Volar como los pájaros
28 de Septiembre de 2008 | 00:00
Arranca el motor y comienza el trayecto en la pista de vuelo. La velocidad se incrementa y la avioneta despega. Seis pasajeros y un piloto, ascienden en sentido diagonal, y alcanzan unos 3000 metros de altura. Desde adentro, la ansiedad se contagia. El momento llega. La puerta de la avioneta se abre y el viento se filtra entre las anatomías humanas, que pretenden ser aves por unos instantes. Comienza la acción. Un último impulso basta para que la novata paracaidista se lance al cielo junto a su instructor. Los cuerpos se entrelazan con el aire y la respiración sobrevuela a las nubes. La realidad disminuida pero, amplificada a la vez, irrumpe en fragmentos de tierra recortados entre marcos de nubes. La caída. La velocidad se acelera en segundos de libertad absoluta. Todo está calculado para caer sobre el mundo sin sobresaltos. El aterrizaje se desliza suavemente entre distancias mínimas de cielo y tierra. La rayuela regresa a su comienzo sin precipitaciones.
Sobre la entrada de la escuela de paracaidismo, se escuchan risas y voces que dialogan en una lengua extranjera. Cuatro israelitas observan la estela que deja el avión desde el que se van a lanzar sus compañeros. Son ocho en total y están disfrutando unas vacaciones después de terminar el servicio militar obligatorio en Israel, que tiene como campo de batalla la propia guerra. "Vienen muchos israelíes a saltar a la Argentina. Cuando terminan los tres años del servicio, pueden retirar un sueldo que les fue depositado durante su actividad. La mayoría lo hace como un viaje de egresados y vienen acá porque es barato", cuenta Ignacio Colado, piloto de Aerolíneas Argentinas, paracaidista y camarógrafo del club.
En la escuela funciona un curso de paracaidismo cada fin de semana. Se conforman grupos de aproximadamente diez personas, entre los 22 y 28 años que se preparan para ser paracaidistas y recibir su licencia. Para quienes desean experimentar el vuelo y no profesionalizarse en el tema, se realiza un salto con un equipo Tandem (biplaza), junto a su instructor, con previas indicaciones en tierra.
Matías Grela, es instructor de paracaidismo. Tiene más de 3000 saltos, estudió en Córdoba y en La Plata se preparó para ser Tandem. Es decir, puede hacer saltos con gente que no sabe nada, a quienes se le explica principalmente lo que no deben hacer, como no sujetarse de otra persona o de alguna parte del avión y de qué forma poner el cuerpo. "El resto es trabajo nuestro", asegura Matías, y agrega que están recibiendo por año unos 12 paracaidistas, trabajando sólo durante el fin de semana.
Según Ignacio el 80% de los aspirantes a volar, son ingenieros en sistema, o sus trabajos están relacionados a esta temática. Encontrar un "cable al cielo", para desenchufarse de la rutina, parece ser el motivo que los impulsa a realizar este deporte.
"Mayoritariamente son jóvenes que buscan un deporte distinto, es una actividad para la cual el ser humano no está hecho, volar es para los pájaros".
El paracaidismo puede asociarse a una elección excéntrica que involucra a los más jóvenes. Sin embargo, conversando con quienes hacen de este deporte una parte de su vida, o su vida, la elección se acerca a otro tipo de búsquedas. Existe una primera aproximación cargada de adrenalina en la sensación de la caída libre, mientras que otros se acercan con la intención de desestructurarse en cuerpo y mente de la metódica vida cotidiana. "Con lo que más pelean las personas es contra la ansiedad, entonces se trabaja para tener la suficiente paz previa al salto, a pesar de que están abriendo la puerta de un avión", señala Matías.
Quienes se preparan para ser paracaidistas, tienen durante varios fines de semana un riguroso entrenamiento teórico y práctico en tierra. "Yo tengo que enseñarles para que luego aprendan algo de las clases prácticas reales de minutos, que es lo que dura el salto. Puedo hablar tres días seguidos pero hasta que no saltan, no aprenden todo lo que se les explica".
El proceso de preparación previo a volar implica que el o la alumna aprenda en tierra a plegar el paracaídas, salir del avión, estabilizarse durante el vuelo en caída libre, y resolver las emergencias. Para esto, los equipos cuentan con dos paracaídas, el principal y uno de emergencia, pero siendo una actividad de riesgo, aseguran que los accidentes son muy poco comunes.
Esta actividad empezó como un medio de estrategia militar para infiltrar soldados dentro de un campo enemigo, por lo que hasta hace 25 años atrás, en la Argentina los equipos que se usaban para practicar el deporte, eran militares. Actualmente, los equipos son mucho más sofisticados, seguros y cuentan con una mayor durabilidad. Los equipos de escuela tienen que estar certificados, deben tener abridores automáticos y ser grandes, para que puedan flotar y permitir un aterrizaje suave y placentero. A diferencia, de éstos los paracaídas profesionales son sólo un tercio del tamaño del que utilizan los alumnos.
"En aproximadamente 3 mil metros, son 40 segundos de caída libre a una velocidad de 200 Km. por hora, depende de cómo sea el cuerpo de cada uno y cómo vuele. A los 1500 metros se abre el paracaídas, y vuelan alrededor de 7 minutos, hasta llegar a la puerta del club donde aterrizan", calcula Ignacio.
Luego de realizar 24 saltos viene un inspector de la Fuerza Aérea, les toma un examen escrito y uno práctico donde el inspector asiste el salto del aspirante, si lo aprueban le otorgan una licencia que habilita a la persona como Paracaidista Deportivo. Luego, se puede obtener mediante un test, una licencia Internacional de la F.A.I (Federación Aeronáutica Internacional), que le permite saltar en cualquier país del mundo.
Una de las características que hace que el plantel de la escuela esté conformado por jóvenes, es por los costos económicos que implica la actividad. "La mayoría vive con la familia y trabajan, no tienen muchos gastos, razón que les posibilita ahorrar para hacer este tipo de cosas y luego mantenerse saltando", reconoce Matías, y señala que un salto bautismo cuesta $500, y un curso completo $5000.
Cada paracaidista recibido debe llevar su licencia, el certificado de un examen psicofísico aprobado por la Fuerza Aérea, y un libro de saltos, donde se registra todo lo que ha hecho. No obstante, si transcurrió un año y la persona no ha saltado, aunque tenga la licencia, está obligada a realizar el salto junto a un instructor. La plaza que debe pagar para que lo dejen subir en el avión y realizar el salto, es de $100.
Las Actividades del Club
Carlos Calafell es el vice- presidente del Club, instructor de paracaidismo, tiene más de 2000 saltos, es y uno de los más antiguos del lugar. Está en el club desde el año '78, y reconoce que después de hacer el servicio militar en Córdoba de paracaidista, comenzó a buscar la manera de practicar la actividad civilmente. "El aeroclub tiene 75 años y antes de que la parte de paracaidismo se transforme en una escuela, era una brigada. Hace alrededor de 30 años que se transformó en una actividad civil". De esta manera, al concurrir mucha gente se empezó a organizar la actividad, para que esté más regulada, y se haga de manera más segura, profesionalizando el deporte, como una disciplina civil.
Según Carlos lo que más funciona para dar a conocer el lugar es el "boca a boca". Quien haya realizado un salto se lo cuenta a sus parientes y amigos, muestra los videos y las fotos. Asimismo, hay más difusión en capital, donde por el constante tráfico aéreo es imposible practicar el paracaidismo, que en la propia Ciudad.
La actividad depende siempre de las condiciones meteorológicas, un día de lluvia, nublado, o muy ventoso imposibilita los saltos. A su vez, los días fríos de invierno, no estimulan ni favorecen el deporte, ya que si en tierra hace 10 grados, a 3000 metros de altura se transforman en 10 grados bajo cero. Es por esto, que la temporada de verano es cuando el club- escuela se llena de visitantes, de los cuales muchos sólo vienen a pasar la tarde, a disfrutar la pileta y del parador con amigos.
Cuando se pone el sol, los paracaidistas despiden al día dando por finalizada la actividad. Pero, durante el verano, el atardecer es un anticipo del festejo de un encuentro entre amigos y amigas. El club se llena de jóvenes, de los cuales muchos vienen desde Buenos Aires. "Lamentablemente en La Plata, nunca tuvimos difusión del paracaidismo, son pocos los que conocen la existencia de la escuela - manifiesta Carlos- a pesar de ser un club con un montón de logros, que tiene títulos mundiales de competencias en Estados Unidos, Tailandia, Brasil, y Venezuela. La gente es llamada para participar, porque es un club muy antiguo y tiene un muy buen nivel de vuelo".
La formación en paracaidismo no tiene fin, no se termina nunca la carrera porque continuamente están apareciendo modalidades nuevas. Los instructores expresan su interés por seguir experimentando y estar en contacto con otros países para continuar especializándose en el tema. Carlos, admite que fueron autodidactas en el club creando disciplinas, como la formación de velámenes, que son figuras en el aire con el paracaídas abierto. "Cualquier insignificancia que hagas en caída libre influye en el vuelo, ahora se utilizan buzos muy grandes y con alas para tener más desplazamiento y hacer vuelos de trayectoria".
La Partida
Desde el cielo desciende a toda velocidad un paracaidista que lleva en su casco una cámara de filmar. Lo apodan 'El Araña', dicen que volar es parte de su esencia. Daniel García, su compañero, consigue deslizarse por el aire aparentando bajar desde un tobogán inexistente. De profesión fotógrafo, hace 18 años que se dedica a esta interesante combinación y admite que es adictivo, "una vez que empezás no parás" - y asume modestamente que- "combinar el deporte con el arte de capturar imágenes, es pura práctica".
El último grupo de israelitas ya llegó a tierra y se junta para la partida. Mientras disfrutan de los últimos suspiros del sol, los camarógrafos editan los videos y preparan las fotos. En una pequeña isla de edición, Javier Rodríguez se suma al grupo editor.
En tierra, la aerodinámica es sólo parte de la memoria del cuerpo. Durante el resto del día el cielo de Tolosa será solo dominio exclusivo de las aves.
Fotos gentileza: Daniel García
La experiencia de los alumnos
Mónica Fuentes (20 años)
Es de la República del Salvador y desde enero de este año, está estudiando en la Ciudad, Ingeniería Química. Hacia principios de marzo comenzó la Escuela de Paracaidismo.
"Me llamaba mucho la atención desde pequeña, cuando estaba en El Salvador, allí tuve que esperar hasta tener la mayoría de edad, 18 años, para poder hacer mi primer salto.Luego conseguí una beca de estudio para venir a estudiar a la Argentina, y decidí seguir con el paracaidismo acá. Averigüé en Internet, escuché que en La Plata, el deporte tenía un buen nivel y arranqué.
Al principio empecé con mi instructor, saltaba con él, prácticamente yo no tenía que hacer nada.
Me daba un poco de miedo, pero es bastante seguro, y a medida que vas saltando vas perdiendo el miedo", asegura Mónica, quién ya hizo los 15 saltos mínimos que exige la Fuerza Area, por lo que ahora está esperando por su licencia de paracaidista.
Mónica manifiesta que en los primeros saltos lo más difícil es salir del avión y en ese momento es cuando se siente mucha adrenalina, "mientras se pasa por las nubes, se puede ver toda la ciudad de La Plata. Después que uno abre el paracaídas, el vuelo dura cuatro minutos, esa sensación es relajante".
En sus saltos, nunca tuvo emergencias, y afirma que es raro que se den, el aterrizaje se puede complicar por el viento, pero advierte, que no pasa nada porque los paracaídas están diseñados para alumnos. "Acá es más seguro que en el Salvador. Allá los paracaídas no son para alumnos. La modalidad es un curso de 'línea estática', desde el primer salto va una totalmente sola. Tiene una línea conectada al avión, que hace que el paracaídas se abra solo. El tiempo de caída libre es corto y una no aprende nada. La modalidad del curso acá es AFF, que significa que el instructor está con una en los primeros saltos. Durante el vuelo nos filman y en ese video se puede ver todo lo que se hizo en el aire, así el instructor observa tus posicionamientos, y hasta que no está seguro no te deja sola", admite Mónica y señala que quiere seguir aprendiendo, y en un futuro le interesaría ser paracaidista - fotógrafa, y poder captar ella misma las imágenes desde el aire.
Matías Iriarte (31 años):
Es Ingeniero en Sistemas, y desde los 18 años, cuando visitó un amigo en Neuquén que practicaba el paracaidismo, comenzó a interesarse por el deporte. Su primer salto bautismo lo hizo en el año 2000, con un amigo en la Localidad de Lobos.
"Me gustó mucho, pero en ese momento no disponía de dinero para hacer el curso y no pude arrancar. En diciembre del 2007, volví hacer un salto bautismo con amigos, y en febrero de este año comencé en el curso de la Escuela de Paracaidismo", cuenta Matías y destaca que lo que más lo atrapa es la adrenalina permanente que hay en este deporte.
"Al principio hay más una sensación de entretenimiento. Cuando tu instructor de deja y saltás solo ya tenés que concentrarte más en lo que estas aprendiendo, lo vivís distinto, estás más pendiente de la seguridad y hay una mayor responsabilidad".
Según Matías lo que más le cuesta son los aterrizajes, porque hay que conocer el viento. "Cuando estas llegando a tierra el viento puede cambiar y tenés que ajustarte a esa situación. Por eso cuando se inicia el curso, el instructor en lo que más se enfoca es en la seguridad".
Actualmente le falta un poco para terminar el curso, y una vez obtenida la licencia por Fuerza Aérea, tiene pensado continuar con los saltos una o dos veces por mes. "Es como un hobby, no se si voy a llegar al nivel de tener un equipo propio, porque es muy caro, pero, a pesar de que sólo pueda venir los fines de semana porque vivo en Capital, no pienso dejar de practicarlo".
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