25 de Julio de 1999 | 00:00
Hace unos ocho años, en un pueblo del Sicilia, los vecinos amanecieron con una sorpresa ingrata. Decenas de gallinas sueltas se paseaban por la plaza central, las escaleras de la iglesia y las calles empedradas llevando una de las peores acusaciones que se pueden hacer en ese rincón del planeta, la de "cornutto". Alguien se había tomado el trabajo de poner sobreaviso a todos los engañados, atando a las patas de los animales los nombres de cada traición. En esa época, en la que Internet no se había popularizado aún, la tarea de aquel agitador anónimo puede que no haya sido difícil. Quizás le bastó con abrir los oídos a los rumores, y observar.
Pero eran otros tiempos y a pesar de que no ha pasado todavía una década desde entonces, hoy no siempre alcanza con chismes y pesquisas para advertir engaños de este tipo. Las infidelidades amorosas tienen un terreno nuevo para florecer, un terreno que las vuelve tan invisibles como ilimitadas: el de Internet.
Mucho se ha escrito en estos años sobre las posibilidades de la Red para conseguir información, divulgar ideas, promocionar productos, entablar relaciones comerciales, agilizar las comunicaciones a nivel global, y tantas otras cosas. Pero los profetas de la era informática rara vez mencionan que miles de usuarios regulares exploran en algún momento Internet en busca de contactos extramatrimoniales, que no siempre resultan tan virtuales como se cree.
En suma, la peor pesadilla de las esposas y maridos celosos, la de encontrarse alguna vez al "otro" escondido en el ropero, puede estar desarrollándose ahora mismo en la habitación de al lado, donde él o ella dicen estar pasando un trabajo en la computadora. Y lo peor de todo es que resulta casi imposible agarrarlos in fraganti. Un botón que se aprieta súbitamente y los amantes se esfuman, sin dejar ni las medias olvidadas, en el espacio virtual.
Se dirá que también en una comunicación telefónica basta con apretar un botón para eliminar las pruebas inmediatas de un engaño. Sin embargo no es lo mismo. A nadie se le ocurre agarrar la guía telefónica y buscar al azar un amante; pero sí es común entrar en alguno de los tantos canales de "chat" para adultos que hay en Internet para dar con un alma gemela.
Si bien el éxito en estos intentos no está garantizado de antemano, y de hecho se comenta que hace falta cierta habilidad y perseverancia para alcanzarlo; lo que sí está garantizado es su privacidad. Los seudónimos o "nicks" que se usan para presentarse en los canales de "chat" y la clave de acceso personal a las casillas de correo electrónico forman una dupla infranqueable para las sospechas de mujeres y maridos celosos.
Cuando se la ve a Angela (36, arquitecta) no es difícil imaginarla acostándose con una sonrisa sospechosa, junto a su pareja, incapaz de adivinar que ella acaba de despedirse de su amante en la habitación de al lado. Ella niega que haya llegado alguna vez a ese extremo; pero reconoce que solía esperar con ansia todos los días la hora de chatear con su novio ¿virtual? desde su trabajo.
Ellos se conocieron el año pasado en una sala para mayores de 30 de Ciudad Futura y la cosa empezó como un juego. "Siempre empieza como un juego -explica Angela-, nadie entra directamente a buscarse un amante; pero ese juego, tarde o temprano, se acelera hacia un final previsible".
El encuentro se produjo por los seudónimos, la primer seña de identidad en universo en el que es imposible guiarse al principio por el aspecto físico, la edad, la condición social o siquiera el sexo de los otros. Ella se había presentado como Penélope; él no tardó en aparecer como Ulises. Durante los primeras días conversaron en el canal general, con intervenciones ocasionales de terceros. Pero al encontrar cierta afinidad común no tardaron en pasarse a un canal privado, donde sólo ellos dos podían leer los mensajes del otro.
"Como a la semana -cuenta Angela- él me pidió el teléfono. Lo pensé varios días, porque la cosa ya dejaba de ser un juego. Finalmente decidí darle el de mi trabajo. Me pareció que era una buena forma de filtrarlo. Estaba segura que me iba a decepcionar cuando hablara con él. Pero no, todo lo contrario, me encantó su voz".
A la voz le siguió la imagen, una consecuencia habitual en este tipo de relaciones. Angela le pidió que le enviara una foto de él. La foto llegó ese mismo día con un pedido similar.
"La verdad es que al principio me resultó un poco chocante. No era como yo me lo imagina. No era ciertamente Richard Gere, pero tampoco estaba mal. Por eso acepte cuando unos días después él me pidió que nos juntáramos a compartir un café", dice Angela con unos ojos morochos y ardientes que por momentos se le encienden.
No había pasado todavía un mes de que Penélope y Ulises se cruzaran en el chat cuando se vieron las caras por primera vez. Y no fue una, sino cuatro tres veces. "Después desapareció y a pesar de que yo tenía forma de rastrearlo, me pareció que no servía de nada. Supongo que era casado. El chat está lleno de personas casadas", asegura Angela.
Así como el anonimato que ofrece el "chat" lo convierte en un campo fértil para toda clase de enlaces; también lo puede volver una trampa para ingenuos. Eso descubrió hace no mucho Francisco, un empleado público de 29 años que viene frecuentando varios canales, con distintos seudónimos y no demasiado éxito por el momento.
"Me metí de lleno en el chat este verano, cuando mi novia estaba de vacaciones. Las salidas a los bares no me estaban dando grandes resultados, porque en esa época no quedaba casi nadie en La Plata, y además tenía que esperar hasta el fin de semana. En cambio, desde mi laburo podía probar suerte todo los días. Así conocí a Marilyn, que estaba en un grupo de gente que se reunía conversar a la tarde", recuerda Francisco.
"Estaba alucinado, porque cuando empecé a conocerla me di cuenta que no sólo compartíamos un montón de cosas, sino que además era muy sensual. Eso hizo que me animara a enviarle a su correo cartas en las que le decía todo lo que me hubiera gustado hacerle de tenerla cerca. Ella respondía también con artillería pesada y el clima se recalentó enseguida", dice Francisco.
Sin embargo, cuando Francisco le pidió conocerla por teléfono, ella se negó a darle el número. El, que no quería que la relación terminara de esa forma, trató de convencerla con cartas de amor desesperado en las que le decía que no le importaba como fuera ella realmente.
"Pensé que era una mujer grande; o que quizás fuera muy fea -comenta Francisco-. Me negaba a aceptar que alguien me hubiera estado tomando el pelo. Pero fue mucho peor que eso. Marilyn me escribió diciéndome que estaba casado y que necesitaba a alguien que lo entendiera más que su mujer. Ese mismo día me cambié el nick".
Las infidelidades amorosas tienen un terreno nuevo para florecer: el de Internet
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