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Séptimo Día |EL RESQUEMOR DE CONAN DOYLE CON SU PERSONAJE SHERLOCK HOLMES

La confesión del tenista: “odio el tenis”

Las singulares “Memorias” de Andre Agassi. Una paradoja que tiene correspondencia en muchos grandes escritores. Los rechazos de Kafka, Joyce, Dos Passos y Virginia Woolf a sus propios textos

La confesión del tenista: “odio el tenis”

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

13 de Diciembre de 2020 | 09:25
Edición impresa

Autor de la deslumbrante novela “Seda”, el italiano Alessandro Baricco (1958-) escribió hace poco un libro de ensayos cortos -“Una cierta idea de mundo”, Anagrama 2020- que empieza con un artículo dedicado al libro de memorias del ex tenista norteamericano Andre Agassi, titulado “Open” (Antonio Vallardi Editore, 2014). Una vez conocido ese acercamiento de Baricco, es imposible resistirse al deseo de leer las memorias de Agassi.

Baricco elogia al ghoswrigter (escritor fantasma) que se hizo cargo de la redacción (J.R. Mochringer, ganador del Pulitzer de periodismo en el año 2000) y no escatima elogios: “Ha conseguido darle a Agassi una voz (la vida ya la tenía y vaya vida) y lo ha hecho con una endiablada habilidad narrativa”, dice.

“Juego al tenis para ganarme la vida, aunque odio el tenis, lo detesto”

 

“Open” se parece a los partidos que jugaba el legendario y turbulento Agassi contra cualquiera de los grandes: Sampras, Connors, Federer y contra muchos rivales argentinos, de los que habla con respeto y admiración. El libro de Agassi se parece a esos partidos, porque el que empezaba a verlos no lo abandonaba hasta el final. Las 450 páginas de la autobiografía se devoran de la misma manera, casi sin pausas, hasta el match-point.

Por sobre la frivolidad propia de la vida de los “campeones” -en este caso de un ídolo del tenis- Baricco rescata del libro de memorias el hecho de que los lectores, en realidad, asistan “a un único, grande y fascinante partido entre un muchacho y el agujero negro que lleva adentro: que, más o menos, se quiera o no, es el mismo partido que jugamos todos”. El desafío es lo humano enfrentado a la existencia.

Baricco no es sólo un escritor, sino una eminencia literaria por donde se lo mire. Lo que dice de las memorias de Agassi no puede sino ser destacado: “He leído multitud de relatos, pero el de Agassi posee una belleza elemental y sintética que vale más de mil bordados literarios (novelas de ganchillo, no sé si me explico”.

El libro trata en definitiva sobre el sentido de la vida, agrega. Y el sentido de la vida es, en este caso, “arrancarse la felicidad de dentro de uno mismo, todo lo demás es una forma de lujo del ánimo, o de miseria, según el caso”. Tal como jugó, Agassi le entrega todo al texto, con generosidad en detalles y en sentimientos. Por dar un ejemplo, así como el escritor cubano José Lezama Lima destinó una treintena de hojas para describir cómo se hace un plato caribeño, Agassi relata con morosidad y admiración cómo trabajaba el hombre que encordaba sus raquetas. Hay meticulosidad y honor en ese homenaje al artesano.

Lo notable –y aquí, en este punto, se detiene Baricco- ocurre cuando se llega al nudo más paradójico y enigmático de la vida del Kid de Las Vegas. Es cuando Agassi, a punto de jugar un partido decisivo del Open de los Estados Unidos, en lo que va a ser el último partido de su carrera, con su cuerpo curtido ya por los mil dolores que le dejó ese deporte competitivo y solitario, recostado en la camilla de los masajes previos piensa: “Odio el tenis”.

Franz Kafka

Dice exactamente: “Juego al tenis para ganarme la vida, aunque odio el tenis, lo detesto con una oscura y secreta pasión, y sin embargo, sigo jugando porque no tengo alternativa. Y ese abismo, esa contradicción entre lo que quiero hacer y lo que de hecho hago, es la esencia de mi vida”. Lo curioso es que Agassi se casó hace veinte años con la ex tenista y número 1 del mundo, Steffi Graff, con la que tiene dos hijos (que no juegan al tenis).

Lujo o miseria, placer o sufrimiento. Esta encrucijada contradictoria que planteó Agassi en su autobiografía tuvo repercusiones en la prensa mundial. Y en algo más que la prensa deportiva, porque fueron muchos los críticos que encontraron en muchos escritores esa misma paradoja. En la historia de la literatura no fueron pocos los autores que odiaron lo que escribieron, ni los que aborrecieron a los personajes de las obras creadas por ellos mismos.

EL SACRIFICIO

Un gran odiador de sus obras fue Fran Kafka, que le ordenó a su “secretario-amigo” Max Brod que después de su muerte quemara todos sus escritos no publicados. Algo que Brod, afortunadamente, no llegó a hacer.

Estaba allí lo mejor de la obra de Kafka, pero el mandato del escritor fue el siguiente: “Quema sin leerlos absolutamente a todos los manuscritos, cartas propias y ajenas, dibujos, etcétera, que se encuentren en mi legado (es decir, en cajas de libros, roperos, escritorios de casa y de la oficina, o cualquier otro sitio donde pueda encontrarse algo y te llame la atención). Así también todos los escritos o dibujos que tú u otros, a los que debes pedírselo en mi nombre, tengan en su poder. Deben al menos comprometerse a quemar en persona las cartas que no quieran entregarte”.

James Joyce, uno de los máximos creadores, aborrecía su trabajo: “Escribir en inglés es la más ingeniosa máquina de tortura jamás diseñada para castigar los pecados cometidos en vidas anteriores”, dijo.

James Joyce

Virginia Woolf atacó a los dos frentes, es decir a la lectura y a la escritura. De la primera dijo: “Una vez que la enfermedad de la lectura se ha hecho fuerte en el sistema, lo debilita hasta convertir al lector en una presa fácil de otros carroñeros que disfrutan de la tinta y se alimentan de la pluma”, para concluir que “la desgracia lleva a la escritura”.

Uno de los mayores novelistas, el norteamericano John Dos Passos, escribió esta suerte de diatriba apocalíptica contra la literatura: “Si hay un infierno especial para escritores, este estaría en obligarlos a la fuerza a contemplar su propio trabajo”.

MATAR A SHERLOCK

No son pocos los escritores que aciertan con un personaje y que terminan odiándolos, acaso porque se vieron superados por su criatura. Sobre Don Quijote y Martín Fierro se escribieron bibliotecas enteras. Se habla aún mucho acerca de esas identidades fronterizas que invadieron el territorio de sus creadores, Cervantes y José Hernández.

Pero hubieron casos más extremos, en los que amaneció y se hizo nítido el odio de los autores hacia sus personajes. El caso más cabal fue el Conan Doyle y su detective Sherlock Holmes. El personaje se hizo tan famoso en Inglaterra que Doyle, por celos y porque necesitaba tiempo para escribir de otras cosas, decidió una vez matarlo.

Un anónimo cronista, al hablar del homicidio literario de Holmes a manos de Doyle, dijo que “provocó la ira de muchos seguidores que se dieron de baja en la revista donde se publicaban los relatos, marcharon con símbolos de luto y le dedicaron miles de cartas de diversa índole a Doyle para expresar su odio hacia su persona por asesinar al célebre detective”. Todo eso concluyó con Conan Doyle haciendo que resucitase al famoso Sherlock después de un tiempo.

Doyle, obligado a escribir sin parar nuevas aventuras de Holmes, se hartó de su personaje y de que su detective fuera más famoso que el autor que lo imaginó. De modo que decidió sacárselo de encima. Así le escribió Doyle un día una carta a su madre contándole su idea: “Estoy pensando en matarlo de una vez por todas. Me quita tiempo para dedicarme a cosas mejores”.

Conocedor de la fama de Holmes, Doyle comenzó a desacreditarlo por etapas, gradualmente. Así, en algunos relatos empezó a hablar mal de Sherlock, incluso lo hizo consumidor de opio y otras drogas, pero la admiración de los seguidores del detective no cedió un ápice. Entonces Doyle, en la aventura titulada “El problema final”, hace que Holmes se enfrente con un tenebroso rey del crimen y éste lo mata arrojándolo a una catarata.

John Dos Passos

El relato de la muerte de Holmes queda a manos del fiel John Watson, que informa: “Tomo la pluma con tristeza para redactar estos pocos párrafos, que serán los últimos que yo dedicaré a dejar constancia de las singulares dotes que distinguieron a mi amigo el señor Sherlock Holmes. Me he esforzado, aunque de una manera inconexa y, estoy profundamente convencido de ello, del todo inadecuada, en relatar cómo he podido las extraordinarias aventuras que me han ocurrido en su compañía desde que la casualidad nos juntó, en el período del Estudio en escarlata”.

El escándalo que hicieron los lectores fue formidable. Desesperado, Doyle, debió arriar la bandera de sus celos y unos tres años después tuvo que “resucitar” a Holmes. En el relato titulado “La casa vacía”, el racional detective reapareció ante el azorado Watson explicándole que, luego de caer por las cataratas de Reichenbach se había salvado gracias a sus conocimientos de un arte oriental llamado “baritsu”.

El amor de los lectores por Holmes fue más fuerte que el odio de Doyle hacia su personaje.

 

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