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Unas 2.000 personas recurren en La Plata a grupos de autoayuda

En la Ciudad funcionan cerca de 40 grupos de este tipo, desde los más antiguos formados por adictos a la bebida hasta los más recientes pensados para combatir ideas obsesivas o lograr contención ante algún familiar con problemas mentales. Elogiados por algunos y cuestionados por otros, conforman un fenómeno que explotó en los últimos años

Unas 2.000 personas recurren en La Plata a grupos de autoayuda
31 de Octubre de 2004 | 00:00
Cuando Fernando R. cumplió diez años, a fines de la década del setenta, cerca de su casa se escuchó un tiroteo que lo dejó paralizado. No era la primera vez que le pasaba, pero esta vez el pánico le mantuvo los ojos abiertos toda la noche. Aquel día no hubo festejo, no hubo alegría, no hubo nada. Sólo miedo. Y más miedo. A partir de ese momento, recuerda ahora, el temor no lo abandonaría nunca más. Fernando estaba convencido de que tenía que estar alerta: en su casa, en la escuela, en cualquier lado. Y cuando el miedo volvía a aparecer, lo único que podía hacer era quedarse quieto y contar en silencio. Si estaba en su casa contaba las luces de una araña que colgaba del techo, y si estaba en la calle se quedaba petrificado y empezaba, siempre en silencio, a contar las tejas de las casas vecinas. Una, dos, tres, infinitas veces. Contar era lo único que alejaba los fantasmas. Su vida comenzó así a hacerse más retraída, más solitaria. Terminó a duras penas el secundario y no pudo seguir la Universidad ni un trabajo que le permitía ganarse la vida. Porque el miedo estaba ahí, rondando, siempre cerca. Hoy, mucho tiempo después de aquellos primeros e interminables terrores, Fernando dice lo que padece casi de corrido: trastorno obsesivo compulsivo, estrés psicosomático y fobia social.

La historia de Susy es distinta. Pero parecida: durante años padeció depresiones y angustias que la hicieron ir y venir por infinidad de internaciones. Estaba siempre mal y no sabía por qué. Tenía una familia, amigos y un trabajo que le permitía vivir bien. Sin embargo, a Susy sólo le quedaban fuerzas para tirarse en la cama y ponerse a llorar. Hoy, con 69 años y una voz más repuesta, Susy sabe que padece una neurosis profunda y que, además, depende de los afectos de manera enfermiza.

Ni Susy ni Fernando se conocen. Sin embargo, forman hoy la punta de un mismo y gigantesco iceberg: el de las personas que se vuelcan a los grupos de autoayuda para intentar no caer derrotados ante sus peores angustias. Si bien no hay cifras oficiales, se calcula que en La Plata funcionan unos 40 grupos de este tipo, los cuales reciben semanalmente a unas 2 mil personas de entre 20 y 70 años. Están los neuróticos anónimos, los obsesivos compulsivos, las mujeres emocionalmente dependientes, los grupos de ayuda al suicida, los padres que perdieron hijos o los familiares de personas con alguna enfermedad. Pero también los tradicionales encuentros que organizan los alcohólicos en recuperación o los adictos al juego. Detrás de cada uno, se estima, se agrupan alrededor de 50 personas con historias que, palabras más, palabras menos, necesitan siempre ser escuchadas.

"La adicción a los afectos es una enfermedad considerada tan grave como el alcoholismo -cuenta Susy-. Cuando una mujer no tiene autoestima ni vida propia se va destruyendo tanto psicológica como físicamente. Los grupos nos demuestran que hay otros que padecen lo mismo, que no somos los únicos, y nos hacen ver sobre todo que se puede salir de ese infierno cambiando primero la forma de actuar, después de pensar y más tarde de sentir".

La mayoría surgió durante los primeros años de la década pasada, pero tomaron un impulso expansivo hace cuatro o cinco años. Suelen juntarse en parroquias, clubes de barrio o centros vecinales, y su dinámica, salvo contadas diferencias, responde siempre a los mismos procedimientos: las reuniones son semanales y duran entre dos y cuatro horas, con un intervalo que divide la parte teórica o de lectura de la testimonial. No hay líderes ni directores, sólo algún coordinador que puede ir rotando o una comisión que se encarga de pautar los encuentros y, en algunos casos, convocar a profesionales para organizar charlas.

"Lo que se busca es dar un poco de contención", explica Héctor Abel, presidente de la Asociación de Ayuda de Familiares de personas que padecen Esquizofrenia (AAFE), una ONG que nació hace tres años y que en la actualidad agrupa a poco más de 50 personas. Todos los lunes de 17 a 21, este grupo se junta en la sede de la Federación de Instituciones Culturales y Deportivas de La Plata -3 Nº 967- para enfrentar con voz propia un drama aún no muy conocido socialmente pero que suma casos a una velocidad que impresiona.

Para Abel, uno de los objetivos más importantes del grupo es "que la esquizofrenia sea aceptada socialmente. Es algo que cuesta; pensá que a veces los propios padres se niegan a reconocer la enfermedad mental de sus hijos. Eso es lo primero que se busca revertir en las charlas, porque lo único que genera esa actitud es discriminar al enfermo. Tampoco nos encerramos a compartir historias y nada más. Al contrario. Organizamos charlas con profesionales y nos vamos ayudando unos a otros para encarar la vida de la mejor manera posible. De eso se trata, al fin. Porque la vida sigue. Con miedo y dolor, pero sigue".

Atento a lo que dice Abel, el psiquiatra Pedro Gargoloff asegura que grupos como AAFE "son fundamentales para resolver cuestiones prácticas de lo cotidiano. Compartir una experiencia entre pares siempre es útil y enriquecedor. Pero ojo que esto no es un fenómeno local. En Estados Unidos, por ejemplo, las organizaciones de este tipo ya se han convertido en poderosas y reconocidas herramientas que promueven acciones para contener, orientar e informar tanto a las personas que sufren trastornos mentales como a sus familiares".

Sean personas con ideas obsesivas, con algún familiar enfermo o con tristezas que se repiten y se vuelven interminables, la realidad indica que forman parte de uno de los grandes y más complejos dramas de los tiempos que corren: la angustia, la depresión, la soledad.

Según la Organización Panamericana de la Salud, el 12 por ciento de la población general sufre depresión. En nuestro país, la Asociación Argentina de Psiquiatras estima que la padece el 10 por ciento de la población activa. Entre ellos, la proporción entre los sexos es de dos mujeres por cada hombre. Pero si se toma el segmento adolescente y joven, son los varones los que doblan a las mujeres (19,6 a 10,5 por ciento), mientras que entre los 30 y 39 años, las diferencias son del 25,9 de mujeres y 16,2 de hombres.

Lugar común, el sufrimiento. Un sufrimiento que se hace espina encarnada entre las personas que recurren a los grupos de autoayuda y que, tal vez por la comodidad que ofrece la distancia, también es tema de debate entre algunos profesionales que ven al fenómeno con un dejo de cuestionamiento siempre afín al mundillo de los conceptos. ¿Sirven o no sirven? ¿Ayudan en serio o tapan problemas de fondo?

Subidos al tren del replanteo y el debate intelectual, en el Colegio de Psicólogos de La Plata, por ejemplo, sus autoridades mantienen una actitud un tanto crítica frente a los grupos de ayuda mutua, aunque ninguno se ocupa en aclarar que, en la mayoría de los casos, las personas que llegan a estos grupos lo hacen luego de haber pasado por largas frustraciones frente al consultorio de algún analista. Y por supuesto: después de haber dejado dinero para obtener a cambio respuestas que les resultaron estériles.

"Pero hay muchos profesionales que los recomiendan -aclara Susy-. No son grupos improvisados y suelen estar comunicados con organizaciones similares de otros países. Y lo más importante: son absolutamente gratuitos. Ninguno tiene fines lucrativos; lo único que los moviliza es la intención de poder darle una mano a quien la está pasando mal".

Para el psiquiatra Donato Orlando D'Agostino, en tanto, asesor del equipo interdisciplinario que compone el Centro Integral de Psicología Aplicada y durante años jefe de servicio de rehabilitación del Hospital Alejandro Korn, los grupos de ayuda mutua "se desenvuelven efectivamente cuando la coordinación de los mismos es efectuada por un profesional del área. De lo contrario se pueden generar inconvenientes de convivencia grupal que desvirtúan el objetivo solidario que los convocó". Parecidos o diferentes, cuestionados o elogiados, lo cierto es que todas las semanas los grupos de autoayuda convocan a cientos de personas que intercambian experiencias con un claro y único propósito: salir adelante en un mundo que cada día se les vuelve más hostil.

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