Tío Manuel, el hombre que fue juez
Edición Impresa | 25 de Agosto de 2018 | 02:44

Por LUIS MOREIRO
lmoreiro@eldia.com
Con un colchón enrollado y atado con una soguita, dos valijas, tres cajones con sus libros y el futuro por delante, una nochecita a principios de los años 60 se trepó a un tren del Roca que, 25 horas después, lo depositó entre la tierra y el viento de Zapala. En los bolsillos llevaba los pocos pesos ahorrados con esfuerzo y un nombramiento de fiscal.
Un buen día, al volante de una destartalada “renoleta’’ se apareció por casa, en Rafaela, luego de un rally de 1.200 kilómetros hechos todos de un tirón. Bajo el marco de la puerta de la galería, con una sonrisa de oreja a oreja, y el orgullo dibujado en sus ojos confesó: “Me nombraron juez’’.
No podía desprenderse, ni siquiera en ese instante, de la tremenda timidez que le llenaba su enorme corpachón de 1.90 de estatura.
En aquellos días que aún se vivían al compás del blanco y negro en la TV, uno apenas alcanzaba a comprender la trascendencia del momento.
Abrazos, besos, palmadas y felicitaciones de rigor, empezando por mamá -que siempre lo admiró y protegió- y terminando por Tía Vicenta, la amiga fraternal de mi mamá que, aunque no era de la familia, para nosotros siempre fue “La tía’’.
El título era larguísimo: “Juez en lo civil, comercial, laboral y minería’’, te decían aclarando a renglón seguido: “Lo de minería es importante, imagínate, en una provincia como Neuquén...’’
El tiempo de los juegos de mi infancia dio paso a otros días, a otras tardes y a otras charlas allá en su casa de Zapala, rodeados por el frío y por la nieve.
Formado en una escuela diferente y seguro con otra escala de valores, siempre le escapó a la exposición pública y mediática. Por convicción se apartaba de todo acontecimiento social que no tuviera relación con la Justicia. Se ufanaba de no haber hablado jamás ante la prensa. “Ahí están mis fallos. ¿Que más puedo decir?”, me repetía.
“Imagino sus puteadas ante tantos jueces prófugos de toda ética y moral”
Cuarenta años atrás ya era considerado casi como un ser de otro planeta. “¿Cómo vas a ir a trabajar un 25 de diciembre, Manuel? ¿Qué hacés un domingo a las 7 en el juzgado?”, intentaba entender yo con 20 abriles y, obviamente, inquietudes más mundanas.
Hace ya varios años que Manuel murió, pero imagino su mueca de asco en estos tiempos donde los únicos fallos inapelables son los que aparecen en la tele. No hay que hacer ningún esfuerzo para recrear su retahíla de puteadas frente perfumados jueces y abogados prófugos de toda ética y moral.
No fue estrella, no apareció en las revistas “cool”, no se fotografió con modelos, nunca posó en el living de su casa comprada a crédito en un barrio del FONAVI que asomaba sobre una barda en las afueras de Zapala. Tampoco bailó en los boliches de onda, ni fue invitado a los programas de TV. Fue juez.
Trató de predicar con el ejemplo. Aunque uno solo lo haya comprendido, su vida está cumplida. Sólo es cuestión de entenderlo e imitarlo. Yo, me anoto.
(*) Manuel Sierra, nacido en la ciudad de Santa Fe, fue abogado por la UNLP, y se desempeñó como fiscal y luego titular del Juzgado de Primera Instancia en los Civil, Comercial, Laboral y Minería, de Zapala, provincia de Neuquén, hasta su jubilación.
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