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Reproches y castigos, ¿cuál es la manera más efectiva para educar?

Especialistas hablan sobre los métodos eficaces para el aprendizaje

Reproches y castigos, ¿cuál es la manera más efectiva para educar?

“Los castigos no ayudan para educar, solo resienten la relación”

3 de Diciembre de 2016 | 02:07

Al momento de elegir una metodología para disciplinar a los chicos suele abrirse un abanico de interrogantes para los padres. Muchos se frustran al sentir que los castigos tradicionales no dan resultados. Otros se esfuerzan en no repetir métodos de crianza que predominaron en el pasado y que consideran autoritarios, pero aún no hallan la “fórmula” adecuada. Críticas, elogios, penitencias, ‘correctivos’, ¿cuál es la mejor manera de educarlos?

“Poner límites siempre es un tema crucial para los padres. Si son jóvenes quizás se le suma la inexperiencia. Además reciben información muy diferente y a veces les resulta difícil decidir qué es lo mejor”, dice la licenciada en psicología Adriana López, co-fundadora de Momento Cero.

Cuando los hijos son chicos, señala la especialista, muchas veces el problema reside en poder diferenciar rápidamente, en medio de la situación (o del berrinche), qué le sucede al niño y qué es lo que provocó esa conducta. El desafío para los adultos es encontrar la manera para convertir esa experiencia en un aprendizaje.

¿QuE hacer cuando los chicos se portan mal?

Numerosos especialistas coinciden en que los castigos no son efectivos para la educación de los chicos. Lo que no quita que en el momento de la reprimenda obedezcan.

“Los castigos no ayudan para educar, solo resienten la relación. Algunos niños se vuelven temerosos o desafiantes al castigo sin poder incorporar ni aprender nada de la conducta inapropiada, audaz o traviesa”, afirma López.

“Aunque parezca que el castigo físico encarrila, lo que los niños aprenden es a mentir para evitar el castigo, a actuar por temor, a veces a arriesgarse haciendo a escondidas lo prohibido”

El “chirlo”, tan frecuentemente empleado como “correctivo” por las generaciones anteriores, actualmente se encuentra muy cuestionado. López plantea que tampoco este tipo de castigo resulta “muy efectivo”.

“Surge cuando el adulto, ante una situación, no sabe qué hacer. Entonces se enoja, no puede hablar, se siente impotente y entonces “pega”, pero no resuelve la situación”, dice la especialista, y explica que cuando los padres aplican estos “correctivos” los niños por lo general dejan de portarse mal pero el cambio en la conducta no se da porque hayan entendido que estaba mal, sino por el miedo a que vuelvan a pegarle.

“Aunque parezca que el castigo físico encarrila, lo que los niños aprenden es a mentir para evitar el castigo, a actuar por temor, a veces a arriesgarse haciendo a escondidas lo prohibido”, dice López.

Según especialistas, este tipo de crianza podría dejar secuelas psicológicas, como dificultades para relacionarse: ya sea porque reaccionan violentamente o porque no saben defenderse. También podría dañar su autoestima y, principalmente, la comunicación con sus padres.

“Lo efectivo es hablar sobre lo sucedido permitiendo que los niños comprendan las consecuencias de su conducta. Siempre hay que tener en cuenta que si aplicamos una sanción debe estar en relación con la acción cometida, que tenga la función de reparar lo dañado”, afirma López.

La psicóloga María Stoika, especialistas en niños, adolescentes y en orientación familiar, coincide con López sobre la inutilidad de los castigos físicos: “No son efectivos. No dejan una enseñanza: pueden dejar temor o enojo. Aumentan la rebeldía o influyen de modo contrario: los chicos pueden entrar en un sometimiento. Sobre todo cuando son muy excesivos porque a veces hay abuso de castigo, de penitencia”, dice la especialista, y agrega: “Los padres tienen que tener en claro que los castigos no generan aprendizaje. Más allá de que puedan o no hacer caso, no incorporan la enseñanza. Una cosa es que el hijo escuche y otra que haga caso”, diferencia.

De hecho el artículo 647 del Nuevo Código Civil prohibe el castigo corporal en cualquiera de sus formas, como también los malos tratos y cualquier hecho que lesione o menoscabe física o psíquicamente a los niños o adolescentes.

“Cuando hablamos de criar a nuestros hijos, no hablamos de adiestrarlos sino de educarlos, de formarlos. Esto requiere tiempo, dedicación, poner límites sin desbordar y hablar”, afirma López.

Stoika señala que para educar el principal objetivo de los padres debería ser que los hijos los escuchen e incorporen lo que los adultos pretenden enseñarles. Para lograr este resultado -dice la especialista- primero los adultos deben escuchar a los chicos.

“Desde muy temprana edad los chicos observan a sus padres: las actitudes, los tonos de voz y eso va generando un modo de relacionarse. Y si se sienten respetados, ellos respetan, porque aprenden esa forma de trato”

“Desde muy temprana edad los chicos observan a sus padres: las actitudes, los tonos de voz y eso va generando un modo de relacionarse. Si se sienten respetados, ellos respetan, porque aprenden esa forma de trato”, dice Stoika, y plantea que es necesario correrse de la “lucha de poder”, que supone leer la situación en términos de quién maneja a quién.

Críticas versus elogios

Emilia Canzutti, licenciada en psicología y especialista en vincularidad temprana plantea que tampoco surten efecto las críticas para acentuar equivocaciones. “Las críticas no contribuyen a lograr que los niños desplieguen su verdadero potencial, sino que enseñan a no confiar en el criterio propio, y erosionan la autoconfianza”, dice.

Por el contrario, sugiere que ante conductas inapropiadas por parte de los chicos, los padres, antes que lanzar críticas, se sienten a conversar con ellos para intentar comprender las razones que motivaron la actitud desaprobada. “Luego se les puede mostrar mejores opciones o ayudarlos a comprender lo negativo de dicha conducta”, dice, y, como contracara, agrega: “Siempre es importante elogiar lo que realmente es genuino, espontáneo en los niños”.

¿QuE pasa cuando los chicos no hacen caso?

Según las especialistas, en general los niños no hacen caso o son oposicionistas cuando los padres no son estables con las pautas y límites.

“Si le decimos que no y luego le damos lo que pide o los dejamos hacer lo que ellos solicitan; si las rutinas son alteradas todo el tiempo los niños no tienen claro que es lo que se puede y que no; aprenden a que si insisten lo logran, o que ellos son quienes pueden decidir cuándo y cómo”, señala López.

Para la experta, lo mejor es que los niños aprendan que cuando sus papás dicen “no” es “no”. “Deben además ser consistentes con las pautas de crianza, con las rutinas, así los niños saben qué hay que hacer y cuándo, evitando las luchas, negociaciones y peleas cotidianas” dice.

Stoika insiste con la importancia de padres pacientes y disponibles. “Lo que deja huellas e identificaciones es el amor”.

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