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Séptimo Día |EN TIEMPOS DE PANDEMIA

Un año donde la poesía volvió a cobrar protagonismo en el mundo literario

Dejó atrás su condición de rezagada para ser el centro de consideración de los editoriales y llenarse de galardones en este 2020

Un año donde la poesía volvió a cobrar protagonismo en el mundo literario
27 de Diciembre de 2020 | 08:24
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En el año donde se dislocó la normalidad y el lenguaje vaciló ante el extrañamiento de lo real, la poesía dejó atrás su condición rezagada en la consideración de las editoriales, y los galardones para convertirse en el género protagónico del 2020 tras arrasar con algunos de los mayores premios literarios -el Nobel, el Cervantes y el Princesa de Asturias-, afirmarse con varias iniciativas improvisadas bajo la zozobra de la pandemia y ser el foco de una disputa entre editoriales por detentar los derechos en español de la poeta Louise Glück.

Por detrás de un fenómeno que se vuelve visible, hay una trama silenciosa de causas y azares que se entretejen en el tiempo hasta alcanzar el espesor que le da centralidad. Difícil saber en qué momento y por qué razones la poesía dejó de ser esa forma condenada a ladrarle al mercado editorial desde las sombras para transformarse en un suceso que aún no encumbra best-sellers pero que en 2020 se ganó la atención de los jurados en prestigiosos lauros y sumó lectores a partir de propuestas que se adaptaron a los formatos ágiles del Whatsapp o las redes sociales.

Sumo lectores desde la adaptación de formatos ágiles como el Whatsapp o las redes sociales

 

En junio pasado, la poeta canadiense Anne Carson ganó el Premio Princesa Asturias de las Letras tras un fallo que ponderó su construcción de una poética innovadora “donde la vitalidad del gran pensamiento clásico funciona a la manera de un mapa que invita a dilucidar las complejidades del momento actual”. Entre sus libros traducidos al español se destacan “Tipos de agua”, “Hombres en sus horas libres” o “La belleza del marido”.

Cuatro meses después, la estadounidense Louise Glück -autora de títulos como “El iris salvaje”, Averno” y “Ararat”- contrarió las apuestas previas y se quedó con el Nobel de Literatura, reponiendo un protagonismo para el género que parecía perdido desde la concesión del galardón al sueco Tomas Tranströmer en 2011, el mismo año que el chileno Nicanor Parra obtuvo el Cervantes y Leonard Cohen, el Princesa de Asturias, aunque el canadiense lo hizo por sus canciones.

Carson y Glück tienen una producción compacta que hasta ahora casi no respiraba por fuera de ese universo endogámico que en la Argentina se retroalimenta a partir de sellos dedicados al género como Gog & Magog o publicaciones como Buenos Aires Poetry y Hablar de poesía. La trayectorias preexistentes de ambas, a las que se suma el español Francisco Brines -distinguido también este año con el Premio Cervantes, el gran baluarte de las letras españolas- reafirman el rol de los galardones para proyectar hacia la masividad obras con una circulación previa de baja intensidad, aunque esta nueva pregnancia en la agenda literaria se esfume al cabo de un tiempo. “Por desgracia a Glück dentro de poco se le recordará tan poco como se le echaba en falta antes”, sostuvo despechado el editor español Manuel Borrás.

Al frente del sello Pre-textos, Borrás publicó en español siete de los 11 libros de la estadounidense, una apuesta con más capital simbólico que valor de mercado porque las ventas de estas obras nunca llegaron a amortiguar el dinero invertido en ellas. Con la llegada del Nobel, la oportunidad de obtener por fin algo de ganancias parecía encaminada: el propio editor contó que tras temporadas de vender 200 ejemplares en todo un año, tras el anuncio del premio otorgado por la Academia Sueca llegaron a despachar 700 volúmenes en un cuarto de hora.

Según las prácticas afianzadas del mercado editorial, los riesgos los corren los sellos independientes mientras que los grandes conglomerados aparecen cuando una obra o su autor han sorteado el anonimato para situarse en el umbral de un probable éxito de ventas, una lógica que en este caso evaporó la lealtad hacia el editor que apostó a Glück y alentó al agente de la poeta, Andrew “El Chacal” Wyle, a buscar una nueva casa editora al mejor postor, que resultó ser Visor.

El raid de premios que le dio a la lírica una visibilidad inusual en este 2020 puede leerse como un fenómeno tan inesperado como el trastocamiento que provocó la pandemia. Y la poesía, desde siempre, marida perfecto con el extravío o la perplejidad. La labor del poeta -dice el escritor Alejandro Zambra, que en octubre publicó su novela “Poeta chileno”- es luchar con cada palabra del poema, rehabilitar el lenguaje o reinventarlo”. Un ejercicio propicio para un año en el que hubo que reinventar desde la sociabilidad hasta los duelos.

La paradoja del virus es que algunas cosas fueron posibles gracias a las restricciones para combatirlo, como el Festival de Literatura de Buenos Aires (Filba), que a partir de su migración al formato virtual logró la participación de figuras literarias con las que no se hubiera podido contar en la materialidad. Una de ellas fue Sharon Olds, que se suma al podio de las grandes poetas estadounidenses: la autora de “La materia de este mundo” leyó poemas y mantuvo una charla con la escritora Inés Garland, traductora de su libro “La habitación sin barrer”.

Al mismo tiempo que el derrotero de estos escritores consagrados hubo otra clase de recorrido, urgente y plebeyo, donde la lírica sí se inscribió en la cadencia de la pandemia. Y lo hizo a través de las redes sociales, uno de los formatos más utilizados hoy para dar a conocer poesía, una práctica que Santiago Llach registra en su “Manifiesto de la literatura del yo”: “Los gigantes digitales le entregaron la literatura a la gente común./ Mientras persistimos en el capricho de la demora y de la pausa,/ los poetas de Instagram postean sus epifanías/ y los poetas de tuiter inventan heterónimos/ y los poetas de facebook descubren/ las venas abiertas de su sensibilidad”, escribe.

Fueron varias las iniciativas que tomaron el espacio virtual, entre ellas el ciclo “Poesía en tu sofá”, que inauguró la ibérica Elvira Sastre en España y luego se replicó en la Argentina, donde a lo largo de sucesivas ediciones participaron Tamara Tenenbaum, Hernán Casciari, Tomás Rosner, Selva Almada, Rafael Spregelburd y Claudia Piñeiro, quien durante los meses de aislamiento se convirtió en una lectora inesperada del género.

Que varias propuestas interesadas en expandir el universo poético se hayan dado a conocer en los meses que duró el aislamiento, acaso se explique por ser la poesía portadora de la misma potencia de sentido que algunos atribuyen en este contexto a la ciencia ficción y la distopía, dos géneros que pasaron de plantear mundos remotos a funcionar como un oráculo para leer horizontes tan disruptivos como aquel desde el que interpela todavía hoy la pandemia.

 

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