Cuando el virus se ensaña con políticos

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En un país que tiene uno de los índices más bajos de contagios por coronavirus, según cifras oficiales, la probabilidad de contraer la enfermedad es remota para cualquier ciudadano, excepto para los políticos, que se han vuelto un blanco de la COVID-19, justo cuando empieza a desatarse en Venezuela, tras varios meses de relativa contención.

Con el balance actual de poco más de 10.000 casos, la estadística diría que 1 de cada 3.000 venezolanos se ha infectado, pero para alcaldes, gobernadores, ministros o legisladores la proporción es más cerrada y cada día más arriesgada debido al afán de estos políticos por dejarse ver en la calle, donde campea el virus.

El presidente de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), Diosdado Cabello, ha sido, hasta el momento, lo más alto a lo que apuntó la COVID-19 en la política venezolana, pues se asentó en el cuerpo del hombre que preside un foro con poder incontestable, y que es cabeza y motor del partido oficialista, el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV).

Su enfermedad es vista como un asunto de Estado y, como tal, el presidente venezolano, Nicolás Maduro, ha dicho estar pendiente de la salud de Cabello, quien “va bien en su batalla” y le envió una estatuilla de José Gregorio Hernández, un médico fallecido en 1919 y venerado santo en el país, pese a no serlo.

Cabello había presidido una sesión de la ANC, que agrupa a cerca de 500 miembros en un lugar cerrado, e incluso ofreció un discurso y moderó el debate haciendo un uso intermitente de la mascarilla. Luego de que el poderoso dirigente chavista anunciara su infección, otros tres miembros de la ANC, un foro integrado solo por oficialistas y no reconocido por buena parte de la comunidad internacional, han pasado a la lista de casos positivos.

El legislador opositor José Antonio España, así como los alcaldes Jonny Acosta del estado Sucre (noreste) y Amado Torres de Yaracuy (oeste) son otros tres casos de esta decena de contagios dentro de la política nacional (EFE).

 

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