Me tomo cinco minutos
| 8 de Diciembre de 2016 | 00:42

En la planta baja, empezando o finalizando el recorrido, dependiendo de quienes sigan el paseo oficial, se encuentra el espacio de cafetería ambientado por Grace Devecyan, una propuesta de pausa, diáfana.
“Un lugar donde disponerse a pasar un momento agradable, relajarse, encontrarse con otros o con uno mismo y, fundamentalmente, donde detenerse a procesar tanto estímulo visual recibido en una muestra de tendencias en interiorismo”, es la propuesta de la interiorista.
Calidez, frescura y un clima envolvente se imponen como premisas insoslayables en este espacio.
Las dimensiones y características del lugar permitían generar ámbitos diferenciados. Así, engarzados en este espíritu sosegado y contenedor tanto como en una sutil paleta de colores crudo, grafito, uva, verde y bronce mate, se suceden distintos recintos que permiten ejercer la libertad de elegir dónde y cómo estar.
En el ingreso recibe una barra resuelta en un Caesarstone que emula mármol, con banquetas altas de madera y el mismo número de lámparas colgantes en níquel oro.
En este sector las paredes se revistieron en paneling pintado que remata en una varilla de bronce.
Este espacio propone una versión del diseño argentino que se sirve, con fluidez y libertad, de lo mejor del patrimonio universal
En el muro sobre la barra, instalación orgánica de lianas y peonías.
En la pared de enfrente, en tanto, un patch de espejos con marcos finitos en color bronce mate fragmenta el espacio.
A continuación, el espacio se organiza en torno a una enorme biblioteca de libros sobre Buenos Aires.
Sobre la alfombra y bajo una araña de hierro y bronce se articulan dos livings con cómodos sillones tapizados en lino grafito y crudo, dos mesitas con base de madera y tapa en mármol terminación apomazado y un par de banquitos tipo prismas en mármol: el rincón ideal para un rato de lectura, introspección o para el esperado café.
En un sector que evoca el clima fresco y reconfortante de un jardín de invierno, tres mesas altas de chapa negra con sus respectivas banquetas e iluminadas por lámparas en bronce mate invitan a un almuerzo descontracturado ante la vista de un patio donde se impone la presencia de un macetero de gran formato con vegetación selvática –obra del estudio de paisajismo de Oromí y Burgos-. Espejos con perfilería color negro desde afuera y con marco de bronce mate desde dentro multiplican la vegetación. Aquí el piso de cemento alisado color perla presente en todo el salón cede terreno a un diseño en base a placas en tonos de negro, gris y crudo, dispuestas a la manera de un tartán o escocés. El espacio principal, por su parte, se organiza a partir de una gran mesa comunitaria –base de hierro– y unos bancos en L de pared a pared cuyas líneas aportan un toque europeo y sofisticado; una serie de mesas individuales de altura clásica de bar en chapa negra, banquitos en terciopelo y cuero y sillones en L en madera con reminiscencias escandinavas, completan las opciones de asiento.
El ojo ya ha viajado por el espacio, ha apreciado su eclecticismo y, de nuevo a la altura de la entrada, encuentra una estructura de hierro repartido con una estantería que, desde atrás, refuerza la cuadrícula alojando la vajilla y una serie de objetos especiales: el día a día de una cafetería, su magia y sus perfumes resumidos en un elemento que es toda una metáfora.
Borges invitaba a pensar que, como argentinos, nuestro patrimonio no se restringe a los motivos locales sino que, por el contrario, se abre a las culturas y estilos de todo el mundo; que entre ellos podemos escoger y combinar libremente para crear nuestra propia síntesis.
Este espacio juega con esa magnífica posibilidad y propone una versión del diseño argentino que se sirve, con fluidez y libertad, de lo mejor del patrimonio universal.
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