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El olvidado y vigente Carriego

El poeta del arrabal pasó cuatro años de su infancia en La Plata. Su padre vino para la fundación, traído por Dardo Rocha. Precursor del tango, su poesía revive en intérpretes modernos, como Daniel Melingo

MARCELO ORTALE

10 de Abril de 2016 | 00:34

No debiera importar tanto que de diez jóvenes consultados estos días en La Plata –todos con estudios avanzados- sólo uno haya dicho que conocía de nombre al poeta Evaristo Carriego. El resto subió los hombros y bajó las comisuras de su boca: “¿Quién...? Ni la menor idea” respondieron. Sin embargo, de esos mismos nueve, más de la mitad dijo conocer a Daniel Melingo, el tanguero-roquero. Alguna vez, posiblemente, ellos irán sabiendo que en la identidad arrabalera y popular de Melingo, en la letra de los tangos modernos de los cafés y en los que circulan en los videos de internet, pervive con nitidez la esencia de Carriego.

Para medir la importancia de Carriego en nuestro país debieran bastar las palabras que escribió hace varias décadas el periodista tucumano-español Valentín de Pedro, cuando expresó: “Del mismo modo que Ascasubi nos descubrió la pasión de la pampa en su Santos Vega, así Carriego nos descubrió la poesía de Buenos Aires, toda la poesía que hay en el arrabal y en el suburbio”.

Carriego no escribió tangos, pero hay estudios que revelan la enorme influencia de Carriego sobre la letra del tango. Una letra que se pobló de romances frustrados, de novios despechados, de organillos lastimeros en las calles de esos que sonaban a manivela, de ciegos, de costureras, de malevos, de los mil y un personajes que vivieron en los arrabales. Carriego, el precursor, fue, acaso, uno de los cimientos más sólidos del tango.

Nacido en Paraná en 1883 su familia vivió en esa misma década, durante cuatro años, en La Plata. Es otro dato poco conocido el de la infancia de este poeta, cuyo padre, Evaristo Nicanor Carriego, que era escribano de profesión, vino con la gente que trajo Dardo Rocha para que administraran la ciudad que había fundado. La madre del poeta se llamaba María de los Angeles Giorello, con un apellido que luego echaría raíces hasta hoy en La Plata.

Quien confirmó la estadía de un Carriego niño en La Plata es el periodista Enrique Sureda, que, entre su documentación histórica, conserva un pequeño recorte periodístico de principios del siglo XX que confirma esa información. “Aquí se dice que los Carriego estuvieron en La Plata hasta 1888 para irse a vivir luego a Buenos Aires. Todo indica que el padre de Evaristo habrá tenido algún cargo administrativo de importancia. Sería bueno revisar a fondo el elenco que gobernó con Rocha y ver qué cargos ocupó el padre del poeta”, dijo Sureda. La última relación con La Plata que se conoce es aquella que habla de Carriego viajando muchos domingos en tren desde Constitución, para venir a visitar a su admirado Almafuerte en su casa de la calle 66.

Tuvo una corta vida Carriego. Vivió 29 años, la mayoría de ellos en la ciudad de Buenos Aires. El escritor José Gabriel cuenta que residía en una casa del barrio de Palermo, ubicada en Honduras 3784, “que fue su atalaya espiritual más destacada” y añade que “Carriego alternaba sus lecturas con picarescas correrías por el barrio, en las que, según sus compañeros de entonces, nunca se mostró demasiado audaz. Espíritu esencialmente imaginativo, sentía las cosas con una intensidad que le impedía afrontarlas airosamente”.

LA HERENCIA RECIBIDA Y LA DEJADA

El poeta Horacio Ferrer, recientemente fallecido, dijo que “si bien Almafuerte, Rubén Darío y Marcelo del Mazo gravitaron en su estilo, Carriego fue luego, con toda originalidad, el primer gran poeta del suburbio porteño. “Misas herejes” fue el único libro que dio a la estampa en vida. Su visión de la ciudad, su manera de sentirla y de escribirla, alcanzaron luego enorme gravitación en las letras del tango, particularmente por vía de Homero Manzi, que fue su más talentoso continuador”.

Carriego convivió con intelectuales profundos y con poetas de altísimo lirismo, como es el caso de Enrique Banchs que en la primera década del siglo pasado –cuando recién dejaba la adolescencia- había escrito tres grandes libros y nunca más quiso volver a publicar nada hasta su muerte en la década del 60. Pero allí estaban también Arturo Capdevila, Fernández Moreno, Ricardo Rojas, Horacio Quiroga, Roberto Payró, Benito Lynch y desde luego el enorme Almafuerte. De todos ellos, el más arrabalero, el más popular fue Carriego.

Lo cierto es que la herencia de Carriego –que aún no deja de rendir frutos- benefició no sólo a Manzi sino a Enrique Santos Discépolo, cuyas letras religiosas y grotescas recuerdan su influencia. El crítico Conrado de Lucía confirma que “Carriego tiene un continuador mayor en Enrique Santos Discépolo, el poeta que sufrió el dolor de los demás para poder atestiguarlo, porque testigo significa mártir, como suele recordar Ernesto Sabato, tal vez sin percibir que habla también de sí mismo”.

Pero también el poeta Cátulo Castillo se inspiró en las Misas Herejes y en otros poemas de Carriego, publicados después de su temprana muerte en 1912. Se recuerda en este sentido la letra de “Viejo ciego”, que dice así: Parecés un verso/ del loco Carriego/ parecés el alma/ del mismo violín./ Puntual parroquiano tan viejo y tan ciego,/ tan llena de pena, tan lleno de esplín./ Cuando oigo tus notas /me invade el recuerdo/ de aquella muchacha/ de tiempos atrás./ A ver, viejo ciego,/ tocá un tango lerdo/muy lerdo y muy triste/que quiero llorar”.

EL ESTILO DE CARRIEGO

Sólo para que algunos jóvenes que desconocen el nombre de Carriego tengan una fugaz idea de su estilo y de sus contenidos, se transcriben aquí dos de sus poemas más característicos. Algunos mayores edad –como ocurre con las letras del tangos- probablemente los vayan recitando al mismo tiempo que los releen.

Así en “Tu secreto” , dice: “¡De todo te olvidas! Anoche dejaste/ aquí, sobre el piano que ya jamás tocas,/un poco de tu alma de muchacha enferma:/ un libro, vedado, de tiernas memorias./ Íntimas memorias. Yo lo abrí, al descuido,/ y supe, sonriendo, tu pena más honda,/ el dulce secreto que no diré a nadie:/a nadie interesa saber que me nombras./ ...Ven, llévate el libro, distraída, llena/ de luz y de ensueño. Romántica loca.../ ¡Dejar tus amores ahí, sobre el piano!.../De todo te olvidas, ¡cabeza de novia!”

Nacido en Paraná en 1883 su familia vivió en esa misma década, durante cuatro años, en La Plata. Es otro dato poco conocido el de la infancia de este poeta, cuyo padre, Evaristo Nicanor Carriego, que era escribano de profesión, vino con la gente que trajo Dardo Rocha para que administraran la ciudad que había fundado

O este otro, el de la legendaria costurerita que dio aquel mal paso: “La costurerita que dio aquel mal paso/ y lo peor de todo, sin necesidad/ con el sinvergüenza que no la hizo caso/ después según dicen en la vecindad/ se fue hace dos días. Ya no era posible/ fingir por más tiempo. Daba compasión/ verla aguantar esa maldad insufrible/ de las compañeras, ¡Tan sin corazón!/ Aunque a nada llevan las conversaciones,/ en el barrio corren mil suposiciones/ y hasta en algo grave se llega a creer./ ¡Qué cara tenía la costurerita,/qué ojos más extraños, esa tardecita/ que dejó la casa para no volver!

Este último poema planteó la realidad social que vivieron las obreras de las industrias textiles –las costureritas- que como escribió hace poco la profesora de letras Patricia Rodón, en su afán por escalar socialmente, seducían o se dejaban seducir por algún varón y jamás entendieron que esos “caballeros de billetera” nunca terminaban casándose con ellas y las dejaban expuestas a la vergüenza social.

LA VIGENCIA

Carriego fue el más popular, el más arrabalero, el que mejor interpretó las necesidades de la gente pobre, pero, paradójicamente, lo único que hacía en su vida era pasar el tiempo, leer, caminar como un vagabundo por sus barrios, escribir y dormir. Su padre no era rico, pero le había podido dar a la familia seguridad. De modo que nunca trabajó para ganarse el pan, paseó por la vida y dormía, dicen sus biógrafos, hasta el mediodía.

Es preciso ahora volver a Daniel Melingo, que anda desde hace tres décadas buscándole aire fresco a ese himno sentido de los argentinos, el tango. La periodista Adriana Franco describe así uno de sus últimos discos, titulado “Linyera”. “El mayor mérito de Linyera –dice- es su carácter errático, desenfocado. Las doce canciones del álbum nos llevan por un paseo musical que no remite al vagabundeo al que el título parecería empujarnos, sino al callejear de un flaneur, ese caminante romántico que imaginaron los franceses, libre de todo, abierto a todo”. Y la escritora encuentra al influyente: “Musicalmente hablando (Melingo), nos saca de la comodidad de las armonías conocidas para buscar disonancias, atonalidades, como en “Qué será de ti”, con letra de Evaristo Carriego”.

¿Quién es el principal letrista de Melingo? Es el poeta y médico Luis Alposta. Para cerrar la relación: Alposta es fundador de la Asociación de Amigos de la Casa de Evaristo Carriego.

Las letras de Alposta, modernas, erráticas y desenfocadas como las del propio Melingo, mantienen vigente los inconfundibles tonos arrabaleros de los versos de Carriego, de ese joven delgado, algo solitario y olvidado por tantos, que acaso sin saberlo, cien años antes, se convirtió en piedra fundamental del tango y, por lo tanto, de nuestra manera de ser.

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