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Despedida a un irrepetible

Mariano Pérez de Eulate

Mariano Pérez de Eulate
mpeulate@eldia.com

31 de Diciembre de 2024 | 03:24
Edición impresa

Son pocos los nombres que van a quedar en la historia grande del periodismo argentino más o menos reciente. Lanata estará en ese Olimpo, por sus virtudes pero también por sus defectos y sus contradicciones. Una mesa en la que se sientan Natalio Botana, Jacobo Timerman, Héctor Ricardo García, Julio Ramos, tal vez un Roberto Noble. Gente que hizo algo diferente en la prensa nacional respecto a lo que establecía su momento histórico. Revulsivos para los parámetros de la época, más allá de las ideologías y la axiología.

Quien esto escribe se formó en periodismo bajo el boom de Página/12, acaso la última gran innovación periodística, dirigida por un Lanata flaco de 27 años. Leíamos Página, teníamos docentes que escribían ahí, hacíamos trabajos prácticos copiando su estilo, trabajar en su redacción era el gran anhelo profesional. Por supuesto, después descubriríamos que el mundo real de esta profesión era otra cosa. Fuimos “desidealizando” a Jorge a medida que nos pusimos viejos y el propio Lanata nos mostró que el pragmatismo fue central en su carrera.

Página/12, el diario de “contra información” que imaginó Lanata y lo puso en la gran liga de la prensa vernácula, fue un medio que se armó con dinero del Movimiento Todos Por la Patria, aquel MTP que se le reveló al presidente Alfonsín en La Tablada.

Con firmas de escritores y periodistas de pasado combativo, revolucionó el periodismo de entonces con su muy buena data pero también con la presentación del producto: tapas ingeniosas, disruptivas, que daban por hecho que el lector tenía una info previa como bagaje propio (por ejemplo, jugar con nombres de películas o de libros), extravagancias como sacar una edición de color amarillo y, claro, erigirse como paladín en contra de la corrupción menemista en medio de una complacencia generalizada con el gobierno de turno, que repartía canales y radio estatales por doquier.

Fue en esa época en la que Lanata empezó a vivir como un “rock star”, tal vez el inicio de su alejamiento como un laburante sencillo de este oficio que el gran Gabriel García Márquez definía como “el mejor del mundo”. Incorporó la radio como complemento potenciador de su ya notoria influencia. Excesos personales, desbordes que él se encargó de contar en su biografía oficial y que pueden llegar a ser parte de un obituario puritano. No es este el caso.

No es un secreto: cuando Página estaba casi fundido entró el Grupo Clarín, dato confirmado por Lanata en infinidad de entrevistas pero nunca blanqueado. Eso marcó su salida de la empresa, en la que siempre fue director pero nunca dueño. Parecería un punto de inflexión en su vida profesional: el camino hacia un Lanata que ahora iba a ser propietario de medios. Ya no se trataba sólo de la genialidad puesta en un título: ahora había que pagar sueldos.

Dejando huella

Su sello innovador se replicó en revistas como “XXI” o “XXIII”. Como si fueran Páginas/12 semanales. Una troupe de periodistas valiosos lo fue siguiendo en las mudanzas. Discípulos, aprendices, “Lanata boys” con una cierta fidelidad que para los que trabajábamos en los medios más tradicionales -y denostados por ese progresismo al que creíamos pertenecer cuando estudiábamos en la Facu- siempre nos resultó digno de respeto. Una seguimiento casi religioso o de pertenencia. Muchos se desilusionarían luego porque los proyectos de “David contra Goliat” no le salieron bien.

Admito desde estas líneas que casi caigo en esa tentación, la de trabajar con la leyenda, cuando me convocaron para sumarme a uno de los experimentos finalmente fallidos de Jorge: “Crítica de la Argentina”. El último diario de papel, como se auto apodaba. Preferí la seguridad del tanque periodístico nacional.

Ese mismo al que combatió Lanata durante casi dos décadas para, finalmente, cerrar una alianza que se mantuvo hasta su muerte, ocurrida ayer a los 64 años luego de meses de sufrimiento. De nuevo el pragmatismo, la evolución de las personas o, según la visión de sus detractores que ayer mostraron su miserabilidad en las redes, casi una traición a sus principios.

Se dio, además, el cambio del “agente corrupto” desde el que había construido su mito: antes era el menemismo; en su etapa de mayor expansión pasó a ser el kirchnerismo, varios de cuyos escándalos destapó desde los formatos en que incurrió. Que incluyeron su ascenso televisivo en Canal 13, con Periodismo Para Todos, y su liderazgo indiscutido en la segunda mañana de Radio Mitre, como empleado jerarquizado de la mayor empresa de medios de la Argentina.

Lanata fue un personaje contradictorio, no caben dudas. De eso se agarraban ayer colegas de medios minúsculos que sólo sobreviven por el favor oficial para recordar su obvia cercanía final con el macrismo (es dable esperar que cuando fallezca uno que se pegó al kirchnerismo inyecten veneno de igual modo) y un pasado sin demasiada solidaridad gremial en redacciones turbulentas en las que le tocó estar u optó por pararse más cerca de la patronal. De nuevo: parte de la parábola de un tipo que estuvo de los dos lados del mostrador, sin que este dato sea una apreciación de valores.

Jorge también fue un gran escritor, de ficción y de historia. Sobre todo argentina. Un coleccionista de arte obsesivo, tardío, que agigantaba su portfolio a medida que crecía su condición de estrella y, por consiguiente, sus ingresos. Era buen entrevistador y, ya sobre el final de su vida, en especial sobre temas que no eran estrictamente políticos.

Lanata generó odios y amores. Como todo grande. Colegas que trabajaron con él lo recuerdan mal y otros lo admiran por lo que les enseñó. Aquellos que hasta ayer nomás compartieron estudio con él lo idolatran, rescatan su generosidad y su obsesión por la información. Deja una impronta, no hay dudas. El “Fuck You” como alegoría de una gran parte de su vida profesional. Acaso la que perdure en la retina de todos nosotros.

 

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