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Información General |MISERIA Y OLA POLAR

Noches solidarias: la tarea de ayudar a los que pasan hambre y frío en la calle

Unas cien personas viven en el más absoluto desamparo y las bajas temperaturas de los últimos días no sólo dejaron al descubierto una vez más su realidad sino también el compromiso de los que siempre dan una mano

Facundo Bañez

Facundo Bañez
facundogb@eldia.com

7 de Julio de 2019 | 04:57
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“Gracias, amigo, muchas gracias. Esto es lo primero que voy a comer en el día”. Jonathan agarra su porción humeante de guiso y la sonrisa es una felicidad en estado puro. Es jueves. Jueves frío. Falta poco para las ocho y media de la noche y en la esquina de 12 y 58, mientras la mayoría de los negocios empieza a bajar las cortinas y el viento sopla con alfileres, cuatro voluntarios reparten bandejitas con guiso de lentejas y sacan del baúl de un auto todo lo que pueden: panes, café, ropa, frazadas. Jonathan es el primero en recibir su ración pero no el único. Enseguida aparecen más. Un señor emponchado en una manta que parece salido de las sombras en plena luz artificial. Un nene de seis, siete años. Otra nena. Una piba embarazada que podría tener veinte o a lo mejor treinta años. Es difícil saberlo. Todos son familia y los voluntarios no dan abasto para cargar la comida en las cajas que Jonathan y la piba más grande bajan de un carro desbordado de cartones. “Gracias, gracias”, repite él, y abraza a uno de los voluntarios mientras dice en voz alta para que todos lo escuchen: “Gracias por acordarse de nosotros. A los negros feos no nos quiere nadie”.

El reparto dura unos diez minutos y es el primero de la noche. De una de las noches más frías del año. A estas horas, se sabe, la combinación de pobreza y ola polar motoriza un sinfín de reacciones solidarias para ayudar a los que menos tienen en noches frías y días oscuros. Clubes de fútbol que abren sus sedes, parroquias, centros vecinales. Todo suma para los que viven en una resta constante. “Pero nosotros estamos siempre”, aclara Nancy Maldonado, referente de la ONG local Sumando Voluntades y para quien, más allá de la trascendencia que tomó el tema en los últimos días y de las movidas solidarias, genuinas y nobles todas, “cuando el frío crudo amaine un poco la ayuda masiva va a desaparecer y nosotros vamos a seguir estando”.

Los voluntarios de Sumando Voluntades -un total de 65, entre los que trabajan en los paradores, recorren las calles cada noche y cocinan por las tardes- saben que tienen por delante una travesía desoladora y cargada de dolor. Recepciones como las de Jonathan no siempre son frecuentes. En sus rondas, los voluntarios se encuentran con personas que agradecen pero también con otras que no les hablan, que les tienen miedo o que apenas responden con sonidos guturales.

“Actualmente hay 37 personas durmiendo en la calle, y están porque se rehusan a ir a los paradores”

Lautaro Gutiérrez
D
irector de Desarrollo y Bienestar Social de la Comuna

 

“Algunos viven como animales –resume Nancy, mientras se prepara para la segunda parada de su recorrida del jueves-. Y en estas noches se refugian donde pueden. Muchos van al San Martín, hay un montón. Se quedan a dormir ahí, en los bancos o tirados en el piso, y cada vez que vamos encontramos más y más. Ahora lo vas a ver: te impresiona. Chicos, ancianos, mujeres. Mirás el panorama y no lo podés creer”.

***

El reloj marca casi las nueve y la temperatura todavía no llegó a lo peor. Cuatro, cinco grados. En los pasillos del Hospital San Martín corre un frío metálico que hace pensar en una intemperie de orfandad y tubos fluorescentes. El frío duele y no es metáfora. Al final del corredor del ala izquierda, contra un banco y refugiados en alguno de los recovecos del hall, diez, doce o más personas se abrigan con lo que pueden y se ovillan en un sueño que figura imposible. Nancy los detecta rápido y aclara con una firmeza que no se sabe si es de bronca o de pura pena: “Aunque no lo creas ahora son pocos… más tarde esto se llena”.

Nancy y otra voluntaria se acercan a uno por uno, los saludan, los reconocen. Recorren los pasillos y van reclutando gente que quiera comer o necesite más abrigo. Tres o cuatro las siguen hasta la calle, emponchados en frazadas o dándose calor con retazos de ropa suelta. Parecen refugiados que vinieran de una guerra. Sombras de una pesadilla. Afuera, la escena se repite y los voluntarios –gente de generosidad mayúscula, héroes que no aparecen en ninguna boleta- sirven guiso, preguntan qué más quieren y organizan casi de memoria el reparto de mantas y comida. En cuestión de segundos, lo que era tres o cuatro sombras se convierte en una ronda de manos extendidas y voces que apenas tienen fuerza para agradecer. La temperatura sigue bajando y es apenas el principio. La noche, dice Nancy, casi que todavía no empezó.

“Una vez que el frío se vaya esa gente va a volver al único lugar que tiene y que puede volver: la calle”

Nancy Maldonado
Referente de Sumando Voluntades

 

Y no son quince o veinte. Tampoco los 37 casos crónicos que registran los números oficiales. Son muchos más, decenas. ¿Más de cien? Los voluntarios que recorren las calles de la ciudad todas las noches contabilizan un total de 86 -20 más que los registrados el año pasado para la misma época-, pero Nancy, al margen de cualquier coyuntura, sobreactuación u oportunismo mediático, sabe bien que las personas en situación de calle, de aquellos que pasan sus noches contra la persiana cerrada de un negocio, en las plazas, en la puerta de los cajeros, en los frentes de edificios públicos o en los pasillos de algún hospital, supera en La Plata -y por mucho- el centenar.

“A varios no podemos acercarnos por una cuestión de seguridad –cuenta-, pero sabemos que hay varias personas más en el Bosque, en la 72. Como ahora pareciera que está de moda ayudar, muchos se sorprenden y escandalizan. Pero esto pasa hace mucho. Y es peor, cada vez peor. Estamos viendo algo que no veíamos nunca: matrimonios que se quedaron sin trabajo y ahora viven en la calle”.

***

A los dos paradores que tiene la ONG Sumando Voluntades -y que cobijan por estos días un total de 36 personas-, se le suman las 95 camas municipales (50 para hombres, 30 para mujeres y 15 para chicos) que atienden a personas en situación de calle. “Actualmente se atienden a 36 hombres, 15 mujeres y tenemos registradas a 37 personas que son ‘casos crónicos’ y no quieren abandonar la calle”, dice Lautaro Gutiérrez, director de Desarrollo y Bienestar Social de la Comuna.

Los voluntarios locales contabilizan un total de 86 personas en situación de calle

 

 

Lejos de querer contradecir las cifras que manejan las entidades locales, el funcionario asegura que “estas noches de frío hay 37 casos que no quieren recurrir a los paradores y son personas que tenemos registradas e incluso conocemos las historias clínicas de muchas de ellas, pero es cierto que el resto del año puede haber más. Si se suman los casos crónicos que nosotros tenemos contabilizados más aquellos que ahora están en paradores refugiándose del frío estamos en el número que manejan las ONG’s, pero hoy no tenemos ochenta personas durmiendo en la calle. Hay 37, y están porque se rehusan a ser institucionalizadas”.

Explicaciones al margen, Nancy lo sintetiza con la experiencia que le da salir a recorrer las calles todas las noches: “Hay más pobres, y si bien ahora muchos están protegidos por todas las movidas solidarias que se armaron, una vez que el frío se vaya esa gente va a volver al único lugar que tiene y que puede volver: la calle”.

Lo que dice Nancy no es menor y entra en sintonía con lo que apuntaba ayer Juan Carr, de Red Solidaria y quien difundió la cifra de cinco muertes en todo el país por la ola polar: “De no haber sido por el estallido solidario ahora tendríamos seguro alguna muerte más -aseguró Carr-. La ayuda evitó más muertes por el frío”.

***

Cuando termina la repartija a baúl abierto y balizas encendidas, Nancy vuelve a entrar al hospital para reclutar y ayudar a más personas. “Trato de sacarlas porque adentro no te dejan repartir comida -aclara-, pero vos viste lo que es: nadie los cuida. Vienen acá porque no tienen otro lugar a dónde ir. Muchos pueden ir a los paradores, pero son tantos que nunca alcanza...”

Otra vez adentro, los corredores del hospital parecen aún más fríos que un rato antes. Nancy repite que más tarde serán más pero la cantidad actual alcanza y sobra para sorprender y angustiar. Una señora, tirada en el piso, se tapa con una manta roída y pide por favor si no le pueden acercar algo de pan. Un señor grande, echado contra un banco y tapado en una frazada, tirita y tose y, contradicciones de la miseria, dice que tiene hambre pero nada de fuerzas para poder comer. Otro, flaco y ojeroso y como si caminara en cámara lenta, se acerca a Nancy y le pide algo de comida pero también medias, y calzoncillos. Lo que sea, aclara, y agradece casi por inercia o como si estuviese anestesiado. El grupo que ahora saca Nancy lo forman cuatro, cinco hombres flacos que salen, toman su ración de comida, las mantas, y vuelven a los pasillos del San Martín como lo que son: seres desamparados de un país en estado de emergencia.

“Y cada vez son más”, insiste Nancy. Y cualquiera que la acompaña en una recorrida entiende que no exagera. Al contrario. Pobreza más frío es igual a dolor. Un frío que duele. Y no es metáfora: es tragedia.

 

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Todas las noches, haga o no frío, la gente de “sumando voluntades” va a la puerta del San Martín para repartir ropa y comida / Gonzalo Calvelo

El jueves pasado, la recorrida de los voluntarios arrancó a las ocho y al primero que ayudaron fue a un cartonero en 12 y 58 / Gonzalo Calvelo

ni bien los autos de la ONG se frenaron en calle 12, varios se acercaron para pedir comida / Gonzalo Calvelo

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