La muestra habla de un mundo que ya no existe, a través del micro-mundo de los turistas extasiados por haber llegado a la cima del mundo. Un homenaje encubierto a autores como Robert Frank o Garry Winogrand, que retrataron en su época un costado diferente de la sociedad estadounidense.
Si una persona puede cambiar mucho después de 22 años, habría que imaginárselo con una ciudad o un orden mundial. Ese es el ejercicio que, en primer lugar, propone la muestra “Welcome to the top of the world”, del fotógrafo platense Leo Vaca. A cielo abierto y sobre el lateral del colegio Liceo que da a la calle 47, un paredón amarillo será el lienzo para que todos puedan hacer un paseo a 1996, hasta la terraza de las Torres Gemelas de Nueva York. La inauguración es hoy a las 18, y se trata de una nueva iniciativa del grupo “Fuera!”, dedicado a vestir las calles de arte visual.
Sería muy difícil de imaginar qué puede de haber en común entre las multitudes de turistas que subían los 107 pisos hasta esa cima. Argentinos, turcos, alemanes, chinos, australianos, marroquíes: todos compartían cierto halo de ensoñación y de disfrute. “Generalmente esa terraza era visitada por el turismo. Y sentí un concentrado de lo que se ve en Nueva York. El crisol de etnias en plana manifestación kitsch. Idiomas y culturas desfilando sin parar haciendo de alguna manera lo mismo. Mirando, haciendo fotos, filmando, posando, riendo, corriendo, jugando, observando un mapa, cambiándose las zapatillas, meditando... Si algo flotaba allí eran la comodidad y el placer”, se acuerda Leo sobre aquel paraíso que ya no volverá.
La misma sensación de enormidad que transmite la ciudad a quien la conoce parecía transferirse a quienes la veían desde ese cenit. “Ahí arriba de la Torre Sur del World Trace Center, había una pasarela perimetral cuadrada. Lo extraño en el espacio era la sensación de pequeñez e inmensidad a la vez, también el viento y el sonido aportaban su cuota de irrealidad y maravilla. Si veías todo Manhattan a tus pies, y hasta para ver la Estatua de la Libertad necesitabas de los binoculares... ¿Cómo no sentir algo de poder? O al menos, ¿esa idea de estar muy cerca del cielo?”, dispara el autor.
La era pre-selfie
Hoy todos podemos fotografiar con los smartphones, pero hace 22 años, en la época pre-selfie, ponerse a tomar imágenes con una cámara –no existían las digitales- implicaba todo un ritual. Sobre eso, Leo reconoce: “Yo fui un turista más, con mi cámara. Quedé impresionado por este paisaje y su voz y volví a subir cuatro veces más en un par de meses, pero ya como fotógrafo. Hoy veo imágenes frescas, sin prejuicios, que parecen más viejas”. ¿Qué nos quiso contar, entonces, aquel pibe de veintipocos que se fascinó con esa fauna urbana? “Mi relación con la fotografía nace desde el fotoperiodismo y esto tiene que ver con eso de contar una historia nueva con buenas fotos. Y la mirada como puente de observación para que cada uno haga su interpretación. Obviamente el 11-S le da una fuerza y un sentido inesperado”, contesta Vaca, para argumentar por qué esta muestra es representativa de su trabajo, fundamentalmente en redacciones: los diarios El Día, Clarín, Infojus y actualmente La Nación.
En definitiva, la muestra que se estrena hoy es una crónica del absurdo: “En esa terraza, espacio reducido y fuera de contexto como símbolo del turismo de la Gran Manzana, era muy natural el ridículo con el cual actuábamos. Yo sólo registre ese comportamiento con mucha libertad y algo de ironía”, reconoce Leo. Como en una calesita delante de sus ojos, “se amontonaban los íconos: la presencia de la bandera, sombreros de la estatua de la libertad, bolsas de ‘I love NY’… Todo muy patriótico y también algo bélico, hasta en el gesto de las miras telescópicas”.
En tiempos de pastiche y de homenajes solapados, Vaca les rinde tributo indirecto a los fotógrafos estadounidenses que lo marcaron como Lee Friedlander, Robert Frank o Garry Winogrand, “que nos mostraron un EE.UU. diferente, que era como estar en un estudio paraíso fotográfico”, opina. Son muy pocos los recuerdos que tengo de haber visitado esa terraza a mis nueve años, algunos meses después del registro que Vaca hizo para componer esta muestra de 34 imágenes. No me sorprende reconocerme como parte de uno de esos chicos que apuntaban hacia abajo, donde yacía un gigante animal urbano a escala de maqueta. Donde lo más natural era no entender nada.
“Lo extraño ahí era la sensación de pequeñez e inmensidad a la vez. El viento y el sonido daban su cuota de irrealidad”
Para comentar suscribite haciendo click aquí