Freud que basara sus teorías en observaciones propias

 

Acaso, uno de los mayores logros que se le adjudican a Freud consista en que abatió por completo la idea –muy arraigada a finales del siglo XIX- de que la razón alcanzaba para entender el mundo. Eso ocurrió hasta que Freud descubrió el subconsciente y se topó con el “ello” que es “el reservorio de lo primitivo”, la fuente de las pasiones irracionales, de los traumas y miedos, de la sexualidad primigenia. Y el mundo cambió para siempre.

Pero tuvo, como se dijo, porfiados disidentes. Algunos textos incluidos en “La interpretación de los sueños” (1899) escandalizaron a no pocos lectores y fueron aquellos en los que Freud habló sobre sexo. El germen de muchas enfermedades mentales, sostuvo, se encuentra en la líbido innata enfrentada, ya en la adolescencia, a las convenciones sociales. El complejo de Edipo anidado en el inconsciente.

Alcanzó a sustentar que se es mujer cuando se despierta en la niña “la envidia del pene”, sin analizar a fondo la ética de las niñas. Las críticas fueron ácidas. Uno de los biógrafos de Freud –Xavier Vilaltella Ortiz- afirma que “Freud sostenía que –de forma innata– los recién nacidos ya tienen la necesidad de satisfacerse sexualmente, aunque el objeto de deseo no sea siempre el mismo. La definió como una sexualidad “polimórficamente perversa”, es decir, que encuentra placer en una variedad de objetos.

En el diván de Freud “se bosquejó la analogía freudiana con el relato de Edipo, un clásico de la mitología griega que el austríaco hizo famoso. Edipo le sirvió para describir la tercera fase del desarrollo psicosexual”, el período de lactancia, “cuando los niños perciben por primera vez la naturaleza de sus órganos sexuales y la diferencia entre el hombre y la mujer”.

Como se dijo, no faltaron objetores que criticaron sus postulados. Así se le cuestionó a Freud que basara sus teorías en observaciones propias, que él daba por ciertas sin basarlas en experimentaciones. Muchos expertos aseguraron que su trabajo no se guiaba por el método científico y que su aporte real a la medicina, ya superado por la nueva psiquiatría, ha sido incierto.

SUS LIBROS Y UNA PROFECÍA

Autor de unos 25 libros, se considera que sus diez obras sobresalientes –en las que sembró la semilla de la teoría psicodinámica, las ideas sobre el inconsciente, el nacimiento y fundamento del psicoanálisis, las patologías mentales, la sexualidad y otros avances en psiquiatría- fueron “Estudios sobre la histeria” (1895); “ La interpretación de los sueños (1900); “Psicopatología de la vida cotidiana (1901); Tres ensayos de teoría sexual (1905); Tótem y Tabú (1913); “Introducción del narcisismo” (1914); “Introducción al psicoanálisis” (1917); “Más allá del principio de placer” (1920); “El yo y el ello” (1923) y “El malestar en la cultura” (1930).

Lo cierto es que una relación epistolar unió a dos de los más importantes hombres del siglo XX: Alberto Einstein y Sigmund Freud. Corría 1932 y el nazismo y el fascismo habían ya esclavizado Alemania e Italia. Los dos países, sus dos líderes, Hitler y Mussolini, estaban prontos para intentar arrebatar a Europa.

En julio de ese año, Einstein le escribió a Freud y, luego de múltiples consideraciones, le formuló esta pregunta: “¿Existe algún medio que permita al hombre librarse de la amenaza de la guerra?”. Agregó Einstein: “En general se reconoce hoy que, con los adelantos de la ciencia, el problema se ha convertido en una cuestión de vida o muerte para la humanidad civilizada; y, sin embargo, los ardientes esfuerzos desplegados con miras a resolverlo han fracasado hasta ahora de manera lamentable”.

A poco de recibida la carta de Einstein, en uno de los párrafos de su larga respuesta, contestó Freud: “Y ahora, ¿cuánto tiempo será necesario para que a su vez los demás se vuelvan pacifistas? No lo sabemos, pero tal vez no sea una utopía esperar que la acción de esos dos elementos la concepción cultural y el temor justificado de las repercusiones de una conflagración futura pueda poner término a la guerra en un futuro próximo. Por qué caminos o desvíos, es imposible adivinarlo. Mientras tanto, podemos decirnos: todo lo que trabaja en favor del desarrollo de la cultura trabaja también contra la guerra”.

Y aquí también la sempiterna polarización con Freud, al que se le achacó no haber comprendido lo que significaba Hitler. Por su condición de austríaco, supuso que no correría riesgo con el nazismo. Sus adversarios llegaron a tildarlo de colaboracionista pasivo con Hitler. Sin embargo, sus terremoto intelectual no le había caído nada bien a la inquisición nazi.

En esta cuestión, se da por válido que se equivocó. Diez meses después de esa carta a Einstein, el 10 de mayo de 1933 una horda nazi decidió ejecutar una “purga” purificadora y para ello quemó miles de libros que acarrearon en camiones y carretillas desde las bibliotecas y universidades hasta la plaza Opernplatz de Berlín. A esas llamas fueron arrojadas obras de centenares de autores liberales, comunistas, socialistas y judíos. Y en la pira estuvieron también los libros de Sigmund Freud.

 

 

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