Vacaciones sin valija: cuando el descanso se queda en casa

Quedarse en casa puede ser tan reparador como irse de viaje. Es otra forma de darle sentido al tiempo libre

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En tiempos donde el trajín de la vida cotidiana se impone con fuerza, donde las agendas aprietan y las finanzas a menudo condicionan, una alternativa gana terreno con silenciosa firmeza: las vacaciones sin viaje. Esta práctica, también conocida como “staycation”, deja de ser un parche frente a la imposibilidad de viajar y se posiciona como una elección consciente, deseada y planificada. Lejos de lo que se pensaba años atrás, quedarse en casa o en la propia ciudad durante el receso no es necesariamente resignar el descanso, sino reinventarlo. Es una decisión que cada vez más personas adoptan para bajar un cambio, reconectarse con lo cercano y, sobre todo, consigo mismas.

La idea de no trasladarse para descansar se apoya en varias ventajas que van más allá del ahorro económico. Hay algo de rebeldía silenciosa en negarse al mandato de la productividad incluso en el ocio. No tener que armar valijas ni correr para embarcar puede ser, paradójicamente, una forma más profunda de desconectarse. La estadía en casa o en el barrio implica también desafiar la noción de que el placer está siempre afuera, en lo lejano o exótico. El entorno habitual puede transformarse en escenario de descanso si se lo mira con ojos nuevos y se lo resignifica. Así lo indican varios especialistas que subrayan la importancia de romper con la rutina no necesariamente a través de kilómetros recorridos, sino de experiencias distintas a las cotidianas.

El concepto de slow living se cruza con fuerza en esta tendencia. Vivir más despacio, con más presencia, menos dispositivos y mayor atención a los sentidos, potencia los beneficios del descanso sin traslado. Caminar sin rumbo por un parque cercano, leer ese libro postergado en la hamaca del balcón, cocinar sin apuro, meditar, escribir o simplemente mirar el cielo: todo eso puede formar parte de una vacación real, aunque la dirección postal no se haya modificado. En una sociedad que premia el rendimiento y castiga la quietud, permitirse estos tiempos es casi un acto de resistencia. Lo que cambia no es el paisaje, sino la forma de habitarlo.

Desde la psicología, esta elección encuentra aval. María Roca, de INECO, señala que el descanso genuino aparece cuando se activan nuevas experiencias que generan placer y bienestar. No importa el escenario, sino la capacidad de construir un espacio diferente al habitual, con límites claros entre lo laboral y lo lúdico. Gabriela Martínez Castro, del CEETA, insiste en que lo fundamental es el recreo mental: desengancharse, detener la productividad, incluso en casa. La socióloga Mónica Cruppi agrega que las vacaciones sin viaje requieren un acuerdo doméstico claro: no se trata de seguir haciendo todo igual, sino de vivir esa semana o esos días con otra lógica. Nombrarlo ayuda a instaurar ese cambio.

Claro que no todo es tan simple. Algunos reparos apuntan a que esta tendencia, cuando se presenta como moda, puede disfrazar situaciones de precariedad o exclusión. No todos tienen una casa cómoda donde descansar, ni tiempo disponible que no esté atravesado por responsabilidades domésticas. Además, si bien el slow living propone desacelerar, lo cierto es que muchas personas no pueden hacerlo por cuestiones estructurales. Por eso, insisten los especialistas, no se trata de imponer una forma única de descanso sino de reconocerla como válida, siempre que sea elegida y no impuesta.

En paralelo, el turismo de cercanía gana protagonismo. Visitar un museo, recorrer una feria, asistir a un taller, descubrir un rincón nuevo de la ciudad, pueden dar ese aire renovador que se busca en una escapada. Es también una forma de activar la economía local y redescubrir la identidad urbana. Muchas comunas y gobiernos locales ya piensan estrategias para atraer a esos turistas sin valija, con propuestas culturales, recorridos autoguiados y experiencias personalizadas.

Planificar una estadía vacacional sin salir de casa requiere, paradójicamente, la misma seriedad que un viaje. Marcar una fecha de inicio y fin, proponer actividades nuevas, establecer límites con lo laboral y hasta armar una lista de placeres pendientes pueden convertir ese tiempo en un verdadero recreo. El hogar, muchas veces funcional y apurado, puede ser también escenario de disfrute si se lo vive con otra lógica.

Disfrutar las vacaciones en casa puede ser un gran plan / Freepik

 

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