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La Ciudad |Hace 150 millones de años, en las profundidades de Vaca Muerta

Platenses estudian una Argentina sin cordillera y con monstruos marinos

El actual territorio de la provincia de Neuquén y el sur de Mendoza fue un golfo al que se acercaban los temibles amos del Pacífico

Platenses estudian una Argentina sin cordillera y con monstruos marinos
Carlos Altavista

Carlos Altavista
caltavista@eldia.com

23 de Febrero de 2020 | 04:50
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“El estado de preservación que brinda Vaca Muerta no es bueno, es excelente”. En el primer piso del Museo de La Plata, la paleontóloga e investigadora Marta Fernández no se refiere a nada relacionado con el potencial en materia de energías no convencionales descubierto allí hace poco tiempo, sino a la preservación de restos de enormes reptiles marinos que, desde fines del siglo XIX, comenzaron a hallarse en la cuenca neuquina. Y que permitieron reconstruir una “prehistoria” argentina apasionante.

“En el actual Neuquén y sur de Mendoza, hace 150 millones de años, es decir, en el Jurásico más tardío, había un golfo de aguas templadas que conectaba directamente con el Pacífico. Chile no existía. Tampoco la cordillera de Los Andes, donde había una cadena de volcanes”, describió Fernández, científica del Conicet-UNLP y vicedirectora del Museo, que desde los años ‘80 y ‘90 ha participado de numerosas campañas que permitieron reconstruir aquel paisaje, difícil de imaginar hoy en día.

Ictiosaurios, plesiosaurios, cocodrilos “muy particulares” que se extinguieron por completo y tortugas, los principales reptiles marinos que habitaron aquel engolfamiento, fueron y son objeto de estudio de los paleontólogos.

Yanina Herrera, también investigadora del Conicet, hizo su tesis de grado en esa formación geológica llamada Vaca Muerta, donde se especializó en cocodrilos. Y el becario Lisandro Campos está realizando allí su doctorado, abocado a los ictiosaurios.

“Eran depredadores marinos. Bichos monstruosos en algunos casos”, acotó Marta, y dio pie a Lisandro para contar que “los ictiosaurios son comúnmente asociados a los delfines, por su morfología. En rigor, se parecían más al actual atún, aunque con trompa extendida. En promedio, medían unos diez metros, aunque se hallaron más grandes”, puntualizó.

Ictiosaurios y plesiosaurios eran los más grandes. Algo así como los enemigos por naturaleza.

En el Museo, concretamente en su sala curva, hay una réplica del hallazgo de un ictiosaurio (“lagarto en forma de pez”) realmente impactante.

El estudio del último que halló Lisandro fue publicado en una revista científica en enero. Sólo su mandíbula medía 1,50 metros.

En tanto, el último hallazgo de un plesiosaurio ocurrió en Pampa Tril, al norte de Neuquén. “Aún está sin preparar (proceso de limpieza de los restos para aislarlos de todo el material que los preserva). La mandíbula mide dos metros”, describió Fernández.

Los plesiosaurios tenían aletas. Ni manos ni patas como los reptiles que uno conoce. “Algunas formas llegaron a medir hasta doce metros de largo. En la cuenca neuquina se hallaron, básicamente, pliosaurios, una variante con una cabeza gigante. Eran depredadores temibles para otros peces y reptiles marinos, que vivieron entre el Jurásico medio y el superior”, detalló.

También hubo ejemplares de ictiosaurios gigantes, que pudieron llegar a tener esa longitud. A diferencia de los delfines con los que se los asocia, además de que no eran mamíferos, tenían la aleta de la cola en forma vertical, no horizontal. Ello hace suponer que nadaban de un modo más parecido al de un atún o tiburón.

La reconstrucción que pudieron hacer les dice que “estos monstruos marinos no vivían en el golfo, sino en mar abierto. Utilizaban ese espacio para reproducirse o alimentarse”, indicaron.

“Yo cierro los ojos e imagino una gran península de Valdés, en la cual se pueden observar, por temporadas, ballenas, delfines, orcas, pero ello no quiere decir que vivan allí. Son animales de mar abierto que llegan con propósitos concretos”, comparó la científica.

Tras destacar que estas investigaciones serían “imposibles” sin la ayuda de “quienes buscan petróleo, del Museo de Zapala, de este Museo y de otras dependencias”, Marta Fernández se remontó a fines del siglo XIX y principios del XX, de cuando datan los primeros reportes sobre el hallazgo de ese tipo de restos fósiles.

“En aquel tiempo se hacían muchas expediciones de carácter geológico. Se realizaban cartas topográficas, mapas, se delimitaban las provincias. Fue entonces cuando se encontraron los primeros restos, que normalmente se mandaban a estudiar a Europa. Así llegaron los informes originarios sobre la existencia de estas criaturas”, relató.

Cuando se profundizó la búsqueda de petróleo, siguieron los hallazgos, por lo que “en la década del ‘50 se decidió crear un museo dependiente de la dirección provincial de Minería, en Zapala. Es allí donde hay una gran cantidad y calidad de piezas. Y desde allí nos acompañan en nuestras misiones, pues son los que conocen el terreno mejor que nadie”, reconoció.

Carlos Rusconi, discípulo de Carlos Ameghino, en los ‘40 y ‘50; Zulma Gasparini, profesora emérita de la Universidad platense e investigadora superior del Conicet, en la década de los ‘70; Marta Fernández, entre otros, hacia los ‘80 y ‘90, y ahora los “herederos”, como Yanina Herrera o Lisandro Campos, fueron y son quienes recrearon y recrean esa “Argentina” impensada. Con salida al Pacífico, un gran golfo en Neuquén, Mendoza y sectores pequeños de Río Negro, La Pampa y San Juan, de aguas templadas y sin cordillera, en la que vivieron y dominaron el océano temibles reptiles marinos, aún poco reconocidos por “la competencia desleal del Diplodocus y el Tiranosaurio desde Hollywood”, dijeron, riendo, las dos investigadoras y el joven becario.

“Tras la gran extinción que se produjo a comienzos del Triásico (período previo al Jurásico que empezó hace 251 millones de años y acabó hace 201 millones de años), quedaron muchos ‘nichos vacíos’, por lo que numerosas especies se adaptaron a los mares en busca de otras fuentes alimenticias”, comentó Lisandro acerca del posible origen de estos monstruos marinos de la Argentina de aquellos tiempos.

Vale aclarar que para entonces la Antártida no estaba congelada. Y millones de años después, en las campañas de verano que suele realizar el Museo local junto al Instituto Antártico Argentino, se recuperaron restos fósiles de plesiosaurios y mosasaurios (este último del Cretácico superior, hace 70 a 66 millones de años), así como restos de cráneo, mandíbulas y dientes que documentaron que en los mares antárticos vivió el temible Prognathodon, otra bestia del Cretácico.

“Tras la extinción del Triásico muchas especies se adaptaron a los mares en busca de fuentes alimenticias”

Lisandro Campos, Becario Conicet

“En Neuquén y el sur de Mendoza hubo un golfo de aguas templadas que conectaba directamente con el Pacífico”

Marta Fernández, Investigadora del Conicet-UNLP

 

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