
Los príncipes festejan sus 50 años / Web
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La sociedad del país nórdico, rica y con un futuro promisorio, respalda a su monarquía. Además, celebra sus aniversarios con alegría y sin grandes lujos
Los príncipes festejan sus 50 años / Web
VIRGINIA BLONDEAU
Por VIRGINIA BLONDEAU
Sin grandes pompas, Noruega, la monarquía más joven de Europa, está de fiesta. Pero siempre están de fiesta porque, según la encuesta anual de la Organización de las Naciones Unidas, el país figura desde hace años entre los diez más felices del mundo. Estabilidad, educación de excelencia, alta expectativa de vida y adecuado PBI son algunas de las razones que impactan y hacen más fácil la vida a los noruegos. Pero, de lo que más se sienten orgullosos es de haber logrado la equidad. Noruega es el país que tiene la menor brecha entre quien menos gana y más ingresos obtiene. “Noruega es un país muy igualitario, con mucha equidad de género, de salarios y social. Eso incrementa el sentimiento de ser parte del mismo barco y de trabajar para propósitos colectivos.” Según las propias palabras de Tom Christensen, profesor de la Universidad de Oslo.
Y la monarquía no escapa a estas cuestiones. Por empezar es la más “legítima” ya que en 1905, cuando Noruega se separa de Suecia, se hace un referéndum para que el pueblo pudiera elegir entre un sistema republicano o continuar siendo una monarquía. Por un 75% ganó el sistema monárquico y así fue como el príncipe Carlos de Dinamarca se convirtió en el rey Haakon de Noruega. La elección del muchacho por parte de los noruegos no había sido inocente: su esposa, Maud, era la hija del rey de Inglaterra y este parentesco le garantizaba a Noruega lazos fuertes con el país más poderoso del mundo.
Por otra parte y siguiendo con ese espíritu de equidad, Noruega no tiene una corte fastuosa y en términos relativos es la monarquía más “pobre” de Europa. El rey Harald, nieto del primer rey, es el actual monarca de Noruega desde la muerte de su padre, en 1991. Máxima, Mary y Letizia bien pueden estar agradecidas a la reina Sonia, la primera plebeya en convertirse en reina, la que les abrió el camino a todas las demás. Y no fue fácil. Harald era un soltero de oro. Buen mozo, deportista, afable y príncipe de Noruega con el destino resuelto. De todas las princesas casaderas de Europa la que más cerca estuvo de conquistar su corazón fue Sofía de Grecia (más tarde reina de España) pero el joven príncipe vikingo ya se había encariñado con una joven a la que la prensa hostil catalogaba como “costurera” y los que defendían la unión decían que era diseñadora e hija de empresarios del rubro textil. Más allá de los motes, Sonia Haraldsen era plebeya. Diez años tardó Harald en convencer a su padre y al parlamento de que era la adecuada para acompañarlo en su camino al trono.
Foto oficial de la boda de Haakon y Mette-Marit / Web
Por eso no es de extrañar que hayan defendido con uñas y dientes la elección del príncipe Haakon, su hijo mayor y heredero, cuando en 1999 anunció que quería casarse con Mette-Marit Tjessem Høiby. Mette no era la novia ideal y no porque fuera plebeya. A finales de siglo XX ese ya era un tema superado. El problema era que la rubísima joven de 24 años era madre soltera y su expareja estaba preso por tráfico de drogas. Además, ella había participado en un reality-show de bastante poco prestigio y era muy conocida por ser la reina de la noche en fiestas rave donde se vivían todo tipo de excesos. Costaba asociar esa carita angelical con el de una adolescente sin límites pero el pasado ahí estaba y como la propia Mette-Marit dijo, no podía ser cambiado por más arrepentimiento que sintiera.
“Yo estaba en un ambiente donde se rompen muchos esquemas y, la verdad, lo siento. He tenido experiencias por las que he pagado muy caro. Para que no haya dudas sobre mi posición hoy, me gustaría aprovechar esta oportunidad para condenar las drogas, pero por mucho que quisiera, no puedo recuperar ni cambiar el pasado” dijo la futura reina de Noruega cuando el 1 de diciembre de 2000 se anunció el compromiso y comparecieron ante la prensa. En ese pasado no solo había sombras: el sol estaba encarnado en un chiquito de 4 años llamado Marius nacido de una relación anterior y del que Haakon oficiaba de padre amoroso y los reyes Harald y Sonia de abuelos chochos. Aunque pasaron solo 23 años de este acontecimiento, el mundo era otro. El siglo XXI fue una verdadera revolución social incluso en aquellos países escandinavos, más abiertos y menos prejuiciosos que la mayoría de los países sajones y latinos. En ese entonces se hablaba en Noruega de posmodernidad. Este compromiso reflejaba las contradicciones de un mundo a caballito entre dos siglos: una institución anacrónica como la monarquía celebraría con boato y circunstancia una boda en que los futuros reyes ya convivían antes del matrimonio, que se habían conocido en un desenfrenado concierto de rock y que ella no solo no era virgen sino que tenía un hijo siendo soltera. O sea, una bonita pareja en la que podían verse reflejados los miles de jóvenes noruegos. Así era la sociedad y así parecía ser ahora la monarquía. Por eso, salvo para los más rancios movimientos monárquicos, el pueblo le dio a Mette-Marit la bienvenida a pesar de su pasado.
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La boda real en 2001 redefinió los estándares de la monarquía moderna
La boda se celebró el 25 de agosto de 2001 y la ofició el obispo de Oslo, Gunther Stalsett. El mismo que pocos días antes había dicho “La sociedad posmoderna lo somete todo a crítica y exige que las instituciones prueben su utilidad social. La monarquía no es una excepción como tampoco la iglesia”. Stalsett ya había dado muestras de que solo sobreviven los que se reinventan cuando consagró a la primera mujer obispo de la iglesia noruega y nombró cura a una mujer casada con otra mujer.
La boda contó con la presencia de representantes de todas las casas reales. Significó la primera boda real de quien es hoy reina de los Países Bajos. El entonces heredero al trono, el príncipe Guillermo Alejandro, llevó del brazo a su novia, una aparentemente tímida muchachita llamada Máxima Zorreguieta con quien se había comprometido hacía cinco meses. Con un vaporoso vestido gris compensó la imposibilidad de llevar tiara por no pertenecer aún a la realeza, con un sencillo tocado de flores.
Los reyes Harald y Sonia, en los 50 años de los príncipes / Web
La que no estuvo tan tímida fue otra de las invitadas a la fiesta y su desparpajo cambió la historia de la monarquía española. Felipe, el entonces príncipe de Asturias, hacía cuatro años que mantenía una relación no oficial con Eva Sannum, una noruega preciosa. No habían sido presentados por Haakon y Mette-Marit pero éstos habían servido de anfitriones y pantalla para los encuentros de los tórtolos. Dicen que ni Sofía ni Juan Carlos aprobaban la elección de Felipe y muchos menos lo hacía el entorno de rancios colaboradores de la Zarzuela. Los medios se habían mantenido bastante al margen hasta que al día siguiente de la boda noruega aparecieron en los diarios madrileños las imágenes del príncipe y la rubia con una copa de champagne en la mano (¡qué horror!) . Ella lucía un vestido azul escotado, de cuello halter, con un chal a juego que no alcanzaba a tapar sus hombros y su espalda. Demasiada piel al aire para una futura reina, pensaron sociedad y prensa españolas, y el escándalo selló la ruptura definitiva de la pareja. Tampoco ayudaba que la chica fuera modelo de ropa interior ni que el príncipe no fuera su primer amor. “La próxima vez que me enamore no renunciaré por más piel que muestre y más pasado que tenga” habrá pensado Felipe. Y vaya qué cumplió.
Volviendo a los novios, Matte-Marit y Haakon protagonizaron una hermosa boda de día, colorida, solemne pero cálida. El vestido de novia será recordado por sus líneas puras y por haber logrado una especial simbiosis entre lo tradicional y lo moderno. El diseñador se inspiró en el vestido de Maud, la primera reina noruega, pero le quitó volumen dándole una apariencia minimalista. El ramo fue reemplazado por una larga guirnalda de verdes con flores silvestres de color blanco y malva intercaladas. Original y elegante.
A pesar de los desafíos de salud de Mette-Marit, la pareja real es popular
Veintidós años después de la boda, el pasado 25 de agosto, fue la fecha elegida por Mette-Marit y Haakon para celebrar, además del aniversario, el cumpleaños número 50 de ambos. Él los había cumplido en julio y ella cuatro días antes. Había muchos motivos para brindar: dos hijos en común y una estabilidad y felicidad matrimonial por la que casi nadie en Noruega había apostado.
No es que no haya habido problemas. Más allá de lo cotidiano, lo más preocupante es la salud de Mette-Marit. Si algo se había estado criticando a la princesa es lo poco que se prodigaba, su ausencia en actos institucionales y lo excedido del gasto en vestuario para las pocas fiestas a las que asistía. Hasta que se supo la razón. En 2017 se anunció que padecía “síndrome de los cristales”, una disfunción en los oídos que causa mareos y vómitos; al año siguiente fue diagnosticada de fibrosis pulmonar, y, a lo largo de los años, han sido constantes sus ingresos por diversas fracturas lo que hace pensar que sufre alguna anomalía en sus huesos. Pero ella parece ir superando cada contratiempo y, aunque no participa regularmente de actos, siempre que va lo hace con una sonrisa y buena predisposición.
Felipe de España y Eva Sannum en la boda Noruega / Web
Ni ella ni Haakon le escapan ni a las críticas ni a las polémicas. Todos los integrantes de la casa real noruega son transparentes y sinceros a la hora de expresar su sentir y eso los hace cercanos y populares.
Los noruegos también se la ponen fácil. Es una sociedad rica y con un futuro promisorio. No es que sean especialmente monárquicos sino que ¿para qué cambiar lo que funciona?
Así es como, con el beneplácito popular, han festejado los futuros reyes sus aniversarios en una fiesta que no pasará a la historia como la más elegante ni la más rimbombante de los últimos tiempos pero en la que nadie ha escatimado risas y sonrisas, como si fueran el reflejo de la felicidad noruega.
Máxima y Guillermo / Web
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