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Por MARTÍN TETAZ (*)
Ni militares ni convertibilidad; flotación administrada
Twitter: @martintetaz
La confusión del ex Ministro tenía sabor de propaganda. No se trata de un improvisado en esto de dar entrevistas, que pueda argüir que fue sorprendido en su buena fe y sacado de contexto. Tampoco es posible conjeturar una confusión, mucho menos una falta de comprensión del funcionamiento del modelo económico actual; estamos hablando de uno de los Economistas más formados y con mayor experiencia del país.
El lunes pasado Roberto Lavagna dijo que “lo que está haciendo el gobierno ya se hizo con los militares y en los 90 y no funcionó”. Pero la realidad es que prácticamente nunca desde el regreso de la democracia hubo en Argentina un régimen cambiario de flotación administrada, como el actual.
En castellano, bajo el modelo actual, el principio que gobierna la formación del precio del dólar es que este debe reflejar la escasez de divisas, de modo tal que si la economía se queda sin dólares, suba su precio para darle la señal a los consumidores de que deben dejar de consumir bienes dolarizados y al mismo tiempo indicarle a los productores que les conviene dedicarse a producir cosas que generen moneda extranjera; bienes y servicios que puedan eventualmente exportarse o que compitiendo contra las importaciones nos ahorren la necesidad de tener que comprar en el exterior.
Esa es la mejor manera de proteger al sector productivo de la economía, porque si por alguna razón hubiera una avalancha de importaciones y la industria redujera su tamaño, eso demandaría muchos dólares, haciendo que suba el precio del billete verde en nuestro país y que por lo tanto convenga más producir fronteras adentro. El mecanismo de flotación, al permitir que el tipo de cambio refleje la escasez de dólares, garantiza un paraguas de protección automático para la industria.
La “confusión” de Lavagna con la tablita de Martínez de Hoz o la Convertibilidad es que, bajo esos planes económicos, se usaba al dólar para bajar la inflación. Los militares primero y Cavallo después, mantuvieron artificialmente pinchado el tipo de cambio
Un sistema de estas características le permitió a Australia, por ejemplo, convertirse en una de las economías más abiertas y al mismo tiempo más competitivas del mundo, pero es cierto que hay un problema que en nuestro caso puede hacer naufragar el sistema; el déficit fiscal.
El exceso de gasto público por encima de los recursos genuinos provenientes de los impuestos, obliga a su financiación, o bien emitiendo dinero, o bien colocando deuda. Lo interesante es que la fabricación de billetes también es una forma de deuda, con la particularidad de que no paga ningún interés. En condiciones normales si hay mucha gente dispuesta a financiar al Tesoro, el gobierno podría conseguir recursos pagando una tasa muy baja e incluso es posible que el público acepte cubrir el déficit atesorando los billetes emitidos por el Banco Central, sin cobrarle absolutamente nada.
Obviamente, cuando el país ya tiene alta inflación esto es imposible, porque nadie es tan generoso como para prestar 100 para que le devuelvan 75 al año siguiente. En sistemas inflacionarios la fabricación de billetes genera más inflación.
La alternativa es entonces colocar deuda, o bien en mercado interno, o bien en el exterior. Con mercados de capitales poco desarrollados y bajas tasas de ahorro como las que hay en Argentina, cualquier intento del Gobierno por financiar el déficit fiscal con deuda interna desplaza fondos que no estarán disponibles para el sector privado. Es más gasto público a expensas de menor inversión privada, algo que solo puede ser razonable cuando por una crisis de incertidumbre los inversores no se animan a arriesgar en nuevos proyectos y entonces el Estado acaba ocupando el lugar que dejan los privados.
Queda entonces como opción más razonable la colocación de deuda en el exterior, pero acá el problema es que momentáneamente habrá sobreabundancia de dólares por culpa de esas emisiones en moneda extranjera. Si por culpa de la nueva deuda sobran los dólares, el Banco Central debería comprarlos incrementando las reservas, porque si así no lo hiciera, el precio del dólar se desplomaría y el sector productivo se hundiría en una fuerte recesión, puesto que sería muchísimo más barato importar que producir acá.
Puesto en otras palabras, si el gobierno financia el déficit fiscal con deuda externa no funciona el mecanismo de protección automático que describimos antes, porque cuando la industria se contrae, el dólar no sube. Por el eso el BCRA interviene comprando esos dólares del endeudamiento, para que la financiación de déficit no opere de manera perversa.
Por supuesto, el mejor antídoto contra todos estos problemas es directamente no tener déficit fiscal, pero hasta que el Gobierno logre resolver esto, las alternativas son deuda o inflación.
La “confusión” de Lavagna con la tablita de Martínez de Hoz o la Convertibilidad es que, bajo esos planes económicos, se usaba al dólar para bajar la inflación. Los militares primero y Cavallo después, mantuvieron artificialmente pinchado el tipo de cambio. La plata dulce le ponía un techo a las chances de remarcación de los formadores de precios locales, porque la competencia importada venía más barata. Al mismo tiempo, ambos regímenes combinaban la financiación del déficit usando deuda externa, con shocks de apertura de la economía; un coctel letal para la industria local.
El modelo actual no solo no usa al dólar como mecanismo para bajar la inflación, sino que el BCRA interviene para evitar que el precio de la divisa se desplome por culpa del ingreso de dólares proveniente de las colocaciones de deuda.
Pensemos que el Central compró 8.000 millones de dólares en el primer semestre del año. Si no lo hubiera hecho, el billete verde probablemente costaría hoy $12 o incluso menos y si así fuera, Lavagna tendría razón.
(*) El autor es economista, profesor de la UNLP y la UNNoBA, investigador del Instituto de Integración Latinoamericana (IIL) y autor de "Casual Mente" y "Psychonomics"
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