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Opinión |PENSAR EL FUTURO

200 años de historia económica

Por MARTIN TETAZ (*)

200 años de historia económica

200 años de historia económica

10 de Julio de 2016 | 02:23

Twitter: @martintetaz

El propio fenómeno de la independencia latinoamericana es en cierto sentido un fenómeno económico. Todos sabemos la historia de los libertadores que olieron la debilidad española, asediada por Napoleón, y se aprovecharon de la oportunidad. Pero Rodolfo Terragno descubrió en Escocia un documento de principios del siglo XIX que trazaba un plan para que los británicos pudieran arrebatarle a la monarquía de Fernando VII el Virreinato del Río de La Plata, emancipando también al Perú. El proyecto había sido ideado por un militar, Thomas Maitland, quien de ese modo le abría las puertas al comercio inglés para que pudiera penetrar en el sur de América.

No está claro si la conveniencia de los sajones operó de alguna manera financiando y facilitando el proceso, o si San Martín abrevó en aquel texto, sin pagar los derechos de autor, pero es evidente que de cualquier modo que haya sido, la independencia cambiaba las relaciones comerciales de la región con Europa.

Desde entonces resulta imposible separar los fenómenos políticos más relevantes de los últimos doscientos años, de sus causas u objetivos económicos., empezando por la Constitución de 1853 que, como el propio Juan Bautista Alberdi ha reconocido en “Sistema Económico y Rentístico de la Confederación”, era un proyecto de desarrollo económico inspirado en los trabajos de Adam Smith.

El establecimiento de reglas de juego para la propiedad, el comercio y las inversiones, junto con un mecanismo para facilitar la inmigración y multiplicar los recursos humanos de manera exponencial, fue probablemente el fenómeno económico más importante del siglo XIX, junto con el shock educativo de la presidencia de Sarmiento y el establecimiento del modelo agro exportador por parte de la generación del 80.

En los 50 años de mayor crecimiento económico de nuestra historia, la inserción al mundo aprovechando las ventajas comparativas de la agricultura financió un espectacular desarrollo en materia de infraestructura, que motorizo un sostenido crecimiento de la industria como porcentaje del producto.

En los 50 años de mayor crecimiento económico de nuestra historia, la inserción al mundo aprovechando las ventajas comparativas de la agricultura financió un espectacular desarrollo en materia de infraestructura, que motorizo un sostenido crecimiento de la industria como porcentaje del producto

Sin embargo, la lógica exportadora dominó los criterios de expansión ferroviaria, bajando drásticamente los costos de transporte de las mercaderías que, como ha sostenido Juan Carlos De Pablo, operaban en la práctica como un mecanismo de protección de la incipiente industria del interior, porque salía tan caro trasladar una mercancía importada desde el puerto de Buenos Aires al norte, por ejemplo, que cualquier productor de allí podía fabricarla por menos dinero.

Ese diseño particular de la infraestructura, combinado con el proceso de sustitución de importaciones, que comienza de manera forzada en la década del 30 del siglo pasado, cuando el mundo se cierra por culpa de la gran depresión, acaba pre configurando la emergencia del gran Buenos Aires, que será desde entonces un factor clave de desequilibrio político y económico.

Superada la segunda guerra, el mundo vuelve a abrirse al comercio y los países se suman a las nuevas instituciones de estabilización fuertemente influenciadas por el pensamiento keynesiano, como el FMI y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, que más tarde mutó en el Banco Mundial. Argentina, en cambio, elige sostener un proceso de sustitución de importaciones, pero ahora sin la necesidad coyuntural de hacerlo.

La nueva estrategia produce un problema estructural de escasez de divisas que nos acompañaría luego por muchos años, porque los recursos productivos dejan de asignarse a la generación de dólares, para intentar producir fronteras adentro aquellos bienes que la moneda extranjera permitía comprar.

El comercio internacional, como es sabido, es una manera indirecta de producir. Fabricamos computadoras, sembrando soja, toda vez que podemos intercambiar luego una cosa por la otra. La preocupación sobre el deterioro del precio internacional de nuestros productos, que hacía que cada vez necesitemos cosechar más trigo para comprar un tractor, podía justificar la razonabilidad de un proceso que buscaba fabricar internamente lo que cada vez costaba más afuera. Pero si la industrialización no es eficiente, o si el deterioro de los términos de intercambio no ocurre con mucha intensidad, no se produce el ahorro de divisas al que se aspiraba e incluso se termina necesitando cada vez más dólares.

Sumado a eso, aparece en ese mismo momento el proceso de inflación en la Argentina, que, combinado con la negativa de los gobiernos a reconocer la pérdida del valor de la moneda, generaron sistemáticamente fenómenos de atraso cambiario, que tarde o temprano terminaban colapsando en una fuerte devaluación.

La inflación destruyo la soberanía monetaria y el atraso cambiario fomentó sucesivos procesos de fugas de capitales toda vez que la insostenibilidad en la paridad de cambio era evidente y los capitales buscaban salir aprovechando el dólar barato

En esa segunda mitad tan convulsionada del siglo pasado hubo no obstante un faro intelectual. Arturo Frondizi comprendió perfectamente la necesidad de incorporar capitales privados para lograr el autoabastecimiento energético y planificar un desarrollo industrial, no ya orientado a sustituir importaciones, sino a exportar. La inestabilidad política se lo llevó puesto.

El resto de la historia es bastante más conocida. Sucesivos gobiernos militares, alternados con experiencias populistas que ineluctablemente terminaron en ajuste y devaluación. En particular, a partir del 76 un fenomenal proceso de desindustrialización, que nunca se pudo revertir

No volvió a haber jamás un proyecto de desarrollo. Alternamos entre el menemismo que pagó la fiesta de la clase media vendiendo las joyas de la abuela y el kirchnerismo que redistribuyó mientras duró el boom de la soja y se fue regalando los pocos dólares baratos que quedaban en las reservas para que la clase media compre autos y viaje a Brasil.

Ojalá este aniversario sirva para reflexionar y mirar un poco más hacia delante. Ojalá discutamos los motores del desarrollo para los próximos 100 años.

 

(*) El autor es economista, profesor de la UNLP y la UNNoBA, investigador del Instituto de Integración Latinoamericana (IIL) y autor de "Casual Mente" y "Psychonomics"

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