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Pese a que la mayoría sufre tanto o más que sus mamás, casi no existen políticas que los tengan en cuenta y son contados los espacios que se ocupan de ellos
Nicolás Maldonado
nmaldonado@eldia.com
Cuentan quienes trabajan en violencia de género que las mujeres que la sufren suelen naturalizar las agresiones contra ellas hasta que advierten que sus hijos están sufriendo también. Si a las propias madres les cuesta verlo, basta imaginar entonces hasta qué punto el drama que viven esos chicos resulta invisible para el resto de la sociedad.
Víctimas colaterales de la violencia de género, los hijos son quienes suelen pagar el mayor costo emocional. Cuando no terminan presenciado la muerte de sus mamás a manos de sus papás, conviven con situaciones de extrema violencia que les dejan profundas cicatrices.
Como consecuencia de ese trauma, muchos chicos suelen tener problemas de aprendizaje, arranques de irritabilidad, dificultades para relacionarse con los demás… Y cuando las madres deciden pedir ayuda, no es raro que se vean obligados además a dejar su casa, su escuela y hasta a sus propios hermanos para escapar junto a sus mamás.
Víctimas colaterales, los hijos son quienes suelen pagar el mayor costo emocional
Si bien el año pasado el Estado argentino comenzó a reconocer el desamparo en que se encuentran los chicos en situaciones de violencia de género, ese reconocimiento –la Ley Brisa- resulta sólo un salvavidas para unos pocos que llegan a vivir lo peor: el asesinato de sus madres. Fuera de esas indemnizaciones para huérfanos de femicidios, la realidad es que no hay mucho más. Los programas de atención para víctimas de violencia de género no suelen ocuparse de ellos y son contados los espacios preparados para brindarles contención.
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“Aunque son víctimas tanto o más que sus madres, el drama que viven los chicos casi nunca se ve”, sostiene Gabriela Sancho, directora del Centro de Amparo de City Bell, la primera ONG de la Región que comenzó a ocuparse de su problemática hace más de una década y que año tras año observa cómo la demanda de asistencia en este campo sigue sin encontrar todavía una verdadera contención.
“Resulta muy difícil obtener atención gratuita para los hijos que quedan en medio de una situación de violencia de género porque, al no estar visibilizados como víctimas, casi no hay espacios que se ocupen de atenderlos; pero además por la complejidad de la problemática en sí”, explica Sancho al describir los múltiples efectos que produce en ellos ser como mínimo testigos de agresiones constantes hacia sus mamás.
Porque “aunque no siempre se los golpea, viven en un entorno tan violento que ese sufrimiento empieza a manifestarse muchas veces en un atraso en su desarrollo emocional, problemas de conducta, dificultades de aprendizaje, agresividad… Y cuando sus mamás toman la decisión de dejar al agresor tras presentar una denuncia, esos chicos pierden su lugar de pertenencia: su casa, sus amigos y hasta su escuela, porque la escuela es el primer lugar al que los van a buscar los padres cuando la Justicia les dicta una restricción perimetral”, explica la directora del Centro de Amparo de City Bell.
“La violencia hace que tanto el rol paterno como el materno queden desdibujados, y que los hijos quedan así un poco a la deriva. Y a esa falta de contención familiar se le suma que además de ser víctimas de violencia psicológica y verbal, en la mitad de los casos que atendemos también son golpeados”, asegura Lucía Ríos, la responsable de la Dirección de Género de la Municipalidad de La Plata, donde cuentan con un hogar que en este momento aloja a quince chicos junto a sus mamás.
Lo mismo señalan desde Las Mirabal, una ONG de La Plata que también se ocupa de atender a los chicos en situación de violencia de género a la par de sus mamás. “Muchos de los hijos e hijas terminan reemplazando a las madres como sujetos de violencia cuando a los agresores se les dicta una medida cautelar. Y lo peor es que esa situación muchas veces pasa inadvertida tanto para la familia como para los funcionarios del Poder Judicial”, asegura su presidenta, Flavia Centurión.
La expresión “a la deriva” no podría ser más gráfica para describir el impacto que la violencia contra las madres produce en el desempeño escolar de los hijos, reconoce Rosina Maggio, una de las psicopedagogas del Centro de Amparo de City Bell. “En general los chicos pierden el interés por la escuela a todo nivel: cuando no lo manifiestan en problemas de conducta se retraen y dejan de prestar atención. Es así que mientras que los más chicos suelen presentar dificultades de aprendizaje, los más grandes se escapan de la escuela o directamente dejar de asistir. Y como la alfabetización va de la mano de un acompañamiento familiar -explica- es común que queden sin alfabetizar”.
“La escuela es el lugar donde primero se ve que algo anda mal -señala también Lucía Rios-. Los nenes se vuelven introvertidos y dejar dejan de participar, pero en ocasiones también presentan problemas serios de conducta. Por criarse en un entorno violento muchas veces asimilan ese patrón de conducta y suelen reaccionar ante los otros con mucha agresividad”, cuenta la funcionaria municipal.
Desnaturalizar esos patrones de conducta en los chicos constituye precisamente unos de los mayores desafíos que enfrentan los pocos espacios que hoy les ofrecen contención. “Cuando un niña o una niña crecen viendo como maltratan a su mamá tienden a naturalizar la situación y en algunos casos a aplicarla ellos también”, señala Flavia Centurión.
A su entender, se trata de un problema serio que amenaza con perpetuar patrones de conducta violentos y que el Estado hoy no logra frenar. Porque “el hecho de que agresor sea mantenido a distancia de su víctima no garantiza que deje de ser un agresor. Y al no haber programas ni políticas que se ocupen de trabajar con los chicos, a la larga terminan muchas veces trasladando esa conducta a sus propias relaciones”, cuenta la presidenta de Las Mirabal.
Como concluye Violeta Ricciardi, una de las fundadoras del Centro de Amparo de City Bell, “es un error concentrar la atención de la violencia de género en la mujer. Hablamos de las mujeres y nos olvidamos que muchas veces a su lado hay chicos que sufren también. Esa infancia no se las devuelve nadie y hay que trabajar mucho para que puedan alguna vez dejarla atrás”.
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En el centro de amparo de City Bell brindan atención psicológica para hijos de víctimas de violencia/ Santoro
Gabriela Sancho (Directora del Centro de Amparo de City Bell).- “Pese a que no siempre son golpeados, los chicos sufren tanto o más que sus mamás. Cuando no conviven con la violencia en su hogar, se ven muchas veces obligados a dejar de un día para otro su casa, cambiar de escuela y dejar atrás a sus amigos para escapar de la situación”
Violeta Ricciardi (Fundadora del Centro de Amparo de City Bell).- “Es un error concentrar la atención de la violencia de género en la mujer. Hablamos de las mujeres y nos olvidamos que muchas veces a su lado hay chicos que sufren también. Esa infancia no se las devuelve nadie y hay que trabajar mucho para que puedan alguna vez dejarla atrás”
Flavia Centurión (Presidenta de la ONG Las Mirabal).- “Aunque el Estado argentino los reconoce legalmente como víctimas, en la práctica los chicos en situación de violencia de género están invisibilizados como tales. Más allá de la Ley Brisa (que otorga indemnizaciones a huérfanos por femicidios) no hay políticas que reconozcan sus derechos ni programas que les brinden contención”
Lucía Ríos (Directora municipal de Género).- “Además de que ya de por sí son víctimas de violencia psicológica por el simple hecho de convivir con las agresiones que sufren sus mamás, en la mitad de los casos los hijos también sufren agresiones físicas. Hace falta trabajar mucho con ellos para que entiendan que la violencia no es la norma, que hay otras formas de vivir”
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