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En el legado histórico de “Star Wars”, ¿dónde se ubicará “Rogue One”? La nueva entrega de la ópera espacial, estrenada ayer, ya es catalogada por algunos entusiastas como una de las mejores de la saga, mientras otros celebran las temáticas actuales que toca en un momento de desilusión colectiva; pero, claro, siempre hay quien está dispuesto a encontrarle el pelo al huevo. A continuación, analizamos el lado luminoso y el lado oscuro del estreno más esperado del año. ¡Sin spoilers!
“La fuerza la acompaña”: el lado luminoso de la cinta
“Rogue One” es una cinta hecha a medida de su tiempo: todas las cintas de la saga (a excepción, quizás, del séptimo episodio) contienen mensajes en una era política de desesperanza, pero ninguna lo hace de modo más urgente que el primer spin off de la serie: a días del inicio de la era Trump y con una crisis migratoria global, los héroes de diversas ascendencias con liderazgo femenino son un golpe brillante del departamento de relaciones públicas de Disney.
Pero el guión no se queda en el gesto y embiste de más de una dimensión a estos personajes que podrían haber sido meros estereotipos (el samurai ciego, el personaje femenino fuerte, el droide locuaz).
La urgencia de la cinta se revela también en los temas: son tiempos de guerra civil en una galaxia que muestra su desgaste en cada toma, en cada traje y en la estética bélica y descorazonante que propone el cineasta, Gareth Edwards. Es un giro interesante que lleva a terrenos más adultos a la saga galáctica, ideal como escenario de la explotación de recursos naturales, el colonialismo de las potencias y el uso de las energías y los minerales para la guerra antes que para el bien. En un golpe maestro de simbolismo, los mismos cristales con que los jedis defienden la galaxia son utilizados para la construcción de un arma de destrucción masiva que planea instaurar un reino de terror para garantizar la seguridad en el universo. Así, la galaxia de Star Wars no parece tan lejana...
En ese marco, la resistencia está casi derrotada. En tiempos de desesperación la fe y el liderazgo del grupo menos pensado es el que consigue salvar el día: un mensaje aprobado por Disney para los tiempos que corren, donde la muerte de la esperanza, la chatura de la fe y la desolación de la guerra son el escenario perfecto para contrastar con el heroísmo de quienes resisten.
Bajo el reino de la desolación que domina una oscura cinta los héroes no sólo son diversos sino complejos, alejados del paradigma dual que proponen el “lado luminoso” y “lado oscuro” de la Fuerza. La cinta de antihéroes del año (en un triunfo por kilómetros ante “Suicide Squad”, pero milimétrico ante “Deadpool”) completa el ingreso en un nuevo milenio para la saga con la complejización de sus conceptos básicos (desde su religión hasta la Alianza Rebelde, mucho más ambigua en esta cinta). Y sin el halo de un héroe “elegido”, protegido por la trama (Luke podría perder una mano, pero nunca la vida), el riesgo que toman estos personajes se vuelve mucho más palpable y, por tanto, heroico y emocional.
A pesar de transitar todas estas temáticas, la intriga se resuelve de manera ágil y sencilla sin por ello perder profundidad: el mayor logro de “Rogue One” es haber construido el universo galáctico de intrigas, estrategias de guerra e internas políticas de una manera más compleja que en las primeras tres entregas, y mucho menos aburrida que en las denostadas precuelas. Porque el hilo conductor es la acción, no la palabra (también una declaración de principios ante los tiempos que corren): la bajada a tierra de la saga hacia el terreno bélico puro resulta en una pérdida del tono operático y grandioso de los episodios originales, pero un triunfo en términos de épica y entretenimiento.
Uno de los finales más demoledores de toda la saga que eleva el veredicto final: la historia atraviesa algunos innecesarios vericuetos durante su parte media pero estalla en el tercer acto, con servicio para los fans, emoción y alguna sorpresa. Un cierre que dibuja una sonrisa excitada aún en el más reticente.
“El lado oscuro en ella se percibe”: los puntos críticos
La ópera espacial es un género marcado por el melodrama y la grandilocuencia, llevado a su más perfecta forma en el quinto episodio de la saga, “El Imperio contraataca”. “Rogue One”, en la cronología de la saga, se encuentra en las antípodas: fuertemente arraigada en un realismo sucio, de trincheras, pierde debido al cambio de estética ese halo de destino trágico. Cinta intencionadamente más terrenal, desprovista de jedis y sin giros novelescos, se constituye principalmente como un relato heroico de guerra, con discursos algo altisonantes y música incidental que podría, por momentos, ser el telón de fondo de cualquier cinta bélica estadounidense. Llevar al “barro” a la saga es una decisión intencional de Disney y Edwards pero con un menor volumen emocional que sus predecesoras.
La música es quizás el principal pecado del filme: la primera película de “Star Wars” sin John Williams como conductor ostenta una banda sonora compuesta por Michael Giacchino que calca los los éxitos de Williams, volviendo su remoción difícil de explicar. Es cierto, de todos modos, la identidad sonora de la saga es muy fuerte y nadie esperaba un volantazo, aunque sí quizás algún giro original sobre los mismos leitmotivs. De todos modos, el principal problema no está en la falta de originalidad sino en la omnipresencia del sonido: como es usual en los tanques hollywoodenses hoy, cada escena tiene música incidental explicando al espectador qué hay que sentir. Hasta el aturdimiento.
Donde sí buscó respetar las formas “Rogue One” fue en la estructura: todo filme de “Star Wars” lleva a sus protagonistas de planeta en planeta en persecución de un MacGuffin, un iniciador de la trama, que en este caso son los planos de la Estrella de la Muerte. Pero la peripecia se vuelve forzada durante lapsos del segundo acto, un suspenso constante construido a veces a partir de peligros inventados para los fines de la trama (tropiezos, caídas y otros obstáculos algo remanidos en momentos clave), que desafían la suspensión de la incredulidad del espectador. Por supuesto, ese zig zag que pretende simplemente jugar con el espectador durante dos horas (la mayor parte de las cuales son puro disfrute) tiene una explicación: como acostumbran los estudios grandes hoy, los segundos actos son meros momentos transicionales porque las revelaciones, los momentos relevantes y espectaculares y el climax se reservan para el tercer acto. Pero “paciencia debes tener, mi joven padawan”: porque pocos tanques de los últimos tiempos han logrado tocar tanto las fibras íntimas de los fans como el tercer acto de “Rogue One”.
El balance de la Fuerza:
HHHH
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