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Revista Domingo |HISTORIA

Waterloo: el fin de Napoleón

Hace doscientos años, el 18 de junio, finalizó la batalla de Waterloo, escenario de la caída de uno de los mayores generales de la historia: Napoleón Bonaparte. Con su derrota se puso fin al Primer Imperio Francés y a la Era Napoleónica

14 de Junio de 2015 | 00:09

El 9 de marzo de 1814 la Gazette nationale o Moniteur Universel, diario francés de 1789, abría con una noticia alarmante: “El monstruo ha escapado de su prisión”. El monstruo al que se referían no era otro que el depuesto Napoleón Bonaparte, quien había huido de su destierro en la isla de Elba (al oeste de Italia) para retomar las riendas del poder en Francia.

Mientras el general atravesaba el país, los batallones enviados por Luis XVIII para apresarle se unían a su querido emperador que entró con pompa en París. “¡Viva el Imperio!” tituló este periódico cuando se confirmó que Bonaparte había recuperado las riendas del poder en este país europeo. Bonaparte había recuperado su trono y comenzaba el denominado Imperio de los Cien Días.

REINO UNIDO, AUSTRIA, RUSIA Y PRUSIA, LA GRAN COALICIÓN

Las potencias opuestas al emperador formaron la Sexta Coalición, compuesta por Reino Unido, Austria, Rusia y Prusia. Nada más conocer la entrada de Napoleón en París, los ingleses desembarcaron en Bélgica para unirse con el ejército prusiano, en camino, y bajo el mando del mariscal Blücher.

Francia no podía enfrentarse a las fuerzas combinadas de británicos y alemanes. El genio de Napoleón se encendió e ideó un plan brillante. Dividió su ejército en dos, uno bajo su mando y otro con la dirección del Mariscal Ney.

E. J. Rodríguez, periodista especializado en Historia y autor de varios artículos sobre Napoleón en Jot Down, revista cultural digital fundada en mayo de 2011, explica en qué consistió la táctica de Bonaparte: “Primero, Napoleón separaría a ingleses y prusianos, para después perseguir a estos últimos. A continuación, Ney perseguiría a los ingleses para forzar a Wellington a retirarse al callejón sin salida de Waterloo. Y, en último lugar, Napoleón y Ney se reunirían de nuevo y juntos destruirían al ejército prusiano”.

El plan salió casi a la perfección. Napoleón venció a los prusianos en Ligny y Ney batió a los ingleses en la batalla de Quatre Bras. Solo hubo un detalle que falló y que, según explica E.J. Rodríguez, a la larga resultó fatal: “Ney perdió el tiempo acosando a los ingleses con la caballería. Ese tiempo perdido permitió a los prusianos escapar de Napoleón, quien con la caballería ausente no pudo darles caza y destruirlos como había pretendido”.

Bonaparte se vio obligado, entonces, a dividir nuevamente su ejército, por lo que no pudo enfrentarse con la “grand armée” al completo contra los ingleses como había ideado.

Una parte de sus hombres, al mando del mariscal Grouchy, fue enviada a interceptar al mermado ejército prusiano e impedir que se reuniese con el inglés. El resto de sus tropas marcharía hasta Waterloo donde, como pronosticó el emperador, se habían refugiado los británicos.

Los cronistas cuentan que Napoleón situó su cuartel general en la posada de La belle Aliance. Allí reflexionaba, satisfecho. La situación del ejército inglés era incómoda. Si perdían la batalla, solo podrían replegarse a un bosque que tenían a sus espaldas, donde serían presa fácil.

Las potencias opuestas al emperador formaron la Sexta Coalición, compuesta por Reino Unido, Austria, Rusia y Prusia. Nada más conocer la entrada de Napoleón en París, los ingleses desembarcaron en Bélgica para unirse con el ejército prusiano, en camino, y bajo el mando del mariscal Blücher

Algunos historiadores indican que, cuando el Duque de Wellington, general en jefe de los británicos, se dio cuenta de ello exclamó: “¡El maldito Bonaparte me ha tendido una trampa!”.

EL CLIMA Y LA PRESENCIA DEL GENERAL

Según comenta el especialista, a la mañana siguiente los ejércitos hicieron su presencia en el campo de batalla. Los británicos basaron su táctica en la defensa. Estaban situados en una colina que les permitía resguardarse de los ataques galos. A sus extremos había dos granjas que podrían utilizar como posición defensiva en caso de necesidad.

“La estrategia de la batalla era: primero, Napoleón separaría a ingleses y prusianos, para después perseguir a estos últimos. A continuación, el general Ney perseguiría a los ingleses para forzar a Wellington a retirarse al callejón sin salida de Waterloo. Y, en último lugar, Napoleón y Ney se reunirían de nuevo y juntos destruirían al ejército prusiano”.

E. J. Rodríguez
periodista especializado

El desaparecido Juan Antonio Cebrián, periodista especializado en la divulgación histórica, explicaba en un reportaje radiofónico sobre la batalla, que Wellington escogió una táctica defensiva y ordenó a la infantería que adoptase la formación en cuadro, en la que los soldados formaban cuadrados protegidos por las bayonetas.

“Esto les hacía invulnerables a los ataques de la caballería, una de las principales armas del ejército napoleónico, pero les impedía avanzar o retroceder, ya que sí se descoordinaban y el cuadrado se deshacía eran muy vulnerables a los franceses”, aporta Rodríguez.

Esta formación tenía otra pega: la caballería enemiga podía penetrar en los espacios entre un cuadro y otro e, incluso, llegar hasta la retaguardia, algo que no tenía relevancia estratégica pero sí que podía suponer un varapalo a la moral británica, aclara el especialista.

“Esto es lo que aprovechó el Mariscal Ney, quien ordenó a la caballería entrar entre los cuadros y trotar entre las líneas británicas, llegando a poner en peligro al mismísimo Duque de Wellington”, remacha Rodríguez en la citada Jot Down.

Sin embargo, un aliado inesperado vino en ayuda del inglés: el clima. Sobre Waterloo comenzó a caer una lluvia torrencial, algo que se revelaría como fundamental en el desarrollo de la batalla.

En palabras del especialista E.J. Rodríguez: “Napoleón planeaba atacar al amanecer, pero decidió esperar a que se secara el fango para que la artillería y la caballería, dos de sus principales armas, pudiesen ser realmente efectivas. Esto retrasó varias horas su ataque, por lo que los prusianos pudieron llegar a tiempo para ayudar a sus aliados británicos”.

Tras la batalla, apresado por los ingleses, Napoleón fue deportado a la isla de Santa Elena en el Atlántico Sur. Las potencias vencedoras se repartieron el imperio napoleónico y establecieron un equilibrio internacional que duró casi todo el siglo XIX

Otra de las claves de la batalla aportadas por Cebrían fue el uso de la artillería por el ejército francés con el fin de socavar el ánimo inglés. Pese a que las municiones rebotaban contra el terreno enlodado de Waterloo y los británicos estaban en una posición elevada que les protegía del cañoneo, éstos temblaban cada vez que oían el fuego enemigo.

Rodríguez indica que todos estos factores lograron que la determinación británica se estuviera resquebrajando pero, nuevamente, la suerte se alió con ellos ya que aquel día, por primera vez en su carrera, Napoleón no estaba en el campo de batalla.

El periodista afirma que esto pudo ser fundamental en el desarrollo de la lucha: “La noche anterior no pudo descansar, por sus achaques y por una cistitis, por ello no dirigió la batalla en el frente, sino desde la retaguardia, limitándose a mirar un mapa. De haber estado en el frente hubiese visto la ocasión precisa de lanzar un ataque definitivo, pero eso no era algo que pudiese verse sobre un mapa”.

A SANTA ELENA

Napoleón perdió la oportunidad de atacar en el momento en que el ejército inglés flaqueaba.

Con el paso del tiempo los paseos franceses en líneas inglesas perdieron su impacto anímico; los británicos se dieron cuenta que el cañoneo enemigo era estéril y que la caballería, por muy espectaculares que resultasen sus cabalgadas en retaguardia, no estaba causando bajas.

En el frente el mariscal Ney se desesperaba viendo que estaban perdiendo la ventaja moral. Solicitó a Napoleón en varias ocasiones el envío de la Guardia Imperial, la tropa de élite francesa que solía anunciar el desencadenamiento de la ofensiva general, pero Napoleón hizo caso omiso.

Con prisas por atacar, Ney cometió un error: interpretó un reposicionamiento inglés como una retirada y ordenó atacar a la caballería, que fue masacrada.

Mientras tanto llegaron noticias del mariscal Grouchy, quien había fracasado en su objetivo y fue derrotado por los prusianos que se reunieron con los ingleses.

Su llegada dio un impulso numérico y moral a los británicos. Desesperado, Napoleón se jugó su última carta y ordenó atacar a la Guardia Imperial, que fue sorprendida y diezmada por un ataque furtivo de un regimiento inglés oculto gracias a la elevación del terreno.

La posterior carga de la caballería británica obligó a la Guardia Imperial a retirarse por primera vez. En ese momento Napoleón fue consciente de que había perdido la batalla.

Apresado por los ingleses, fue deportado a la isla de Santa Elena en el Atlántico Sur. Allí, bajo sospechas de envenenamiento, murió en 1821. Las potencias vencedoras se repartieron el imperio napoleónico y establecieron un equilibrio internacional que duró casi todo el siglo XIX.

¿Habría cambiado la historia de haber obtenido el triunfo Napoleón? E.J. Rodríguez expone que: “Napoleón hubiese ganado una batalla pero todavía hubiese tenido una complicada guerra por delante. Para él, Waterloo fue definitiva como derrota, pero quizá no hubiese sido tan definitiva como victoria. Creo que las cosas no hubiesen cambiado mucho y, tarde o temprano, hubiese habido otra Waterloo. En términos deportivos, hubiese jugado una prórroga, pero poco más.”

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