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En La Plata hay cada vez más personas que buscan comer sano. En el último tiempo proliferaron locales que ofrecen una variada oferta de comida nutritiva y gustosa. Se volvieron clave a la hora de encontrar una alternativa rápida, nutritiva y no tan costosa
Por LEANDRO SAVORETTI
En el centro de la Ciudad, la escena se repite de lunes a viernes. Llega el mediodía, y mujeres y hombres salen de sus oficinas a buscar apurados su ración de comida. Se mueven con ligereza. Con pasos cortos. Hay que alimentarse y no hay tiempo. Treinta minutos no alcanzan.
Hace unos años, el vértigo se resolvía con un sánguche... Y vuelta a la rutina. Otros se daban cierto gustito y se hacían una panzada de frituras: una buena milanesa, papás fritas y, eso sí, para cortar, una ensaladita ligth. Lo que costaba era volver a la oficina. ¿Y llevar comida preparada desde casa? ¿Quién puede hacerlo? Hoy parece imposible.
Pero ahora todo cambió. En el centro de La Plata, hay cada vez más opciones para comer sin dejar el sueldo a cambio. Ni empanada, ni la tarta o el bendito sanguche de milanesa. Se lo llama comida urbana: una opción saludable y nutritiva.
ALMORZAR POR KILO
La comida se vende por kilo. El precio va, según el comercio, desde los 65 a 90 pesos. Una persona puede llenar su bandeja con unos 250 gramos, por lo que, en promedio, un almuerzo le terminará costando entre 20 y 50 pesos.
Uno llega a cualquier local que tenga esta modalidad, toma una bandejita plástica y se acerca a las bandejas de acero que contienen una gran variedad de platos calientes (desde tortillas y milanesa hasta arroz con marisco y chop suey) acompañamientos y ensaladas. Las opciones para armar tu propio almuerzo son múltiples. Es una aventura de colores y sabores que primero entran por los ojos.
Pedro hace 26 años tiene su local sobre diagonal 80. Cuando empezó, dice, era el único negocio en la cuadra que vendía comida. “Ahora está de moda la rúcula”, dice. Y mientras hace un recorrido por las bandejas de su local, recuerda: “cuando empecé ni existía esto de pesar la comida”.
Hoy, en su manzana, hay nueve locales que venden comida por kilo. En promedio, por su local afirma Pedro pasan -de no creer- unas 500 personas.
Desde muy temprano, entre las siete y las diez de la mañana, los cocineros preparan todo. A partir de las 10.30 –cuando en el trabajo está entre la segunda y tercera ronda de mates- ya tiene la posibilidad de elegir lo que comerá ese mediodía.
Ezequiel Chen nació hace 38 años en Taiwan y hace 19 – la mitad de su vida- que vive en La Plata. Es uno de los encargados de un local de comida vegetariana que mezcla recetas de su país de origen con las argentinas. Cuando comenzaron, hace ocho años, al local sólo se acercaban personas mayores y otros esporádicos que caían por recomendación de su médico quien le había quitado la carne de su dieta. Hoy pasan entre 100 y 150 personas por día. Los platos que más se venden son los bocadillos de acelga y calabaza, la empanada china, bastones de queso, fideos de arroz y arroz yamaní.
Puertas adentro de las empresas, como en una oficina no pueden salir todos al mismo tiempo se reparten el turno y uno es el que se encarga de levantar el menú de todos los compañeros. Todos para uno. Pero no un menú para todos.
LA GENTE CAMBIA LA MANERA DE COMER
A diario, pocos problemas develan tanto a los oficinistas en el centro de la Ciudad como la hora del almuerzo. “Uh, ¿hoy qué comemos?”, se preguntan como un eco que se irá repitiendo de computadora a computadora.
Almuerzo deriva del latín admordium que quiere decir mordisco. Aunque suene trágico. En la vorágine citadina muchos dejan pasar el almuerzo. A otros se les olvida. Ni mencionar a quienes dicen que no pueden cortar un segundo. Ni para comprar un sanguche, siquiera.
Es mediodía. El movimiento comercial se intensifica. Aumenta la cantidad de autos en las calles y también los bocinazos. La gente no camina. Se desliza en el aire. Lleva el paso apresurada de un maratonista. No hay tiempo: hay que salir de la oficina, llegar al local, elegir nuestro almuerzo. Hacer la fila detrás de 10, 15, 20 personas. Pagar. Volver a la oficina. Abrir nuestro almuerzo. Comer.
Bajo el eslogan sano, rico y nutritivo oficinistas, abogados, contadores, estatales, docentes y transeúntes ocasionales. Las opciones pueden ir desde un cuarto de pollo al horno con risotto de verduras hasta milanesas vegetarianas con papas rústicas. Y desde pan de carne con budín tricolor (espinaca, calabaza y salsa blanca) hasta el renombrado colchón de hojas verdes, pan tostado de campo, queso, morrones, zucchinis y berenjenas asadas. En tiempo y dinero si uno no se excede puede darse el lujo de comer rico y variado.
Mauro, es programador en una empresa multinacional. Desde hace años trabaja en pleno centro como cientos de compañeros. Para sus empleados la empresa contrató a una reconocida panadería de la zona. Cada mañana una chica pasa con tres opciones de menú diferente. Quien quiera elige una de esas tres opciones –les cuesta 24 pesos- que cambian con el correr de los días. Al mediodía, la chica vuelve a pasar con el carrito repleto. Mauro, normalmente, opta por una ensalada y “en lo posible trato de ir al merendero y me tomo la hora que me da la empresa”. Aunque no siempre sea así. “A veces la rutina del trabajo hace que almorcemos al lado de la computador, sin parar”, dice el técnico en informática.
Las opciones pueden ir desde un cuarto de pollo al horno con risotto de verduras hasta milanesas vegetarianas con papas rústicas. Y desde pan de carne con budín tricolor hasta el renombrado colchón de hojas verdes, pan tostado de campo, queso, morrones, zucchinis y berenjenas asadas. En tiempo y dinero si uno no se excede puede darse el lujo de comer rico y variado
NI DEMASIADO. NI MUY POCO.
Ya es clásica la frase que Buda inmortalizó: “somos lo que comemos”. En septiembre de este año, un estudio de la Universidad de Arkansas reveló que la percepción del sabor de un menú es más positiva y la sensación de saciedad es mayor cuando el consumidor ingiere su comida acompañado, fuera del ámbito laboral en vez de hacerlo en la oficina. La muestra también concluyó que el tiempo empleado por cada comensal para acabarse el plato determinó que en los entornos más realistas se incrementa el tiempo que uno le destina al almuerzo.
“Hacía falta una conciencia de comer más saludable”, dice Alicia que junto a una amiga y socia desde hace cinco años se encargan de armar viandas saludables congeladas. Hoy venden un promedio de 1500 a 2000 por mes. Desde hace unos años se está pensando en comer mejor: libre de grasas y todo bajo en sodio. “Nuestra idea es ayudar a la gente a que coma más saludable, con una opción rápida”. En su negocio de comida saludable tienen 24 opciones de menú entre carne, pollo y pastas. Alicia tiene su podio: pollo al champiñón, supremas con budín de acelga y milanesa de pescado con puré de calabaza. Honores aparte, el chop suey de pollo.
“La contraparte de esto es que la falta de tiempo te lleva a comer solo”. Estamos todo el día conectados a algún aparato y el almuerzo debería ser un espacio para poder compartir con otras personas. “Sería ideal con la familia”, mira hacia atrás Alicia, “pero eso hace mucho se perdió”.
En la ciudad de Córdoba, por ejemplo, para los empleados estatales desde el Gobierno impulsaron una política de alimentación saludable. En la dieta se comenzó a reemplazar de manera gradual el pan criollo –los tentadores bizcochitos- por el pan francés, reducido en sodio y sin agregado de grasas.
Además dentro de la dieta se intenta incorporar la fruta como colación y promover el uso de las escaleras en vez del ascensor. Para algunos edificios públicos está la idea de construir un vestuario con duchas para que los trabajadores que se acerquen en bicicleta hasta el trabajo tengan la posibilidad de pegarse una ducha, quitarse la transpiración y puedan ponerse en condiciones para comenzar la jornada laboral.
HAY QUE LLENAR NUESTRO TANQUE DE GASOLINA
Selva y Fabián trabajaron como oficinistas durante años. Un día se cansaron de ver tanta luz artificial y enterarse de lo que afuera ocurrida a través de su computadora. Hasta ahí llegaron. Desde hace un año abrieron un local de comida urbana, al paso. Ensaladas con pastas y semillas, wrpas y frutas cortadas a cuchillo son sus ofertas culinarias. No tienen delivery. Sí, atención personalizada. Los empleados y vecinos de la zona que se antojan con un almuerzo de este tipo tienen la posibilidad de comunicarse y hacer pequeños cambios, de acuerdo a sus gustos. “A esa ensalada no le pongas queso”, dice un cliente. “Mejor me llevo cuatro de fideos y colchón verde”, pide una señora no más alta que el mostrador.
María Paz Bettiol nutricionista, MP 2565 Universidad de Buenos Aire, dice que “es fundamental conocer un poco los alimentos: comer rico, saludable y es un desafío. La clave está en saber elegir”. Bettiol, además, remarca que más allá de las múltiples opciones que tenemos es importante tener en cuenta la forma y el lugar donde comemos. “Estamos acostumbrados a la sensación de malestar, pesadez, al dolor de cabeza y rara vez lo relacionamos con la comida y el contexto en que la consumimos”.
A la hora del almuerzo, para Bettiol “no nos debemos olvidar de tomarnos un tiempo para comer despacio, masticar bien, encontrar un lugar tranquilo, sin ruidos molestos y dejar de lado otras actividades”. Es así. Todo esto hace que nuestro consumo diario de alimentos pueda ser saludable.
COMER MÁS SANO TE HACE SENTIR MEJOR
Betiana es cocinera, está a pasos de tribunales, en uno de los centros neurálgicos de la ciudad lleno de abogados y oficinistas y por su local pasan unas 70 personas a diario. De sus comensales cuenta que la mayoría se vuelve con su bandejita al trabajo.
En esta época dejó por un rato los potentes guisos. Para el verano tienen exclusividad los platos. Hay arrollados, ensaladas con semillas, kanikama y la clásica y bien ponderada ensalada rusa. ¿Cómo hacer para ofrecer este menú de comidas saludables?
Para Betiana una de las clave es estar atenta al mercado: buscar los productos de estación, fijarse cuáles son los alimentos que mejor precio tienen y sobre todo usar la improvisación. La magia que te da la cocina. “Ahora se usan cocciones más cortas, se hacen más combinaciones y se conocen más productos”. Los urbano-almuerzo-dependientes-, chochos.
Patricio es agente de seguros. Su lugar de trabajo es compartido por otras seiscientas personas. Imagínense lo que debe ser ese terraplén hambriento cuando llega el mediodía. Apenas cuentan con treinta minutos para resolver dónde y qué comer. “No tenés el tiempo que necesitás, alcanza justo”. Alcanza, supongo, para volver al trabajo con el último bocado a medio masticar.
Patricio intenta comer siempre liviano. Aunque en su dieta de vez en cuando se cola una buena milanesa con papás, un sanguche suculento y por qué no, una pizza. Eso sí, él cuando puede busca un banquito y come tranquilo su almuerzo. “No hay posibilidad de sobremesa”, se lamenta.
Patricio se ilusiona con la idea que en cualquier momento pueda estacionarse en la puerta del edificio de calle 51 un foodtruck a vender hamburguesas, sanguches de vacío, choripanes, morcilla. “Se llenaría de plata”, dice entre risas.
Selva tiene la experiencia de haber trabajo años –muchos, hasta saciarse- en una oficina. Conoce el paño: sabe lo que es lidiar con la mente, el estómago y el bolsillo para encontrar un sitio que haga rica comida y que no se termine quedando con un ojo de la cara. Selva junto a Fabián, decidieron cambiar de aire y desde hace un año abrieron su local de comida urbana, al paso. Sus especialidades las ensaladas con pasta y los wrpas. “La gente busca comer variado, sano, fresco y barato. “El precio es lo que más cuesta mantener: uno no quiere subirse a la vorágine de los aumentos pero a veces no se puede”.
Como se dijo, una de las innovaciones del momento son los Wraps. Una suerte de taco con una masa un poco más suave y finita que puede rellenarse con lo que se nos ocurra. “Hacer wraps nos pareció una buena opción y nos da la posibilidad para ir creando gustos diferentes”, dice Selva. En cuanto a las ensaladas que salen como pan caliente aclara que sin embargo “hay gente que entra, ve las ensaladas y se va”.
Hoy estamos todos a las recorridas lamentablemente. Quizá uno no puede almorzar en el horario que debe o quiere. La comida urbana está pensada para que te acompañe en lo que tengas que hacer al mediodía. “Muy entre paréntesis”, ríe Selva, “ahora me cuesta a mí encontrar un espacio para almorzar”.
Aunque en casa comamos lo mismo, buscar comida afuera es una aventura. En estos tiempos sin tiempo, comer saludable es todo un desafío.
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