Platenses que hicieron de un emprendimiento su modo de vida

Invierten dinero, esfuerzo y, sobre todo, tiempo. Son ideólogos, ejecutores, comunity manager y deliverys de sus productos. Celebran poder manejar sus horarios, pero reconocen que la inestabilidad les juega en contra. Estas son sus historias

Edición Impresa

Alejandra Castillo

alecastillo95@hotmail.com

“Acometer y comenzar una obra, un negocio, un empeño, especialmente si encierran dificultad o peligro”.

Esa es la definición de la Real Academia Española para una acción que implica a cada vez más argentinos de todas las edades: emprender. Y vaya si hay dificultades en un país que ha hecho de cambiar las reglas su marca registrada, para sorprender hasta al más ágil y confirmar aquel axioma de que acá sólo se aburren los que quieren. ¿Peligros? Sobran. Pero, según cuentan los que saben, también las recompensas.

Estas son apenas algunas historias de emprendedores platenses, entre las de miles que invierten dinero y, sobre todo, tiempo, por un proyecto que a los ojos ajenos podrá verse como un hobbie o un negocio, pero bajo la piel de quienes lo impulsan es todo un desafío.

“MENOS MAL QUE SOMOS DOS”

Gabriel Porfiri tiene 29 años y un hermano, Nicolás, de 36, con el que se reencontró después de la trágica muerte de su padre. Hasta entonces cada uno había vivido con su madre y, si bien no crecieron juntos siendo niños, como adultos lo están haciendo con un proyecto que arrancó como emprendimiento y se está convirtiendo en una empresa.

Gabriel ya lo había intentado a los 18 con un portal de noticias, pero como no resultó una buena fuente de ingresos, entró a trabajar en un hospital. Hace siete años se asoció a Nicolás, que se dedicaba a plomería y electricidad, para enfocarse juntos en equipos de energía solar, modular y escalable.

“Ya tenemos un local y hace un año creamos una SRL”, cuenta Gabriel, antes de agregar que ya están certificados como Pyme. Eso sí, en el proceso de ser una empresa se han topado “con un montón de cosas”, como tener que lidiar con trámites bancarios, contables y legales, entre otras.

“Estamos aprendiendo porque no venimos de familias que hayan tenido empresas”, explica. Y es consciente de que tuvieron que renunciar, sobre todo, al privilegio del tiempo libre. “Las jornadas son largas, de lunes a viernes de 8 a 19 y a veces también los fines de semana”, porque los emprendedores son “multitarget”, en esto de tener que manejar las redes, atender a un cliente y poner al día los papeles para el contador.

“Lo bueno es que somos dos, sino estaríamos mucho más ahogados en el proceso. Lo veo en muchos amigos que también son emprendedores y fracasan porque están solos”.

Gabriel mantiene por ahora su trabajo en el hospital para poder reinvertir las ganancias y “crecer más rápido”, de modo que para cubrir las vacaciones de su hermano debe sacar las suyas y guardar algunos días para su propio descanso.

A la hora de evaluar costos y beneficios, cree Porfiri que lo mejor es el respaldo de “la gente que nos quiere ver crecer” y, lo peor, “la economía. La mayoría de los productos con los que trabajamos son importados y las variaciones del precio nos hacen perder ventas. Nos viven cambiando las reglas de juego”.

“MANEJAR LOS TIEMPOS”

Tadeo Latorre (21) estudia Arquitectura junto a su novia Lucía, con quien también convive y gestiona un puesto de venta de posters y stickers en una feria.

Fueron su madre y su hermana, también emprendedoras, las que lo convencieron de arrancar con ese proyecto porque “veían que ahí había un potencial”, recuerda. Y no se equivocaron.

Lo primero que hizo fue buscar imágenes por la web, guardar archivos en su computadora y mandar a imprimir algunos modelos, con la clientela que se procuraba entre familiares y amigos. Hasta que su madre lo impulsó a ponerse un puesto en una feria, ofreciéndole hacerse cargo de los costos del primer día. Lo que pasara después, dependería de él.

“Al principio estaba negado. Dudaba que me fuera bien porque no tengo experiencia”, admite Tadeo, pero aquella primera experiencia en la feria de la fábrica CITA, en El Mondongo, resultó mucho mejor de lo esperado. Fue rotando por distintos espacios, hasta que él y Lucía se instalaron en Estudiantes.

“Estamos en cuarto año de Arquitectura y si consiguiera un trabajo relacionado con mi carrera lo elegiría, pero no sé si dejaría de lado este emprendimiento”, analiza el joven. Es que le gusta “poder manejar los tiempos y no ser empleado de nadie. Nuestra idea es ahorrar las ganancias para afrontar los gastos de alquiler o algún viajecito”.

A Tadeo, como a tantos otros pibes, el esfuerzo no le asusta. Apenas salió del secundario hizo algunas changas, como cortar pasto, y actualmente tiene un empleo por horas en una cancha de fútbol. Es que “no es fácil conseguir trabajo; por eso hay tantos emprendedores entre los estudiantes”, acota.

“Yo vengo de una familia a la que no le falta nada, pero si uno puede sumar un poco más, ayuda”, remata.

“CON ESTO ME SIENTO FELIZ”

Hace más de 20 años Mai Scelzo tiene una vida que califica de “emprendedora y creativa”. Diseñadora de indumentaria desde 2003, participó en ferias de diseño con modelos que ella misma confeccionaba, hasta que su vida creativa se volcó a la pastelería. “Empecé amateur y en 2016 me recibí de pastelera profesional en el IAG con Osvaldo Gross”, cuenta.

“Desde ahí fui home baker, horneo en casa y vendo mis productos a toda mi comunidad de Instagram que, por suerte, crece día a día”, celebra.

Considera que emprender “es un desafío constante, con altos y bajos”, que más de una vez le complicaron su proyecto de vida. “No siempre pude vivir de mi pasión, pero con constancia y determinación hoy vivo de la pastelería”.

Desde esa experiencia confirma que “en un país en constante cambio, los emprendedores aprendemos a sortear las crisis siempre buscándole la vuelta”.

Al igual que el resto, Mai reconoce que en este oficio hay muchos claros y oscuros: “Lo mejor es poder manejar tus tiempos y disfrutar de tus seres queridos” y lo peor “es que esos tiempos de trabajo se extienden mucho. Lo que empezás a la mañana por ahí tenés que cortarlo para ir a buscar a los nenes al cole y tenés que seguirlo hasta la noche”.

Como la única emprendedora de la familia, Mai se sintió más de una vez “incomprendida, pero con el tiempo aceptaron que es mi forma de vida y con lo que me siento feliz”.

“MONETIZAR UNA HABILIDAD”

Micaela Trombini (27) hace mates pintados a mano: “Empecé hace cuatro años, recién egresada de la Facultad de Arte”.

“Me encargo de todo el proceso de preparación, los diseños y la pintura”, cuenta, con diseños personalizados e imágenes de la cultura popular. Pinta también cuadros chicos, llaveros e imanes en fibrofácil.

No es éste el primer emprendimiento que encara, como tampoco es su primer trabajo. Antes dio clases. “Quise empezar a hacer algo que me gustara y tuviera más que ver con lo que había estudiado. Además, disfruto más haciendo que enseñando”, reconoce.

“Lo mejor de emprender es poder sacar provecho de alguna habilidad y monetizarla”. También la posibilidad de “manejar horarios y tiempos sin tener que rendirle cuentas a nadie”, aunque eso demande mucho esfuerzo: “Todo lo manejo sola (salvo los traslados a las ferias), la producción, redes, packaging, ventas y un largo etcétera”, acota.

Confirma Micaela que trabajar desde la casa atenta contra la regularidad de los horarios y desdibuja los espacios de ocio y esfuerzo, aunque “también es muy lindo ver cómo se va creciendo de muchas maneras. Y la recepción de la gente le da a uno un empujón para seguir”.

Micaela pone el foco en la crisis económica, porque si bien es cierto que acaba con infinidad de emprendimientos, al mismo tiempo hace surgir a tantos más, impulsados por personas que buscan engrosar sus salarios para poder subsistir.

“HÁBITO DE RESPONSABILIDAD”

Al igual que su hermano Tadeo, Julieta Latorre (30) tuvo en su madre una inspiración para emprender. “Ella siempre trabajó y me fue inculcando esto, para que encarara la vida universitaria con dinero propio”, recuerda.

Así, la ayudó para que comprara accesorios y pashminas que vendían, sobre todo, entre “gente conocida”, hasta que poco a poco fueron sumando sweaters y ahora comercializan todo tipo de ropa.

“Al principio sucedió y fui para adelante, pero ahora lo elijo. Me gusta ir a una feria un fin de semana, elegir ropa, recomendar. Además, es lindo compartir con otros feriantes. He conocido personas buenas, me he rodeado de gente que me impulsa y es súper valorable tener el apoyo de otros emprendedores, incluso del mismo rubro, en momentos en que no das más”.

Los días de Julieta parecen (o deberían) tener más horas, ya que sigue “trabajando un montón” y sostiene el emprendimiento. “Es que esto requiere de dinero, pero sobre todo de mucho tiempo. Es hermoso poder elegir; es un reto y un desafío diarios, como saber que es tuyo y por eso lo tenés que solventar y defender. Eso genera un hábito de responsabilidad enorme”.

¿Su meta? “Tener un espacio físico y traer más mercadería”, cuenta.

 

 

Las noticias locales nunca fueron tan importantes
SUSCRIBITE