Testosterona y cortisol: las dos caras hormonales del entrenamiento

El ejercicio de fuerza puede aumentar ligeramente la competitividad y la confianza sin generar agresividad significativa. Por su parte, los trabajos de resistencia, con el tiempo, pueden ayudar a regular el estrés y mejoran el ánimo y la resiliencia emocional

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En los gimnasios, las canchas y las pistas de atletismo, el cuerpo parece hablar un idioma propio. Cada levantamiento de pesas o cada zancada tiene un correlato químico que, más allá del músculo o la resistencia, impacta en algo mucho más complejo: la personalidad. En los últimos años, la ciencia comenzó a descifrar cómo ciertos tipos de ejercicio pueden modificar el equilibrio hormonal, en especial en los hombres, y cómo esas variaciones —particularmente de la testosterona y el cortisol— pueden influir, aunque de manera sutil, en la agresividad, el estado de ánimo y la forma de tomar decisiones.

El entrenamiento de fuerza o anaeróbico intenso es un detonante natural de testosterona. Diversos estudios publicados en Nature y en bases como Academia.edu confirman que las sesiones de levantamiento con pocas repeticiones y alta carga generan un aumento agudo de esta hormona, mientras que los ejercicios aeróbicos prolongados tienden a reducirla temporalmente. Esa variación explica por qué los regímenes de fuerza suelen elevar la relación testosterona-cortisol, indicador de crecimiento muscular y energía anabólica. El fenómeno se observa tanto en hombres como en mujeres, aunque con mayor intensidad en ellos, dado su nivel basal más alto de testosterona.

Sin embargo, la relación entre testosterona y conducta humana dista de ser tan lineal como sugiere el imaginario popular. Un meta-análisis de 2020, disponible en PubMed, reveló que los niveles basales de testosterona solo se vinculan débilmente con la agresividad —una correlación mínima, de r≈0.07— y que los aumentos puntuales, como los que ocurren después de una competencia o un entrenamiento intenso, apenas incrementan la respuesta agresiva (r≈0.16). Más que provocar violencia, la testosterona parece predisponer a una reacción más afirmativa ante desafíos o contextos de competencia. Estudios de neuroeconomía, citados por PMC, asocian niveles elevados de esta hormona con mayor confianza y toma de decisiones más arriesgadas o utilitaristas. Tras una sesión de fuerza, el efecto más visible suele ser una sensación pasajera de energía, ímpetu o determinación, antes que una transformación profunda del temperamento.

El ejercicio aeróbico, por su parte, cuenta otra historia hormonal. Correr largas distancias o mantener esfuerzos prolongados eleva el cortisol, la hormona del estrés, cuya función es movilizar energía y mantener el cuerpo alerta. Investigaciones académicas señalan que, durante un esfuerzo de resistencia, se libera una gran cantidad de cortisol en sangre, mientras que en el entrenamiento de fuerza la respuesta es mucho menor. No obstante, los especialistas en medicina del estilo de vida de Stanford advierten que el cuerpo se adapta: con el tiempo, el ejercicio regular reduce los niveles basales de cortisol y mejora la eficiencia del sistema que regula el estrés. Es decir, aunque correr genere picos hormonales en el momento, el organismo aprende a equilibrarse mejor.

Ese equilibrio es clave para el bienestar emocional. Según Harvard Health, el ejercicio aeróbico no solo reduce las hormonas del estrés (adrenalina y cortisol) sino que también estimula la liberación de endorfinas, responsables del conocido “subidón del corredor”, un estado de calma y euforia que aparece después de la fatiga. Cuando el cortisol se mantiene elevado por exceso de entrenamiento o estrés crónico, los efectos pueden ser los opuestos: irritabilidad, insomnio, dificultad para concentrarse y agotamiento emocional. Por eso, el límite entre el esfuerzo saludable y el sobreentrenamiento puede marcar la diferencia entre una mente resiliente y un sistema en crisis.

En definitiva, las pesas y las zapatillas activan mecanismos distintos, pero ambos, bien administrados, tienden hacia el mismo objetivo: el equilibrio. La fuerza impulsa la testosterona y, con ella, una dosis de confianza y competitividad; la resistencia eleva el cortisol, pero enseña al cuerpo a gestionarlo mejor. En conjunto, estos procesos moldean no solo la figura, sino también el carácter. Porque, como demuestra la ciencia, el movimiento no termina en los músculos: también reconfigura la química que define, de manera imperceptible, quiénes somos y cómo reaccionamos ante el mundo.

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Ejercicios de fuerza o anaeróbicos que incentivan la producción de testosterona

Levantamiento de cargas pesadas con pocas repeticiones.

Entrenamientos de resistencia de alta intensidad (fuerza).

HIIT (High-Intensity Interval Training, entrenamiento interválico de alta intensidad).

Sesiones cortas e intensas de ejercicios de fuerza.

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Ejercicios aeróbicos o de resistencia que aumentan el cortisol

Correr largas distancias.

Ejercicios aeróbicos prolongados (larga duración).

Entrenamientos de resistencia sostenida al nivel del umbral anaeróbico.

Actividades físicas continuas y de larga duración que requieren esfuerzo cardiovascular constante.

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