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La Ciudad |En la provincia hay 49.500 menores incluidos en establecimientos de educación común

Más alumnos integrados en escuelas, pero aún hay barreras discriminatorias

En La Plata y la provincia de Buenos Aires subió el índice de estudiantes discapacitados que asisten a colegios públicos. Sin embargo, el acceso aún incluye un sinuoso camino para los padres que buscan una vacante

Más alumnos integrados en escuelas, pero aún hay barreras discriminatorias

uNA JORNADA ESCOLAR EN LA PRIMARIA Nº 55 JUAN VUCETICH / DEMIAN ALDAY

Jorge Garay

Jorge Garay
jgaray@eldia.com

8 de Julio de 2019 | 02:50
Edición impresa

Santino Perri se despertaba, sabía que se acercaba la hora de ir al colegio y lloraba. Las cosas no mejoraban a la salida: “Llegaba a casa y se desplomaba entre lágrimas”, cuenta ahora su mamá, Mirtha Bordeu, y repasa su angustia: “No sabía qué tenía, si le habían pegado, si le dolía una muela”.

Santino, que entonces tenía 7 años y padece un tipo de trastorno del espectro autista (TEA) -que le dificulta comunicarse verbalmente o relacionarse-, asistía a una Primaria de 47 y 23. “Era el único chico incluido y la pasaba realmente muy mal. Trataban de sacárselo de encima, les resultaba más fácil aislarlo que incorporarlo y él percibía todo eso”, recuerda Mirtha, que peregrinó junto a Santino en busca de muchas otras instituciones de educación común. La vida de ambos cambió cuando una trabajadora de aquella escuela le recomendó la rematriculación en la Primaria Nº 55 Juan Vucetich, donde en el último año la cantidad de alumnos integrados pasó de 18 a 24 -sobre un total de 434 estudiantes.

Hoy, en 5º grado y con 11 años, ya hace tres que el menor cursa en esa escuela pública de 25 y 62. “Desde la directora al preceptor, hay una mirada inclusiva. Todos lo tratan con normalidad, no como un ‘distinto’. Lo reconocen como niño, lo hacen participar de los actos, es muy aliviador que no lo sientan como un estorbo”, compara la mamá.

Como Santino, más de 49.500 alumnos con discapacidad asisten hoy a escuelas comunes de la Provincia, sin estar obligados a matricularse en una escuela especial, y al egresar obtendrán su título en igualdad de condiciones, tal como lo establece en 2016 la resolución 311 del Consejo Federal de Educación.

AVANCE NOTORIO

El avance, todavía no exento de barreras, es notorio: sólo en un año, en la Provincia 10.000 chicos pasaron de escuelas especiales a comunes, donde hoy cursan el 54% de los casi 92.000 estudiantes bonaerenses discapacitados, según datos aportados por la Dirección General de Cultura y Educación provincial (DGCyE).

Para el director de Educación Especial de la DGCyE, Juan Pablo Eviner, el cambio de normativa -que la Provincia aplica bajo el número 1664- fue clave para avanzar hacia un “cambio de paradigma en el modelo social de la discapacidad, al sacar el foco de la deficiencia sobre la persona y ponerlo en el contexto, en el acceso a la educación, planteando la corresponsabilidad entre la enseñanza especial y los distintos niveles”.

El fortalecimiento del rol de las familias a la hora de decidir la propuesta pedagógica para sus hijos y la formación “de más de 20.000 docentes con herramientas para el abordaje de alumnos con discapacidad”, destaca Eviner, acompañaron la evolución.

Pero, como advierten desde la Asocación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ), persisten las barreras, con “escuelas comunes que rechazan inscripciones por motivos de discapacidad o que, entre muchos impedimentos, excluyen de actividades o reducen la jornada escolar de estudiantes discapacitados”.

Alejandra Calabrese, que desde hace ocho años está al frente de la dirección de la Primaria 55, advierte que “todavía hoy” recibe a familias “que llegan a la escuela llorando porque no encuentran lugar en otros colegios. Si eso ocurre quiere decir que hay algo que estamos haciendo mal”.

Eviner lo reconoce. Lamenta que, pese a la regulación para que más chicos promocionen y se titulen en escuelas comunes -en La Plata son 1.902, 49% del total de alumnos con discapacidad- “muchas familias cargue con este peregrinaje”. Advierte el funcionario que “ninguna escuela puede decir que no tiene vacantes o que no está preparada”. Con su experiencia a cuestas, Mirtha, la mamá de Santino, evalúa que “a muchas instituciones les pesa el desafío”. Por eso, sintió como una caricia el recibimiento que tuvo su hijo en el nuevo establecimiento. Notó también que allí “terminan los que rebotan en el sistema educativo y no encuentran alojamiento en otro lugar”.

Santino, por ejemplo, comparte curso con otro alumo incluido, y los casos se replican en la mayoría de las divisiones del colegio de 25 y 62. Incluso, en algunas aulas hay hasta cuatro estudiantes integrados -“destacá eso, por favor”, pide Calabrese, en un tono que está entre el orgullo y la zozobra: “Es increíble, si pensamos lo que ocurre en la mayoría de las escuelas”, desliza-. Y todos hacen sus tareas en el mismo lugar, comparten espacio, mediados, en general, por acompañantes externos que articulan con escuelas especiales.

Más allá del impulso de las políticas públicas, Calabrese es consciente de que, al fin y al cabo, la lapicera de la matriculación la tiene el director. “Si no nos ponemos la camiseta de la inclusión en la educación pública estamos en problemas, estos son nenes que en su mayoría no tienen dinero para ir al sistema privado”, dice, y por eso mismo reconoce el proyecto inclusivo de la Secundaria Nº 80, ubicada a escasos metros de la Vucetich: “Los chicos que terminan la primaria acá tienen prioridad para terminar sus estudios en esa escuela, si es que ellos y sus papás quieren”, explica.

ROL PREDOMINANTE DE LA FAMILIA

La nueva resolución otorga un rol predominante a las familias. “Cada propuesta pedagógica se elabora de acuerdo a la trayectoria de cada chico, articulándolo con la escuela especial, siempre y cuando la familia esté de acuerdo”, apunta la orientadora educacional de la primaria, Laura Pucaco. “Si hay un papá que no firma el proyecto, no se hace, pero igualmente el chico sigue en la escuela, sin acompañantes externos, pero incluyéndolo”, completa la orientadora social Gabriela Giles.

Para Calabrese, se trata de un trabajo en equipo en el que todos llevan puesta la camiseta de la inclusión y por eso sonríe al recordar que Mirtha llegó con Santino por recomendación: “Me pone inmensamente feliz, porque dejamos la vida acá y quiere decir que estamos haciendo las cosas bien”.

¿Hay casos de discriminación o bullying entre compañeros? ¿Cómo actúan en esos casos? La respuesta de las docentes es a coro y contundente: “No hay prejuicios ni discriminación entre los chicos, hay problemas convivenciales como en todo ámbito, pero no por motivos de discapacidad”, sostienen, y argumentan que ello se explica por el programa inclusivo de la escuela: “La diversidad acá es natural”.

Mirtha Bordeu vuelve a destacar el acompañamiento de la institución -y del maestro Pablo Sifre- hacia su hijo y enumera avances, como el reconocimiento del abecedario o los colores en inglés. Hoy, al salir del colegio, Santino ya no llora y tres veces por semana sale corriendo a la escuela de estética Nº 2, que funciona en 7 y 76. “Veo resultados en él, la clave estaba en perseverar y no frustrarse”, completa su mamá.

Juan Pablo Eviner insiste: “Todas las escuelas comunes tienen que integrar a los chicos con discapacidad”. Y Alejandra Calabrese cierra con una cita del pedagogo Paulo Freire: “La educación es un acto de amor”.

 

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