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La Ciudad |“SANTA TERESA”, UN TRADICIONAL LOCAL DEL BARRIO DEL LICEO VÍCTOR MERCANTE

Una panadería centenaria baja las persianas en diagonal 77 y 4

Nació a principios del siglo XX, pero fue adquirida por los Vega, actuales dueños, hace seis décadas. Historias detrás del esfuerzo del arranque y la nostalgia por el cierre

MÓNICA PÉREZ
Por MÓNICA PÉREZ

29 de Noviembre de 2019 | 04:21
Edición impresa

Cuando este sábado se baje la persiana de la panadería Santa Teresa, también se escribirá el epílogo de una historia que 60 años atrás comenzó a escribir Amable Vega Blanco, un inmigrante español que, como tantos, llegó a la Argentina con unas pocas pertenencias y muchas ganas de trabajar. “Esto pudo mantenerse tanto porque somos una familia de trabajo que cada día apostó a este comercio y todos hicimos nuestra parte”, aclara una de las hijas del fundador en el tradicional local de diagonal 77 y 4.

Más allá de la figura de Vega, como lo llamaban hasta Laura, su esposa, las hijas aclaran fue ella la pionera. Ellos se conocieron y empezaron su noviazgo en León, España, pero cuando a él lo enviaron a Africa para hacer el servicio militar, Laura se alejó de Santalavilla, su pueblo, para subirse a un tren y luego a un barco que la trajo a la Argentina.

Por esas paredes pasó el tiempo en el que la vida misma olió a pan caliente y manteca

 

“Ya tenía una hermana viviendo acá y un contrato de trabajo, algunos de los requisitos que se le imponía a los inmigrantes en esa época”, apunta la hija.

Como era de esperarse ni bien terminó la milicia, Vega decidió alejarse de su país en guerra, casarse por poder y venir a América para reencontrarse con su esposa.

Ya en capital federal, de las carencias hizo oportunidades. Trabajó 8 años en una panadería que se convirtió en su gran escuela y el germen de lo que sería su forma de ganarse la vida.

Apenas dormía 4 horas por día y el guarda del subte que tomaba para volver de su trabajo, como ya lo conocía, lo dejaba pasarse una vuelta completa antes de despertarlo para que descansara un rato mas. En tanto su esposa trabajaba en una fábrica de hilados en la que ganaba tres veces mas que él y ahorraba todo su sueldo pensando en el futuro.

“Vivíamos en un ambiente muy chico y mi madre nos hacía las polleras con pantalones viejos de mi padre, sin embargo fueron nuestros años mas felices”, deja escapar la hija menor.

El primer intento que hizo Vega por abrir su propia panadería en San Isidro fue infructuoso. No se dio por vencido y un día fue precisamente la esposa de su patrón la que le dijo que él tenía alma de líder y que debía volver a intentarlo y así fue, en esa oportunidad le fue mejor, tanto que con Acevedo, un socio portugués, decidieron probar suerte en La Plata.

La Santa Teresa ya existía desde principios del siglo XX y los socios firmaron muchos pagarés para comprar el fondo de comercio.

“Habían ahorrado el dinero para comprarse una casa o invertir en la panadería, pero mi madre le aconsejó que comprara lo que le daría de comer y la posibilidad, con los años, de comprarse una casa”, cuenta la hija.

Vega le fue comprando las partes a sus socios, un proceso en el que fue indispensable el apoyo de su familia. El estuvo atrás del mostrador, pero también metiendo manos a la masa hasta los 78 años, cuando una enfermedad lo “jubiló” a la fuerza, el 7 de noviembre de 2005.

“El tiempo se hace chavala”, solía decirle a sus hijas cuando por ahí se quejaban de que, entre ocupaciones y estudio, las horas se les esfumaban.

Transmitir la cultura del trabajo fue para el alma Mater de la panadería tan importante como revelar a sus hijas y empleados la fórmula de la supervivencia digna, todo sin descuidar la mirada solidaria.

En la historia de la panadería también se recuerda la figura de la tía Eloína, o simplemente “la tía” como la llamaban los chicos del barrio, una española simpática y firme que en épocas difíciles no dudaba en abrir la puerta de atrás de la panadería para resguardar a los jóvenes perseguidos por la policía. Les armaba una especie de paquete para que salieran por la puerta de adelante como si fueran clientes.

Entre las historias que construyeron la Santa Teresa está la del joven empleado que llegaba dos horas antes a la panadería para ver si podía comer algo. “Cuando mi padre se enteró que por eso llegaba a las 4 de la tarde en vez de llegar a las 6, lo esperó con chocolate caliente y un sándwich y le dijo que siempre iba a poder llevarse algo a la boca sin necesidad de entrar antes”, recuerda la hija.

También viene a la memoria el gesto con uno de los factureros a los que le faltaba un abrigo. Vega fue hasta la tienda “Torjo” para pedir que le entregaran el que el trabajador eligiera que él se haría cargo del gasto. Ese joven, hoy un adulto, todavía conserva en su ropero el gamulán que le regaló Don Vega.

Otros estudiantes recibían los recortes de pan que les daban los Vega para que se hicieran especie de pizzas con las que mataban el hambre en épocas de bolsillos flacos y largas madrugadas de estudio.

“Habían ahorrado y mi madre le aconsejó que comprara lo que le daría de comer”

 

Es que en la Santa Teresa nunca faltó el pan, ni el consejo desinteresado, algo de lo que da cuenta un hombre que de chico iba a pedir algo para comer y hace unos días volvió a la panadería con sus hijos. “Don Vega me dijo no tuviera mala junta, me aconsejó que trabajara y hoy tengo una familia y trabajo en un remís”, recordó hace unos días.

A las hermanas Vega, hoy con 62 y 65 años, les resulta difícil cerrar un ciclo y aclaran que no son cuestiones económicas, sino de cansancio, las que motivaron la decisión, que se da en un año signado por una crisis que golpeó al sector con el cierre de otras tradicionales panaderías, como la sucursal de calle 8 de la Monserrat, o el local de “La Primavera”, de 64 entre 16 y 17.

Sin embargo a las hermanas les cuesta despedirse de clientes como el señor Mateu que con 90 años recuerda que en esa misma esquina de diagonal 77 y 4 cada fin de año se rifaban caballos para premiar a los clientes.

Para ellas por esas paredes pasó el tiempo en el que la vida misma olió a pan caliente y manteca.

 

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