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Tras el retiro, los problemas con el alcohol, las drogas y la ley, el nadador reencontró la fórmula para volver con todo en los Juegos Olímpicos de Río y acaparar una importante cantidad de medallas que acrecentaron su leyenda. Las claves del renacer del mejor atleta de la historia, que sufrió y entrenó como nunca para sostener su nivel
A toda máquina. Phelps volvió a ser el rey de la pileta entre los hombres y acrecentó su leyenda dorada
RIO DE JANEIRO, BRASIL
ESPECIAL
Por PEDRO GARAY
ENFOQUE
Michael Phelps sale del agua bufando. Su rostro refleja cómo el ácido láctico hace arder cada músculo de su cuerpo, que se arrastra alrededor de la pileta, el cuerpo colorado del esfuerzo, buscando llegar al vestuario y sentarse. Acaba de ganar los 200 combinados, su medalla número 26 y su oro número 22 en Juegos Olímpicos (terminaría con 28 medallas, 23 oros), pero nada en su mirada refleja alegría sino una agonía que se estira: porque Phelps tiene que atender a la prensa, subir al podio y volver a nadar, en un marco de 20 minutos.
Tiene 31 años, habla como un hombre maduro y se mueve con los achaques de la edad: pero se va de Río con cinco medallas de oro y una plateada, como si fuera el adolescente que, dice, se siente.
“Estoy disfrutando el deporte como cuando tenía 18 años”, contó, y rápidamente le señalaron que al verlo salir de la piscina, no parece un chico: “Definitivamente estoy disfrutando como un adolescente, pero esto es mucho más doloroso que cuando tenía 18 años”.
“No sé si estoy igual o mejor que en 2008...”, afirmó el campeón olímpico con más medallas doradas que Argentina, quien realizó una mejor actuación en Río que en Londres, cuatro años más joven, y agrega: “Esto está doliendo mucho”. Esta semana le preguntaba a Ryan (Lochte, compañero y amigo de correrías desde 2004, y su acérrimo rival): ‘¿cómo hicimos para nadar todos estos eventos en 2008?’. Mi cuerpo está sufriendo mucho, las piernas me arden... estoy cansado”.
Pero Phelps, dice, podía intuir lo que vendría tras su decisión en 2014 de volver a competir: “Cuando decidí regresar, sabía que no iba a ser fácil, que iba a tener que forzarme a sufrir dolor y que tal vez era un dolor que no quería sentir... Pero si quería el resultado final, era algo que tenía que hacer. Y creo que estaba en un momento de mi vida en que estaba dispuesto a hacer ese esfuerzo”.
Tres son los factores que empujaron a un Phelps demasiado joven para el retiro, a regresar a su hábitat: en el fondo de su cabeza le carcomía aquella final de 200 mariposa perdida contra el joven sudafricano Chad Le Clos (tendría revancha en Río); sentía que tenía más por dar; pero, sobre todo, no había disfrutado del cierre que su carrera tuvo en Londres, un proceso marcado por encontronazos con la ley, preparación a regañadientes y una actuación bajo el par (para él, claro: se llevó 4 oros y 2 platas).
Nadador de elite desde adolescente (compitió en sus primeros Juegos con 15 años), luego de intentar batir el récord de medallas de oro en un mismo evento que ostentaba Mark Spitz en Atenas 2004 y conseguirlo en Beijing 2008, Phelps afrontó aquel ciclo de 2012 de la peor manera: demasiado joven, había logrado todas sus metas. ¿Cómo motivarse?
Phelps coqueteó con las drogas recreacionales y el alcohol, y aunque entonces no se sabía, el nadador que entrenaba doble turno hasta en su cumpleaños (“quizás nos tomábamos la mañana de Navidad”, recuerda su entrenador, Bob Bowman) pasó a saltear entrenamientos. Se peleó con su entrenador mientras se volvía el centro de la escena nocturna de su Baltimore natal. Apoyado en su enorme talento y físico fabricado para el agua, y gracias a su fiebre por la competencia, Phelps conseguía continuar siendo el mejor nadador del mundo.
Parecía que, con el corazón distraído, Londres marcaría el fin de una carrera ejemplar: pero, tras un par de años en el retiro, Phelps volvió a sentir el vacío. Quiso regresar, pero su entrenador lo desaconsejó. “Por suerte no me escuchó”, dijo Bowman en los pasillos del Estadio Acuático de Río, tras sus primeros tres oros.
Pero este Michael ganador no es el mismo que decidió tomar la determinación de regresar: aquella decisión fue deseo de revancha, fiebre de competencia. Aburrimiento incluso. Pero, cuando tocó volver a entrenar seis horas por día, y el teórico dolor de los entrenamientos se volvió real, Phelps volvió a su comportamiento errático.
En septiembre de 2014 fue arrestado por conducir ebrio y suspendido de la natación internacional: su gran regreso, pautado para el Mundial de 2015, se ponía en pausa mientras el más grande atleta se consumía en una espiral autodestructiva. No quería hablar con nadie, y pensó incluso en quitarse la vida.
Su vida desde entonces dio un giro: sus familiares y su prometida lo obligaron a cambiar el rumbo, Phelps afrontó rehabilitación y comenzó a pensar en formar una familia. Este año, el bebé Boomer llegó a la vida del hombre que nadó demasiado cerca del sol y buceó por los infiernos, un sinuoso camino necesario para que hoy, un terrenal y maduro Phelps pueda disfrutar de su retiro en lugar de sufrir en medio de una vorágine ambiciosa.
Desde entonces, el estadounidense renovó su compromiso y trazó objetivos más sanos que la revancha o el deseo de más. “Ahora disfruto de entrenar, durante toda mi carrera busqué atajos, saltearme un entrenamiento, tomarme unas vacaciones, dejar de lado una parte de la sesión... Esta vez me puse en manos de Bob y atravesé algunos obstáculos que, tal vez, antes no hubiera querido atravesar: pero esta vez estaba abierto a ello, quería volver donde estoy ahora”, afirma el más grande olimpista de la historia.
Pero ganar nunca es automático, ni siquiera para Michael Phelps: “Entrené mejor que nunca en mi vida, sólo por eso pude regresar al nivel en el que alguna vez estuve, y nadar en este nivel. Pero hubo muchos momentos en que pensé ‘qué diablos estoy haciendo nadando otra vez, estoy nadando tan lento, esto es terrible’. Pero confié en Bob, confío en él desde los 11 años, no creía que me fuera a decepcionar”, indicó el nadador.
Y Bowman también dio testimonio de que ganar nunca es un camino de rosas: “Cuando dejamos los clasificatorios, su confianza no estaba muy arriba”, comentó con una nueva hazaña ya consumada: los tiempos no eran los esperados a esa altura del ciclo y, claro, el esfuerzo por regresar a los 30 años era tan grande que no quería que fuera en vano.
“Ganar una medalla olímpica es dificilísimo, pero como Michael ha ganado tanto se hace complicado explicar que cada una de ellas fue muy dura de conseguir. Quizás la primera fue la única más sencilla: simplemente ocurrió. Tras eso, ha sido un proceso súper complicado”.
Cuando los tiempos de la clasificación a Río mostraron que Phelps no estaba donde quería, con su entrenador agacharon la cabeza y trabajaron. “Hice todo lo que me pidió”, indicó el nadador de Baltimore, y, en las últimas semanas antes de los Juegos, volvió a tener buenas sensaciones. “Entrenaba otra vez como sí mismo, fueron las mejores sesiones en mucho tiempo, se notaba que estaba enfocado”, comentó Bowman.
Pero fue la posta de 100 libre lo que empujó a Phelps a renovar la gloria: nadó una de sus mejores distancias del estilo crol de su vida y consiguió su primer oro en Río, inflando su confianza y quitándose presión.
“Michael suele funcionar así: cuando una cosa funciona bien, todo fluye. Cuando consigue algo de confianza, es imparable”, explica Bowman. Su único rival, claro, sería él mismo: tras los 200 mariposa, su segundo oro, comenzó a notarse que el Phelps que podía nadar (¡y ganar!) ocho pruebas en un Juego Olímpico era cosa del pasado. Este Phelps sufría tras “apenas” su séptima competencia en tres días (y su tercera de la jornada).
“Me dolía todo”, reconoció Phelps tras los 200 combinados, y confesó que fue el mensaje de un amigo íntimo lo que lo empujó a seguir a pesar de que su corazón bombeaba como un motor recalentado en la última vuelta de la competencia.
Quebrado por el cansancio, y llegando al final de un ciclo olímpico marcado por la lucha y la adversidad, tras aquel 200 Phelps, como pocas veces, lloró en el podio. “Siempre le digo que utilice el podio, el himno, para encender su fuego interno. Pero usualmente es una máquina sobre el podio, más si tiene que volver a competir. Fue algo lindo de ver”, afirmó Bowman, también emocionado tras aquella competencia donde Phelps, a pesar de los dolores, ganó sobrado.
Las lágrimas también tuvieron el condimento del adiós de una prueba que lleva su marca a fuego (ganó las últimas cuatro ediciones olímpicas, algo nunca hecho), una despedida más de una emotiva semana para Phelps, que lentamente comienza a tomar dimensión de que este es, ahora sí, el final. Y conciencia de lo conseguido: tras el 4x100, se acercó a su entrenador y le dijo “Bob, ¡ganamos muchas medallas!”.
Es la despedida que quería: “Quería cerrar su carrera sabiendo que lo dio todo, que consiguió todo lo que podía. E irse en sus términos”, afirmó el coach.
Y el maduro pero rejuvenecido Phelps concordó con su entrenador: “Ha sido una semana muy especial para mí. Lo mejor de esta competencia es que he terminado donde quería terminar. He conseguido volver y conseguir cosas con las que nunca he soñado. La verdad, no sé qué decir de estas medallas... más que: ¡he tenido una carrera tremenda!”.
Así, Phelps no tendrá arrepentimientos o dudas en el fondo de su cabeza, y podrá comenzar a transitar, ahora sí, el después de la carrera con proyectos y un bebé para llenar ese vacío desolador. “Está en un lugar a nivel personal que no necesita la competencia”, avisó Bowman: ya no habrá bises.
Porque, como dice Phelps, ya no queda nada por lograr, como muestran sus abrumadoras estadísticas. Ha ganado 23 oros y 28 medallas en total: le sigue Larisa Latynina, con “apenas” 18 medallas en total, 9 doradas: “He conseguido todo lo que me he propuesto. Es increíble pensar que hace 20 años aprendí a nadar y que todo se detiene ahora. Y todo comenzó con un niño que tenía miedo al agua”.
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