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Espectáculos |Continúa el Fesaalp

“Las buenas intenciones” Crecer de golpe en los 90

Antes de su estreno en salas comerciales, se proyecta en el Fesaalp la personalísima ópera prima de Ana García Blaya

“Las buenas intenciones” Crecer de golpe en los 90

“Las buenas intenciones”, esta noche a las 20 en el Select

Pedro Garay

Pedro Garay
pgaray@eldia.com

29 de Noviembre de 2019 | 07:01
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En el Festival de Mar del Plata, un periodista coordina una nota tras una función de “Las buenas intenciones” con su directora, Ana García Blaya. La encuentra llorando. “Es que lloro cada vez que veo la película”, dice la realizadora de la cinta que se proyectará hoy a las 20 en el Pasaje Dardo Rocha en el marco del Fesaalp, antes de estrenarse en salas comerciales el jueves. Y no es para menos: “Las buenas intenciones”, además de ser una de las películas más cálidas y disfrutables del año, es un pedazo de su vida, en clave de comedia “coming of age” bien rockera.

Una historia ambientada en los 90, en la infancia de García Blaya: hija de padres separados, el estilo despreocupado y rocanrolero de su padre la llevaron constantemente a arremangarse y convertirse en la responsable de sus hermanos cuando se quedaban con él. Aquella experiencia de Ana es la experiencia de Amanda en la película, apenas ficcionada (incluye incluso material de archivo filmado por su padre en video), un relato amoroso con ese entrañable personaje que es su padre, un artista del “caer siempre parado” que la película abraza y no juzga. Pero también, una cinta brutalmente honesta.

“Es que nunca pensé que fuera a filmar este guión: hice un taller de guión hace diez años con Pablo Solarz, y al final del taller escribías un guión de un largo que nunca ibas a filmar, que ibas a cajonear, era un ejercicio, creo que nadie en el taller era director...”, cuenta la directora, en diálogo con EL DIA. “Para mi era una obra cerrada, un libro cinematográfico. Y como no pensaba filmarlo, tiene toda la sinceridad que no hubiese tenido si pensaba que lo iba a filmar”.

“Pensaba: después si alguien lo quiere filmar, iba a ser otra cosa, reinterpretada”, dice García Blaya. Pero “se lo di a un par de productores... pero nadie te lee un guion, y menos si hay niños involucrados”, se ríe.

(Los niños serían finalmente Amanda -excepcional- y Carmela Minujín, hijas de Juan, uno de los adultos de la película junto a Javier Drolas -el padre- y Jazmín Stuart; y Ezequiel Fontanela. “Por suerte tuve a la Mary Poppins de los coaches de chicos, María Laura Berch”, dice García Blaya: la coach quien le aconsejó juntar dos meses antes a todo el elenco, ensayar y aprender las canciones).

EL RODAJE

Guardado en un cajón, hace cinco años su padre, el centro de aquel guion, murió. Entonces la hermana de la directora, Juana García Blaya (productora del filme: un emprendimiento claramente familiar) le preguntó si no había llegado el momento de filmar la película. “Hicimos el ejercicio de presentarlo al INCAA, al concurso ópera prima... y ganamos. Y ahí nos dimos cuenta que había que filmar una película y entregarla en 18 meses”, ríe García Blaya.

El rodaje “fue un duelo, filmaba y lloraba, un desastre. Pero disfruté mucho la posproducción, aunque cuando vi el resultado final, que aparte tiene música de mi viejo, de mi hermano, se me mezcló todo con la felicidad de haber terminado una película”. Una experiencia catártica, aunque no le permitió ahorrar en psicólogos: “La terapia sigue”, sonríe.

El rodaje también fue un desafío, desde ya, teniendo en cuenta las dificultades económicas de hacer cine independiente en Argentina. El karma de vivir en el Sur: “El premio del INCAA era bueno, pero era en pesos. Y en cuotas: nosotros necesitábamos la plata junta para filmar, así que nos endeudamos en dólares... y después devaluó, y de repente teníamos una deuda de repente que era una barbaridad, y no podíamos terminar la película. Hasta que llegó Ventana Sur, presentamos el Work in Progress y nos vio el director del Festival de San Sebastián, que nos invitó al festival, y un vendedor español que nos adelantó algo de dinero. Ahí pudimos achicar la deuda”, relata la realizadora y guionista. En San Sebastián ganarían el Premio de la Juventud.

El presupuesto acotado también obligó a la inventiva a la hora recrear los años 90: los videos del padre de García Blaya fueron utilizados no solo con fin emotivo o para “quitarle presión a la ficción, que quedara como una representación de algo que sucedió y que está ahí, sugerido, en el material de archivo”; sino que también se usaron tomas de Avenida del Libertador y sus autos y otros exteriores, allí donde la cámara podía abrir el plano porque no había dinero para cubrir de autos, cartelería y objetos de la época distintos escenarios.

El trabajo conjunto de los departamentos de arte y vestuario, “gente que sabe achicarse pero privilegiando hacer las cosas bien”, se encargaron del resto de las superficies de los 90, musicalizadas por Sorry, la banda del padre de García Blaya en la que ellas, Juana y Ana, cantaron junto a los amigos de papá; Rain Banana Skins, que versiona algunos temas; y también algunos sonidos clave de la época, canciones de Flema, Los Violadores, Calamaro, y, en una escena crucial, oda a la libertad de ese padre desfachatado, el himno nacional por Charly García. “Otro milagro”, dice la realizadora: “Que Charly nos haya dicho que sí al himno por la plata que le ofrecimos”.

 

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