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Información General |Deportes adaptados

Volver a sentirse libres

En Argentina hay 5 millones de personas con discapacidad. De ellos, 800 mil tiene discapacidad motriz. Hay quienes a pesar de haber tenido un accidente o una enfermedad no se resignan. Chicos en silla de ruedas o ciegos que juegan al fútbol, una deportista que viaja por el mundo haciendo canotaje adaptado. Superarse es la meta.

17 de Diciembre de 2016 | 02:09

ROSARIO MARINA

Por las calles platenses transita, en silla de ruedas, un hombre llamado Gerardo Burgos. Cada vez que se cruza con una persona que tiene alguna discapacidad, sea donde sea, vaya donde vaya, él frena sus ruedas, y le dice algo de esto: ¿qué deporte te gusta?, ¿te gustaría jugar al fútbol, o al voley, o quizás al tenis de mesa? Hubo quienes le respondieron que sí. Federico Videla fue uno de ellos.

Desde que hace esto -interceptar gente y ofrecerles deportes- Gerardo tenía una mosca zumbándole al oído, algo que le molestaba. No podía parar a los que encontraba en silla de ruedas motorizada porque no había nada para ofrecerles. Entonces puso Google y empezó a buscar. Primero vio un video de chicos jugando al fútbol en sillas eléctricas. Después agregó al filtro la palabra Argentina. Y ahí estaba: la Fundación Powerchair Argentina. Hacía solo un año que el deporte había llegado al país.

Días después alcanzó a ver que estaban subiendo a un chico en silla de ruedas motorizada a una ambulancia. Entonces apuró sus brazos, giró las ruedas lo más rápido que pudo y le gritó: pará, pará, pará. “Mirá, estuve viendo un deporte en internet, es fútbol en silla, ¿lo conocés?”, le preguntó. El chico le dijo que no. Gerardo le propuso empezar a juntar gente para armar un equipo. Hasta ese momento no sabía que ese chico, Federico Videla, era fanático del futbol y estaba estudiando periodismo deportivo.

Gerardo Burgos es el Coordinador de Deportes para Personas con Discapacidad de la Provincia de Buenos Aires. Hace casi una década que está en silla de ruedas. En sus intervalos de trabajo como guía de montaña, hacía podas. Un día de mayo del 2007 cayó de un árbol.

En Argentina hay 5 millones de personas que tienen algún tipo de discapacidad. Esto es: el 12,5% de la población. De ellos, 800 mil tiene discapacidad motriz. Estos son los datos del último censo nacional. Pero no hay forma de saber cuántas son las personas con alguna discapacidad que viven en La Plata. El municipio cuenta con un área de discapacidad, pero el registro que tienen es sólo con quienes solicitan algún tipo de asistencia.

Empieza en un campo inundado y termina en un mundial

Un día, uno solo, le cambió la vida a Brenda Sardón. No fue el día que tuvo, junto a sus papás, un accidente automovilístico que la dejó en silla de ruedas. El día clave fue uno de diciembre de 2012, cuando, a un año y medio de haber perdido la posibilidad de caminar, una amiga la invitó a la aventura: andar en kayak en un campo inundado en Bolívar.

Brenda no se quería subir. Su amiga le había dicho que iban a ir en el kayak del novio y que probarían remar. La convencieron, la subieron casi a la fuerza. Después no quería bajar. Desde ese momento, cada vez que los ve les agradece. “Sentí la libertad que había perdido”, dice ahora, en el Club Libertad donde practica, como hobby, el tenis de mesa.

Aquel día, cuando se bajó del kayak, fue a decirle a su papá que quería competir en canotaje. Brenda era fanática del deporte. Ya había jugado al básquet, corría maratones y nadaba, pero había pasado un año y sólo estaba haciendo rehabilitación. Con el canotaje descubrió que, en el agua, nadie la miraba con cara de “pobrecita esta chica”. Ahí, sentada en el kayak, no había diferencias.

Un mes después se abrió la escuela de canotaje. Brenda empezó a entrenar allá y un tiempo después se vino a vivir a La Plata porque el lago artificial de Bolívar tenía solo 300x300mts. Ella quería algo más grande: el Club Regatas. Y fue por ello. Acá empezó a estudiar Periodismo y después se pasó a Traductorado de inglés, aunque siempre la prioridad era remar.

Su primera canoa era una canadiense con una pala destrozada. Cuatro años después ya había participado en los mundiales de Alemania y de Rusia, y en los sudamericanos de Chile y Uruguay. En el Sudamericano del año pasado consiguió el primer lugar. Antes de cada mundial concentra un mes, con otros deportistas, en República Checa. Si fuera por ella, concentraría toda su vida. Ahora su mirada está puesta en clasificar para los Juegos Paralímpicos Tokio 2020.

“Fue para mejor porque ahora participo en mundiales. Dejo de lado que extraño correr, pero tengo esta posibilidad. Si no estuviera en silla de ruedas no hubiera viajado todo lo que viajé por el deporte”, cree Brenda.

Por todos esos logros es que está becada por el Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (ENAR). Con eso se paga, entre otras cosas, el alquiler del departamento y la nafta para ir al club, también los viajes y las concentraciones. Entrena de tres de la tarde a nueve de la noche.

Brenda tiene 23 años y hace uno que tiene auto. En Tigre le armaron la adaptación y maneja todo con sus manos. “No me gusta que nos vean inferiores por estar en una silla. Yo vivo como viviría si no hubiese tenido el accidente”, dice Brenda, y los hechos la avalan: vive sola en un departamento de la ciudad. En sólo cuatro años pasó de necesitar que la ayuden a subir un escalón de diez centímetros a vivir sola.

El 3 de diciembre del año pasado estaba lesionada, tenía tendinitis en el brazo izquierdo. En el evento por el día de la discapacidad en Plaza Moreno conoció al entrenador, que la invitó. Ella aceptó. Hacía seis meses que no entrenaba ningún deporte y ya no lo soportaba.

Uno de sus libros preferidos es Relentless, de Tim S. Grover. Es la historia de un lesionado medular de Australia. Cuando se accidentó estaba haciendo snowboard. Su familia, desde el primer día, probó con todas las terapias alternativas, aunque los médicos no quisieran. Y el hombre volvió a caminar.

El chico que sonríe

Federico Videla es un estudiante de periodismo deportivo, un fanático del fútbol, un platense que anda en silla de ruedas motorizada, un jugador de Powerchair. Federico es, sobre todo, un chico que sonríe.

Cuando era niño andaba en bicicleta, iba a la escuela solo, hacía taekwondo y natación. Después de dos operaciones y de unos años de moverse en andador, se sentó en una silla de rueda y recorrió contento toda la clínica. Ahora sigue nadando, sale con los amigos, tiene programa de radio, va a la cancha, estudia en la facultad y juega al fútbol. “Él se levanta con una sonrisa y se acuesta con una sonrisa”, dice su mamá. Se hace amigos donde va, sale a dar una vuelta solo por su barrio y no hay quien no lo salude. Aunque la primera vez que usó la silla motorizada se chocó una maceta, no paró.

Para lograr que este año haya nueve personas jugando fútbol en silla en Gimnasia y Esgrima La Plata, a Federico le sirvió su contacto con Pedro Troglio, ex jugador de ese club, que lo llevó con la Comisión Directiva, y en 2016, después de dos años, consiguió lugar para entrenar.

Federico tiene distrofia muscular, y dejó de caminar a los 16 años. Después de la silla de ruedas, ni se imaginaba que podría volver a jugar. Y mucho menos en el club del que es hincha. Siempre habla de futbol, todo el día. Por eso cuando fue a conocer el edificio donde estudiaría se entusiasmó: “Fui a ver la facultad y me puse contento porque tenía rampa y ascensor. Me podía manejar solo”, dice Federico, sentado en la mesa de su casa con sus hermanas y sus papás. Cada vez que tiene que ir a cursar, una ambulancia lo va a buscar y lo deja en 119 y 63.

Con su hermana, María Eugenia, conduce un programa de radio que se llama Deporte sin barreras en FM Record. En los tres años que están al aire fueron notando cómo surgían y se expandían cada vez más los deportes adaptados. Por instalar un tema que no estaba en la ciudad, ganaron en 2015 el premio Galena, que distingue a medios de comunicación de todo el país.

En el equipo de Powerchair La Plata hay chicos de entre 10 y 25 años. Federico es el más grande, y la más chica es Luana. Juegan con sillas motorizadas a las que se les agrega una especie de paragolpe, que se llama forward, con el que empujan la pelota. Para aprender fueron a capacitarse a Buenos Aires, con entrenadores de Estados Unidos.

El Powerchair se juega en dos equipos de cuatro jugadores cada uno. Los deportistas usan sillas equipadas con protecciones metálicas para atacar, defender y golpear una pelota de fútbol número 10, el doble de grande que la convencional. El festejo es el choque con la silla.

Hoy son varias las sedes que conforman la Fundación Powerchair Argentina: Mar del Plata, Rosario, Córdoba, Tigre, Pacheco y Bahía Blanca. La última fue en La Plata.

Este es único deporte que pueden jugar quienes menos movilidad tienen. Un chico de Córdoba, que está en la Selección Argentina de Powerchair, sólo mueve la cabeza: maneja el joystick con la pera.

Después de la Segunda Guerra Mundial

En 1847 un pedagogo austríaco de apellido Klein publica el libro “Gimnasia para Ciegos”. Años después se hace en Europa el primer Programa de Deportes para sordos. Pero los deportes adaptados realmente se expanden después de la Segunda Guerra Mundial. Es que el saldo de muertos era enorme, pero también habían quedado muchos soldados lesionados y amputados.

En 1946, el neurólogo y neurocirujano Ludwing Guttmann probó algo nuevo: que sus pacientes practicaran tiro con arco, atletismo y básquet en el Hospital de Lesionados Medulares de Stoke Mandeville, Inglaterra. Dos años después ya se jugaban los primeros Juegos de Deporte en silla de ruedas Nacionales de ese país, donde participaron dieciséis militares. En 1952 se sumaron los ex militares holandeses y entonces los juegos pasaron a ser internacionales. Mientras tanto, en Estados Unidos el básquet en silla era furor. En 1949 se realizó el primer torneo nacional, y se formó la National Wheelchair Basketball Association.

Los primeros Juegos Paraolímpicos fueron en 1960, en Roma, y participaron 400 atletas de 23 países. El nuestro no sólo fue uno de ellos, sino el único de América Latina.

En las décadas del 40 y el 50 Argentina sufrió la epidemia de Poliomielitis, una enfermedad que dejaría a miles de personas con discapacidades motrices. Por eso, en 1957 se despliega acá el deporte adaptado. La primera institución que se dedicó a los deportistas en silla de ruedas se llamó Marcelo J. Fitte. Sus profesores, Héctor Ramírez y Héctor Moguilevsky, fueron los iniciadores. Se practicaba básquet, atletismo y natación. Gracias a ellos, Argentina participó en los primeros Juegos Paraolímpicos. En esa ocasión, nuestros deportistas trajeron cinco medallas.

Pateando la pelota con cascabeles

Para Pedro Martínez, director del departamento de discapacidad de ATE provincia, lo mejor que le pasó al equipo de fútbol para ciegos no fue un hecho deportivo: “el logro más grande es ver la evolución de cada uno de ellos, cómo sienten que merecen otras cosas mejores, sienten que valen más, tienen ganas de emprender, algunos empezaron a estudiar de nuevo a partir de la creación del equipo. Eso para nosotros es suficiente”.

Daniel Zucchi, especialista en Educación Física Adaptada y Deporte Especial, lo explica así en su trabajo “Deporte y discapacidad”: “El deporte crea un campo adecuado y sencillo para la autosuperación, ella busca establecer objetivos a alcanzar para poder superarse día a día y luego, a partir de ellos, proyectar otros objetivos buscando un reajuste permanente, un feed-back. La auto-superación no sólo acarrea beneficios de índole psicológica sino también social”.

En 137 y 526, en una cancha que se llama El Complejito, entrena el equipo de fútbol para ciegos de ATE. Ahí, doce chicos de entre 22 y 30 años, algunos que trabajan, otros que estudian, patean la pelota con cascabeles adentro que suena al desplazarse, y gritan “voy, voy” cuando se mueven hacia el arco. Eso es un requisito: avisar que uno se está moviendo. La cancha es de 20 x 40mts y tiene vallas de protección para que los jugadores no se golpeen cuando llegan al límite del campo.

El equipo es de cuatro personas ciegas y una vidente, que es el arquero. Ahí, en El Complejito, ya se pueden armar dos equipos más con la cantidad de suplentes. “Nosotros lo que queremos es que se sientan incluidos, queridos. Que sientan que no son minusválidos ni ciudadanos de segunda porque tengan limitaciones físicas. Y desde ese lugar es nuestro compromiso, para eso trabajamos”, dice, contento, Pedro Martínez.

Futbol para ciegos, canotaje adaptado, tenis de mesa y Powerchair son sólo ejemplos. En realidad, en La Plata existen más opciones. Gerardo Burgos sabe de memoria el lugar, el profesor, el día y horario de cada uno de los espacios donde se practica algún deporte adaptado en La Plata, y enumera: Powerchair, tenis de mesa, tenis adaptado de a pie en el Hipódromo, tenis en silla de ruedas en Gorina, en Ensenada hay remo, canotaje, vela, básquet en silla, hay arquería en el Tiro Federal, natación en La Plata y City Bell, bocha en la escuela Montessori y en el Centro de Educación Física 2, atletismo, futbol para ciegos de ATE y en el Centro Vasco, y voley sentado.

Sandra Katz, profesora adjunta de Didáctica de la Integración, y coordinadora de la Comisión Universitaria sobre Discapacidad de la UNLP, sabe lo que genera el deporte en personas con discapacidad. Es el lugar donde no son vistos como enfermos o sujetos a rehabilitar. La cancha es un espacio de reconocimiento. “Al practicar deportes –concluye- las personas sienten que valen por lo que son”.

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