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El duro retorno al campo de batalla

La necesidad de reencontrarse con el escenario de la guerra lleva cada año a Malvinas a decenas de ex combatientes como Luis Aparicio, quien volvió tras una foto histórica

El duro retorno al campo de batalla

El duro retorno al campo de batalla

1 de Abril de 2012 | 00:00

Desde que en 1999 un acuerdo entre nuestro país y el Reino Unido restableció el ingreso de argentinos a Malvinas, cientos de veteranos han vuelto a las Islas. Para la mayoría de ellos, el retorno a los campos de batalla es casi una necesidad, un medio de reencontrarse de manera palpable con sus vivencias y acaso también una chance para ir dejándolas atrás. Como algunos de sus compañeros del Centro de Ex Combatientes de La Plata, Luis Aparicio lo hizo ya más de una vez; la primera fue llevado por una vieja foto y el recuerdo de una mañana de horror.

Clic para ampliar“Este que está al lado mío es Jorge Suárez, un muchacho de Banfield. Es la mañana del 12 de junio de 1982, la mañana de la batalla de Monte Longdon, y somos prisioneros de la compañía B del Regimiento 7. Esto es justo abajo de un montículo donde hoy hay una cruz, no muy lejos de donde estaban nuestras trincheras”, describe Luis señalando una foto en blanco y negro que se ha vuelto con los años un símbolo de Malvinas.

Junto a sus compañeros de la primera sección de la Compañía B, Luis ocupaba una línea de trincheras en una suerte de terraza que posee el Monte Longdon frente al Monte Kent, uno los puntos más expuestos al ataque inglés. Si bien en esa posición eran originalmente unos cincuenta hombres, a medida que se acercaba el enemigo se les fueron incorporando refuerzos hasta formar un cuerpo de cerca de 70 personas entre oficiales, suboficiales y soldados.

“Yo compartía una trinchera junto a otros dos compañeros y tenía una bazooka, un arma completamente inútil para ese tipo de enfrentamiento y que además no funcionaba. Cerca nuestro habían instalado un radar de tierra porque el ataque de las tropas inglesas era algo que se esperaba ya de una noche a otra. Lo increíble es que cuando finalmente se produjo el radar no lo detectó”, relata Luis.

“Había anochecido temprano, como a las cinco de la tarde, y serían las nueve y pico cuando de golpe nos encontramos con un regimiento inglés encima nuestro -recuerda-. Aparecieron de la nada por entre nosotros; y apenas se produjo el primer choque el cielo se iluminó con bengalas que dejaron al descubierto nuestras posiciones. Entonces los ingleses empezaron a ametrallar todo lo que se movía”.

“Nosotros estábamos justo en uno de los lugares por donde habían subido. Al lado nuestro había una ametralladora que les tiraba y que la acallaron con una granada. Los tres o cuatro chicos que estaban ahí murieron; lo mismo que los del radar. En unos pocos minutos el lugar se llenó de muertos y heridos. Los ingleses avanzaban gritando y rematando gente con bayoneta. Al verlos venir nuestros compañeros que estaban más atrás se replegaron y nosotros quedamos aislados ahí, escuchándolos pasar por encima”, cuenta Luis.

“En el momento en que se produjo el ataque yo estaba sólo con uno de mis compañeros, Juan Andrioli, porque el otro se encontraba en la posición de al lado. Y al escuchar a los ingleses pasando por encima me entré a desesperar.`Acá nos matan`, le decía a Juan y quería salir de la trinchera a toda costa, pero él no me dejaba. Cuando finalmente lo convencí y salimos, los ingleses ya habían tomado toda la zona. Nos agarraron y nos pegaron culatazos. A él se lo llevaron a un lugar donde todavía se estaban tiroteando y recibió un balazo que lo rozó la panza; a mí me empezaron a zamarrear y a golpear, me robaron toda la plata que tenía y me obligaron a sacarme la ropa”.

Entre los primeros prisioneros tomados por las tropas inglesas esa mañana, a Luis lo llevaron a un comando vecino a Monte Longdon donde le pidieron que les revelara las posiciones de las minas y los morteros argentinos. “¿Pero qué les podía decir yo si me había pasado la guerra adentro de una trinchera?”, explica él al relatar cómo le ordenaron ir a convencer a sus compañeros de posición de quetambién se rindieran, ya que de otra forma iban a matarlos.

“En el transcurso de esa mañana fueron llegando cada vez más prisioneros y nos pusieron a todos en este lugar -dice Luis señalando la foto-. Nunca me devolvieron la ropa pero un muchacho llamado Medina me dio su chaquetilla, sus guantes y este gorrito. Estuvimos ahí un buen rato, mientras caían sobre nosotros cañonazos argentinos que rebotaban contra la piedras y en medio de un montón de muertos de los dos bandos”.

“Unas horas más tarde nos iban a dar palas para que enterrráramos a nuestros muertos, pero en ese momento todavía estábamos ahí viendo ir y venir a los relevos ingleses. Al pasar al lado nuestro nos insultaban y escupían, porque ellos también habían perdido a sus compañeros. Fue entonces que apareció de pronto aquel tipo caminando, se paró, se volvió y nos sacó la foto”, cuenta Luis.

El tipo se llamaba Tom Smith, era un corresponsal de guerra inglés, y su foto iba a convertirse en un símbolo de Malvinas: unos soldados casi adolescentes, hambreados y castigados por el frío; antes a merced de sus superiores, ahora a merced de sus enemigos.

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