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Ocurrencias: El Papa, el coronavirus, las carmelitas y el cautiverio

Ocurrencias: El Papa, el coronavirus, las carmelitas y el cautiverio

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Alejandro Castañeda
Por: Alejandro Castañeda  

29 de Marzo de 2020 | 03:13
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MANO A MANO CON EL CIELO.- Todo es quietud, temor e incertidumbre. El mundo vive un feriado perpetuo a la sombra de un virus que ha entrado sin golpear y nos ha dado vuelta la vida. A todos. Como dijo el Papa el viernes en la Plaza San Pedro, solito, como aconseja la perversidad de una plaga mortífera que nos quiere encerrados y distanciados: “Nos dimos cuenta que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados, pero al mismo tiempo importantes y necesarios”, dijo. Fue como admitir que esta calamidad está más allá de todo lo imaginable. Si desde el altísimo le estaban echando una ojeada al mensaje de Francisco, entonces se habrán convencido de que lo terrible de esta pandemia es que enferma, mata y encima nos obliga a andar solos. ¿Quién imaginó semejante castigo? No sabemos. Tampoco sabemos si esta ausencia de abrazos podrá obtener mañana alguna recompensa. Con los seres queridos en lejanía y vínculos bajo sospecha, el temor al contagio nos ha convertido en vagabundos forzados de unos hogares que están rehaciendo horarios y coreografías para hacer más llevadera la prisión domiciliaria. El mundo cada vez está más encerrado, pero cada vez contagia más. La emocionada oración de Bergoglio –“Señor, no nos abandones”- fue un ruego esperanzado, pero también pareció contener unas gotas de reproche. ¿Siente que nos está abandonando? ¿O es para preguntarle a algún archivero celestial si este virus no habrá traspapelado el manual castigos y clemencia?

Las familias rehacen horarios y coreografías para hacer más llevadera la “domiciliaria”

SONRISAS AL DESNUDO.- Este diario dio a conocer ayer unos consejos de las carmelitas españolas para que los encerrados le puedan encontrar la vuelta a esta convivencia familiar, larga y forzada. Son diez puntos que no le agregan mi sabiduría ni trucos al cautiverio planetario. Proponen la paz, el amor, ejercitar virtudes, la aceptación y el autoconocimiento, ensanchar tu mundo interior, bailar, reírse. Y por supuesto recurrir a la oración. Para ellas es fácil, porque se trata de un cautiverio elegido que encima tiene un propósito bienaventurado. Serenidad y contemplación son las recetas magistrales de unas religiosas que están lejos de todo, hasta de los virus. Muy distinto, por cierto, al aislamiento que padece el mundo, un encierro obligatorio y amenazante, sin fecha de vencimiento, donde el único que nos puede visitar es el temido virus.

El que puso una nota de color justo a las orillas de este enclaustramiento fue el nudista Juan Antonio Vázquez, personaje conocido en estas crónicas. Previendo que se venía la cerrazón total, unos días antes de la cuarentena se desnudó frente al convento de las carmelitas, en la calle 7, un lugar que seguramente practicará lo que aconsejan las monjas españolas. Vázquez repitió el protocolo que trae desde hace años. Cada vez que siente que hay algo en peligro, prepara sus pancartas y su calzoncillo y sale desde Gorina a la lucha. Es cierto que el mundo le da temas. Hay tantas amenazas que Vázquez no debería vestirse más, quedar allí, en exhibición permanente, siempre en bolas y protestando. Cuando un periodista le preguntó por qué hacía lo que hacía, su respuesta fue: “no es exhibicionismo, es una metáfora artesanal”. Con su anatomía bastante harta de mostrar mucho y conseguir poco, Vázquez estuvo allí, ante la mirada indiferente de los peatones de una ciudad que ya empezaba a prepararse para enfrentar un virus que no respeta ni vestidos ni desvestidos. Cuando quisieron saber por qué eligió desnudarse ante este monasterio, Vázquez respondió que estaba en contra de costear estas residencias. Los mal pensados que nunca faltan aseguran que hubo algunos cortinados que se movieron en el convento de la calle 7, curioseando tal vez los desplazamientos de un peatón que rompió la rutina de una vereda juiciosa. Sin duda este metaforizador de las orillas buscó brindarle a esas hermanitas, calladas y distantes, ajenas a todo, una sorpresa. Pero su demostración sólo sirvió para afianzar la vocación de las monjas: nada más lejos de la tentación que una anatomía que desde hace tiempo pide cuarentena.

“Señor, no nos abandones”, dijo el Papa. ¿Siente que nos está dejando?

 

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