Gustavo Fontán: “El problema del arte, cuando algo es hegemónico, es lo dogmático”

El cineasta Gustavo Fontán tiene hasta el miércoles su retrospectiva en el Cine Eco Select del Islas Malvinas (todos los días, excepto mañana, a las 21), y las retrospectivas implican, a la hora de escribir los comunicados y resúmenes, una sistematización de una obra que se resiste, se escabulle, al menos a ciertos modos de clasificación convencional.

Se ha dicho de su obra que es contemplativa, naturalista, poética, que confronta con ciertas formas narrativas diseminadas, y se ha debatido también si su cine se hermana más al documental o a la ficción, categorías por las que fluye libremente. “Siempre me interesó la impresión que puede provocar lo real en una imagen. Aún cuando haya una ficción, fui encontrando la posibilidad de apropiarme de lo real en la medida en que pueda dejar una marca en la imagen: a veces los dispositivos son ficcionales, pero el elemento es robado a lo real”, explica Fontán en diálogo con EL DIA, y dice que este método lo toma como “una forma entre otras” de trabajar: “A las categorías hay que pensarlas como un reservorio de sistemas y posibilidades, y que el cine se apropia de las que le vienen bien. Hoy deberíamos entender que el cine es esa multiplicidad de relatos al margen de las categorías”.

Pero el cineasta nacido en Banfield, que proyectó ayer “La orilla que se abisma”, apertura de la retrospectiva, y mostrará en el Eco Select “El rostro” (hoy), “El limonero real” (domingo), “El árbol” (lunes), “La casa” (martes) y “Sol en un patio vacío” (miércoles, con la presencia del director), no clausura el sentido de su cine, y afirma que “si entendemos que la cultura es un campo de tensiones, me parece interesante como territorio de un debate” la cuestión de las categorías para pensar “las poéticas circulantes: qué cine se hace y cómo se hace cine frente a un modelo hegemónico, muy poderoso, muy terrible”.

Fontán acepta en ese sentido que, efectivamente, su cine trabaja “otros ritmos, otras formas, otros materiales”, frente a “los modelos hegemónicos: no significa que no haya una historia, pero los modos de narrar no responden a los sistemas convencionales”. Una rebelión que lo hermanó temprano en su vida (es licenciado en Filosofía y Letras) con Juan José Saer, el escritor santafesino que escribió “El limonero real”, cuya adaptación se verá el domingo, y que se enfrentó con su obra a “la mass media de los relatos, formas de narrar el mundo que reproducían los discursos del poder”. Saer, dice Fontán, entendía que “el verdadero sentido está en el lenguaje, en la forma” y construyó un programa similar al del cineasta para librar esa batalla cultural.

“El problema del arte, cuando algo se establece como hegemónico, es lo dogmático: todo tiene que responder a ese modelo. Pero a mi me parece que los tiempos, cómo se narra, cómo trabaja el lenguaje con lo narrado, cuáles son los dispositivos para contar y para mirar el mundo, deben repensarse en cada película. No hay un sobretodo que sirva para todo”, manifiesta el realizador de un arte en sentido “contracultural” con “otro tiempo para mirar, diferente al vértigo, a la velocidad”, que piensa “qué cine se puede hacer en esta era de hipermultiplicación de imágenes”.

El cine de Fontán, que se prepara para el estreno de “La Deuda” en septiembre y se encuentra produciendo otra adaptación de Saer, “Nadie nada nunca”, confronta, en ese sentido, con ciertos modos diseminados por los grandes medios. “Hoy los noticieros emiten las noticias con música de efecto, una distorsión de cualquier forma de representación de la realidad, y reforzando cosas que no necesitan refuerza”, ejemplifica. “Hay una especie de control autoritario de la emoción, hay signos que refuerzan signos, un refuerzo constante de lo que se dice, y el sentido queda demasiado clarificado: nos acostumbramos demasiado a estos signos que se subrayan, y en la medida que se subrayan se empobrece el concepto del espectador, se le quita la condición de sujeto”.

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Su cine busca, entonces, no clausurar los potenciales sentidos, confrontando al “cine del decir” hegemónico con otro donde los sentidos fluyen como el agua de su ciclo de los ríos (“La orilla que se abisma”, “El rostro” y “El limonero real”), que se verá completa en el Eco Select.

Una trilogía hecha de “una materia muy conmovedora”, de “miradas sobre el río, la orilla, la posibilidad de acceder al paisaje, al rostro de la gente de las islas, al movimiento de la luz, a las pequeñas historias de personajes que están en extinción” donde aparece otra poética, además de la de Fontán y la de Saer: el primer trabajo del ciclo dialoga con la obra de Juan L. Ortiz, poeta que se quedó siempre en Entre Ríos, observando los mismos ríos, las mismas orillas, “configurando a partir de ahí una poética enorme, convencido de que las cosas son inagotables. En un momento donde todo es descartable, cuando consideramos un tiempo que se detiene a pensar y mirar, estamos ante algo contracultural”.