Realeza: los intentos de instaurar una monarquía en Argentina
Edición Impresa | 2 de Julio de 2023 | 07:44

Por VIRGINIA BLONDEAU
Aunque admiremos la sonrisa de Máxima, la guapura del rey Felipe de España y la tenacidad de la eterna Isabel II, es irrisorio pensar que hoy en Argentina el jefe de estado fuera un rey o una reina. Sin embargo, cuando nuestra nación se estaba formando, se sopesó la idea de que nos convirtamos en una monarquía. El domingo que viene se celebra un nuevo aniversario de nuestra independencia así que aprovechemos para recordar algunos de los acontecimientos de entonces y sepan los lectores que las propuestas disparatadas de los funcionarios no son privativas del presente sino que los antecedentes nos acompañan desde que somos patria y provienen, incluso, de hombres probos y bienintencionados.
Los incas, aztecas y mayas, las civilizaciones más desarrolladas de América, tenían un sistema imperial pero, en la conquista, los españoles venían a replicar el sistema monárquico europeo, con un rey todopoderoso en tierras lejanas, sacerdotes legisladores y un virrey con una corte que hacía lo que su monarca le obligaba.
Cuando la nación se estaba formando, se sopesó la idea de que nos convirtamos en una monarquía
De modo que desde la llegada de los españoles, el Río de la Plata fue tierra monárquica aunque los sucesivos reyes no nos dieran demasiada bolilla hasta la creación del Virreinato del Río de la Plata, en 1776. En ese momento, con la llegada del primer virrey, pasamos a ser súbditos de importancia para el rey Carlos III primero y para su hijo, Carlos IV más tarde. Aunque la mayoría de los doce virreyes que nos mandaron hayan pasado a la historia como villanos, muchos de ellos contribuyeron a que Buenos Aires pasara de ser una aldea a una gran ciudad de 45.000 habitantes.
Pero sepan los lectores que no solo fuimos una monarquía española sino que por 46 días fuimos súbditos de Jorge III, ese rey inglés que estaba un poco loco y cuya esposa es protagonista de una de las series más vistas en Netflix en los últimos meses: La reina Charlotte. Precisamente se cumplen hoy 217 años en que el general William Beresford proclamó al Río de la Plata colonia británica con la complicidad del clero y la mayoría de los comerciantes que veían con agrado la ley del libre comercio que el inglés propiciaba y el nombramiento, como administrador de aduanas, de un tal José Martínez de Hoz, un español que se había hecho rico con la venta de esclavos, sebo y carne y que ocupaba un lugar destacado en el Cabildo. Si el apellido les suena, no es casualidad sino causalidad.
Eso de ser ingleses cayó bien a una gran parte de la población y, en especial, a la femenina. Los “gringos” que habían invadido la ciudad eran de buen ver y las damas de sociedad se peleaban por recibirlos en sus casas y pasear del brazo por la pujante Buenos Aires. Mariquita Sánchez de Thompson, dama de alcurnia conocida por relatar experiencias propias sin tapujos, se refirió al uniforme de los soldados escoceses como al más “poético” que había visto jamás. “Botines de cintas punzó, una parte de las piernas desnudas, una pollerita corta y unas gorras adornadas con plumas negras” despertaban su admiración.
Claro que no todos veían con buenos ojos la presencia de los ingleses. Manuel Belgrano prefirió irse al campo, no sin antes decir que los comerciantes “no conocen más patria, más rey y más religión que su propio interés” y que prefería ser súbdito del reino de España “o mejor de ninguno”. Mariano Moreno expresó su total desconfianza a los invasores y aprovechó para criticar la facilidad con que el virrey Sobremonte había entregado la ciudad y había huido a Córdoba.
Rendición de William Beresford y fin de la primera invasión inglesa / Web
Los criollos comenzaron a organizarse y en poco tiempo pudieron formar un ejército comandado por Santiago de Liniers que echó a Beresford y a todo su ejército. Así fue como volvimos a ser españoles.
Pero por poco tiempo, claro. Las Invasiones Inglesas fueron, en realidad, una consecuencia de la guerra que mantenían por el dominio de los mares Inglaterra y Francia. España no era más que el hijo de padres separados que sufría las consecuencias. Pero no toda la culpa la tenían los padres sino que los reyes Borbones, en España, no tenían grandes luces y tanto Carlos IV como su hijo, que reinó como Fernando VII, eran pusilánimes y bastante ignorantes.
Ni padre ni hijo querían cargar con el fardo de la corona y se peleaban más por abdicar que por gobernar. Y para zafar le dieron en bandeja el reino a Napoleón Bonaparte, el hombre más poderoso de Europa. Fernando VII hasta llegó a pedirle, en una patética carta, que lo adoptara como hijo. Sin mucho esfuerzo Napoleón invadió España y, como tenía que seguir conquistando Europa, dejó a su hermano a cargo. Éste se convirtió, el 5 de mayo de 1808, en José I Bonaparte, rey de España, bajo el dominio francés. Al hombre le llamaban Pepe Botella por su afición a la bebida así que es posible que haya sido el primer gobernante borrachín de nuestra historia.
Mientras tanto aquí, en el Río de la Plata, crecía el espíritu revolucionario. La corona española-francesa tenía demasiados problemas como para centrarse en solucionar los nuestros de modo que los criollos ilustrados comenzaron a barajar opciones para liberarse de borbones y napoleones. Era lógico que muchos de ellos consideraran que la monarquía era el sistema de gobierno más adecuado para garantizar la unidad de los territorios del sur de América. Después de todo, la única experiencia más o menos exitosa de república era la de Estados Unidos. En Europa, espejo en el que se miraba la elite porteña, prevalecía el sistema monárquico.
Así fue como empezó a sonar el nombre de Carlota Joaquina, hija de Carlos IV y, por lo tanto, hermana de Fernando VII. La dama no se parecía en nada a sus parientes. Mientras que ellos huían de sus obligaciones, ella tenía grandes ansias de poder.
Carlota tenía solo diez años cuando fue llevada a Portugal para casarla con Juan, un príncipe no demasiado avispado que, por desgracias familiares, se convirtió muy joven en regente del imperio lusitano. Él no estaba preparado para reinar pero su esposa, detrás de esa carita inocente, escondía grandes habilidades que fueron aprovechadas por miembros de la corte que, junto a ella, intentaron destronar a Juan y dejarla como única soberana. La jugada no le salió bien porque el marido fue alertado y la metió presa. Imaginarán los lectores que no era un matrimonio feliz. Pero, a pesar de la ambición desmedida de ella y la depresión y cierta tendencia a revolcarse con sus sirvientes de él, se unían cada tanto en el lecho con el objetivo, ampliamente logrado, de dar herederos al reino. Lamentablemente Napoleón invadió Portugal y ellos y toda su corte tuvieron que exilarse en Brasil donde Juan, que ya había sido traicionado por su esposa, fue traicionado por su hijo.
Desde la llegada de los españoles, el Río de la Plata fue tierra monárquica aunque los sucesivos reyes
Carlota Joaquina no tenía reino pero era una borbona de sangre más azul que el cielo y estaba cerca de Buenos Aires. Esto alentó a los monárquicos porteños a proponerle ser reina de estas tierras. Ella estaba encantada pero no sabemos qué hubiera pasado si el proyecto se concretaba. Buenos Aires era, antes de la Revolución de Mayo, una ciudad colonial en la que no existían ni palacios ni corte ni boatos a los que Carlota estaba acostumbrada. Eso sí, hubiera terminado sus días pacíficamente en la pampa y no presa en Portugal, a donde finalmente regresaron, acusada de haber mandando a matar a su esposo.
Nos cabe preguntarnos ¿eran los monárquicos rioplatenses feministas? Precisamente porque no lo eran (sino todo lo contrario) es que le ofrecieron el trono a Carlota Joaquina. Pesaba su condición de noble pero también su condición de mujer supuestamente maleable, débil y sumisa. Se hubieran llevado un gran chasco con la chica.
Aunque la mayoría de los revolucionarios de 1810 era republicanos, muchos de ellos abrazaban la causa monárquica y llegaron, incluso, a presentar posibles candidatos elegidos de entre los miembros de las familias reinantes europeas. Aunque hoy suene raro, no era tan poco común eso de ir a buscar príncipes para que se hicieran cargo de un nuevo reino y, de hecho, José de San Martín, que era republicano, estaba de acuerdo con esta propuesta como un intento desesperado de organizar un poco el caos post revolución de mayo. “Hay que recurrir a un demonio extranjero que nos salve” escribía el Libertador en una carta. Aunque poco factible, la idea de Juan Martín de Pueyrredón, de traer a un Orleans de Francia o la de Carlos de Alvear de traer a un inglés no sonaban tan descabelladas.
La idea de la monarquía pesaba tanto que se incluyó como forma de gobierno en la constitución redactada en 1819. Y, aunque no estaba explícito, el candidato que sonaba era Carlos Luis, duque de Lucca. Era un Borbón francés, emparentado con los borbones españoles y, por nacimiento, sucesor del ducado de Parma. La idea no prosperó por las protestas de los caudillos del interior que se alzaron en armas. No sabemos si hubiera sido un buen rey pero lo que estaría garantizada, hoy es la relación con las principales monarquías europeas. Una descendiente de aquel Carlos Luis reina hoy Dinamarca y otro en Luxemburgo. Otros nietos emparentaron con las casas Habsburgo y Saboya y el actual jefe de la casa de Borbón-Parma, el príncipe Carlos Javier, es primo hermano de Guillermo Alejandro, marido de la reina Máxima. La historia, a veces, es un poco circular.
Carlota Joaquina princesa regente de Portugal / Web
Sin embargo el proyecto monárquico que más cerca estuvo de concretarse fue el de Manuel Belgrano. El creador de la bandera nunca había ocultado sus deseos de instaurar un rey en el Río de la Plata. Así que, viendo que fracasaba la idea de traer a un noble europeo, llevó al Congreso de Tucumán, en 1816, la idea de buscar un rey inca. Se garantizaba, así, la creación de un gran imperio que uniera el Río de la Plata con el Alto Perú. La propuesta era tan políticamente correcta que fue aplaudida con una ovación aunque, por detrás, los congresistas porteños se espantaran con la idea. Belgrano nunca claudicó e, incluso, logró traer en 1822 a Juan Bautista Tupac Amarú, un nieto del cacique incaico que se había rebelado contra los españoles. Juan Baustista también era un rebelde lo que le había valido ser prisionero de los españoles gran parte de su vida. En Buenos Aires, en cambio, recibió una pensión, una vivienda y pudo escribir sus memorias. Falleció a los 80 años cinco años después de su llegada y fue enterrado en el Cementerio de la Recoleta.
Con él muere el último intento de que el Río de la Plata se convierta en una monarquía. La generación del 80, que consolidó la organización de Argentina como nación soberana e independiente, era republicana y el republicanismo se instaló en toda América.
La historia no describe ni analiza, es lo que no pasó, así que nos quedará siempre la intriga (y un poco de nostalgia de lo no vivido) de si nuestro destino hubiera sido diferente en caso de haber prosperado alguno de los proyectos monárquicos que hoy enumeramos.
Carlos Luis, duque de Lucca / Web
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