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Sotanas y guardapolvos

Sotanas y guardapolvos

ALEJANDRO CASTAÑEDA
Por ALEJANDRO CASTAÑEDA

29 de Septiembre de 2019 | 01:58
Edición impresa

Suena misterioso pero es así: en las montañas se apunan la vocación de algunos curas. Años atrás, el padre cordobés José “Quito” Mariani confesó en un libro sus apasionadas andanzas amorosas entre aulas y arroyuelos. Un año después, se supo del romance riojano del sacerdote Pocho Brizuela y Nisa, una maestra de la vecindad. Y ahora, desde otras serranías llegó la noticia: Nelson Cuello, el cura de la parroquia de un pueblito de Valle Fértil, en San Juan, les anunció a los fieles en plena misa dominical que dejaba el sacerdocio: “abandono los hábitos porque estoy enamorado, no quiero caretearla ni estoy dispuesto a asumir una doble vida”, dijo, ante la sorpresa y apoyo de una congregación que fue a escuchar el Evangelio y acabó celebrando un amor prohibido. El pueblo sabía que el cura se había enamorado de una maestra de bello rezar que hacía honor al guardapolvos. Para muchos devotos la confesión de este ex confesor fue un acto de franqueza: “Habló con tanta sinceridad que los fieles lo aplaudieron, algunos lloraron y muchos fueron a abrazarlo”, contó la vecina Adriana Calivar. Lo más sorprendente, dicen los lugareños, es que Cuello no es el primero en dejar el sacerdocio en Valle Fértil. Cuentan que hace tres años el padre Francisco Armendáriz, que había sido designado en la misma parroquia, colgó la sotana para casarse con una profesora de Letras del pueblo. Evidentemente, aulas y sacristías se atraen en ese valle que es fértil también para el amor y que a más de un curita lo obligó a hacer equilibrio entre el deseo apremiante y el precipicio.

Sabían que el cura se había enamorado de una maestra de bello rezar que hacía honor al guardapolvos

 

La noticia sacudió la modorra dominguera. Cuello era muy querido en esta aldea de 4.000 habitantes. El ex padre era un párroco sencillo y servicial. Como se mensajeaba con el cielo y la tierra, lo buscaban para que tramitara obras y alivios. Pero su misión y su credo trastabillaron al descubrir que, cada vez que esa maestra rubia se arrodillaba, al padrecito le temblaba el celibato. Y así arrancó una dura puja en el alma y la conciencia de este sacerdote querido y querendón que, en noches de insomnio, preguntaba por qué lo que había empezado como una pesadilla de a poco se iba convirtiendo en un sueño.

Nelson por alguna razón eligió la misa del domingo para anunciarlo. No acudió a ninguna parábola ni buscó perdones. Con palabras claras y sentidas, cosa de que no hubiera dudas, hizo a un lado las lecturas sagradas y contó que, tras descubrir el amor terrenal, había decidido abandonar a todas las creyentes del valle para ir detrás de una sola. No le espera un ejercicio fácil. En su nueva morada también va a necesitar fe y rogativas para abrirse camino en un mundo terrenal donde hace rato que los panes no se multiplican. El amor de pareja exige otras ofrendas y otras oraciones. Administrar un hogar cuesta más que administrar sacramentos. Sin limosnas ni ayudas de arriba, el ex cura aprenderá que lo de compartir el amor no es difícil, pero que llenar la heladera y llegar a fin de mes es un milagro que no se paga con penitencias.

Cada vez que esa docente rubia se arrodillaba, al padrecito le temblaba el celibato

 

Son bravas las parroquias de serranías. Distancias, silencios y alfajores parecen favorecer la aparición de un enamoramiento que las largas siestas y la soledad se encargan de afianzar. El padre acaramelado se abstuvo de dar a conocer el nombre de la muchacha que había tomado por asalto su fe, aunque todo el pueblo sabe que una maestrita coqueta y devota le había desordenando su almacén de abstinencias y remordimientos. Cuando el metejón empezó a despuntar, Nelson había recurrido a remedios ocasionales, buscando alivio para unos nuevos calores que ni el ventilador ni los ruegos lograban aplacar. Pero el amor, se sabe, no calma ni refresca. Al contrario, arde y sobresalta, sobre todo cuando es prohibido. No había caso, ni sus ofrendas ni sus confesiones pudieron alejarlo de quien le inculcaba que la pasión también puede abrir la puerta a otras vocaciones. En madrugadas de súplicas y dudas intentaba desentrañar la metafísica del flechazo. Y en vano le rogó a todo el santoral que lo librara del embrujo de esa maestrita que al final le enseñó lo que él ni imaginaba que podía aprender.

 

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