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Séptimo Día |¿CÓMO VENCER EL TEMOR POR LA PANDEMIA?

Ese desconocido, el 2020

El año del miedo al contagio, a los hospitales. Los “médicos-héroes” a los que se aplaudió. Lo que dicen las obras literarias sobre las pandemias. Las 365 citas de la Biblia

Ese desconocido, el 2020

Aplausos a los médicos, una movida que se dio en distintas partes del mundo para destacar y agradecer su labor en la pandemia / web

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

31 de Enero de 2021 | 07:23
Edición impresa

“El miedo es una de las emociones más antiguas y poderosas de la humanidad, y el miedo más antiguo y poderoso es el temor a lo desconocido” dijo H.P.Lovecraft (1890-1937), el escritor estadounidense considerado como uno de los grandes innovadores dentro del género del terror. Tales palabras no desencajan con lo ocurrido en 2020, con la humanidad atemorizada por un virus inesperado, invencible, que aterrizó en el planeta.

En los primeros meses de 2020, mucha gente dedicaba media hora de sus noches a aplaudir a los planteles médicos que en los hospitales luchaban contra la pandemia. Eran los días iniciales de una pelea que de entrada se presentaba desigual. Los aplausos se despeñaban desde los edificios de altura dirigidos a exaltar a esos héroes griegos, los médicos y enfermeros. Que no está mal calificarlos de “héroes griegos” porque en la Grecia antigua, tal como lo refleja su maravillosa literatura, el miedo humano no existía. Todos los protagonistas eran épicos y no temían morir. Salvo, claro está, que aparecieran los dioses, únicos capaces de atemorizar a esos guerreros.

La admiración humana era entendible. La figura del médico-héroe se encuentra reflejada en la literatura en numerosas obras clásicas, como “Nadie tendría que morir” (Frank G. Slaugther), “La ciudadela” (A.J. Cronin), “Cuerpos y almas” (Max Van der Meersch), “La peste” (Albert Camus) o “Sublime obsesión (“Lloyd C. Douglas).

De todos modos, con lo que pasó desde la llegada del coronavirus, con el agua turbulenta que corrió bajo los puentes, ocurrió que, gradual pero ostensiblemente, los médicos y enfermeros se fueron quedando solos –a veces desasistidos- y muchos de ellos cayeron para siempre en las trincheras del sistema de salud.

Las personas se fueron encerrando en sí mismas (algunas jamás volvieron a salir de sus hogares, desde marzo pasado), llegaron los barbijos, los distanciamientos sociales, las estadísticas penosas. Con montículos de tierra se cerraron pueblos y ciudades.

El miedo hizo crujir las tablas de valores y se apoderó del campo de batalla. La gente dejó de ir a los hospitales, los programas de vacunación y las consultas disminuyeron a niveles nunca vistos. Nacieron los hombres-islas, los prófugos de lo desconocido. Ir a un centro médico se convirtió en una aventura temeraria. Sólo muy pocos podrían haber suscripto las palabras de Nelson Mandela, que durante décadas fue un obligado compañero del miedo: “Aprendí que el coraje no era la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él. El valiente no es el que no siente miedo, sino el que vence ese terror”.

La mayoría de los gobiernos no colaboró por una mejor calidad de vida psicológica en esta pandemia. Más allá de los consejos sanitarios de prevención, lo cierto es que llenaron de más miedo a las sociedades. El empobrecido perfil de algunas cuarentenas fue el principal obstáculo para que hombres y mujeres pudieran acorazarse con mejores sueños, con emociones positivas frente a la pandemia. Se canceló la dignidad. Se impidió esa alternativa y, por el contrario, en algunos lugares se quiso usar al miedo social como factor de dominación. Sobre la tierra devastada no quedaba en pie ningún griego, sino tan sólo náufragos, antihéroes.

La famosa Metamorfosis” del personaje de Franz Kafka empieza con esta oración: “Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso Ungerzeifer». Entiéndase por “ungerzeifer” una cucaracha o cualquier otro insecto monstruoso. Eso también pudo hacer el virus con buena parte de la humanidad. Al sueño lo convirtió en pesadilla y así logró metamorfosear la condición humana, denigrarla. La tarea que queda, el desafío, es volver a ser quienes fuimos.

“El lector disfruta aprendiendo el qué y el cómo de las enfermedades”

 

EL MIEDO

No sólo existe el miedo a los hospitales. Lo concreto es que hay gente que también se estresa cuando tiene que ir al médico y, entonces, prefiere no hacerlo. Ese temor tiene un nombre clínico: “latrofobia”. Esto ha hecho que disminuyan en forma ostensible las consultas preventivas y la atención básica, que son retaceadas por personas que tienen miedo de ir al médico. ¿Y el virus? De parabienes, con tanta gente desmedicada.

La difícil relación paciente-médico fue tratada también con esmero por una rica diversidad de autores, desde el poeta Homero en adelante. Figuran allí Moliere, Gustave Flaubert, Thomas Mann, Ian Mc Ewan, Conan Doyle, Chejov, Somerset Maugham, Celine, Pio Baroja, Gregorio Marañón, Sigmund Freud o Pedro Laín Entralgo, entre tantos otros.

Hablando de esos escritores, médicos muchos de ellos, dice Amalia Lafuente en su artículo “Medicina y literatura: una pareja de hecho” que “el lector disfruta aprendiendo el qué y el cómo de las enfermedades, pero también de enterarse punto por punto de los detalles de la vida cotidiana, y de las dinámicas de la profesión”. Conocer es dejar de temer.

En Camus aparecen referencias morales para entender a una pandemia: “La plaga no está hecha a la medida del hombre, por tanto el hombre se dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene que pasar. Pero no siempre pasa. Y debido a esa incredulidad sucede que continuaban haciendo negocios, planeando viajes y teniendo opiniones. ¿Cómo hubieran podido pensar en la peste, que suprime el porvenir, los desplazamientos y las discusiones? Se creían libres, y nadie será libre mientras haya plagas”.

El miedo hizo crujir las tablas de valores y se apoderó del campo de batalla

 

¿Cómo salir del callejón y del miedo? La respuesta de Camus es terrenal, es de naturaleza ética y apunta a una condición humana universal: el único medio de luchar contra la peste es la honestidad. “Los días terribles de la peste no aparecen como una gran hoguera interminable y cruenta, sino más bien como un ininterrumpido pisoteo que aplasta todo a su paso” y frente a ello, cada uno debe ser digno y cumplir con su obligación, según lo dice el protagonista central, el médico Rieux. En toda peste ya no hay destinos individuales, sino deberes que deben compartirse.

LAS RELIGIONES

Hay un libro que no deja de ocuparse de los miedos. Permanentemente habla de ellos. Se trata del libro de los libros, la Biblia. A tal punto es así que desde el Génesis del Viejo Testamento hasta el Apocalipsis del nuevo, la Biblia le dice a sus lectores que no deben temer y lo hace...365 veces a lo largo de la Escritura.

No es necesario ser cristiano para leer una obra que resume sabiduría, como pocos textos sagrados de otras religiones. “No temas”, es el pedido que se reitera. Significa que debiera uno vivir en un estado de mayor paz interior. Vencer el miedo es hallar la paz.

“La plaga no está hecha a la medida del hombre, por tanto el hombre se dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene que pasar. Y debido a esa incredulidad continuaban haciendo negocios, planeando viajes y teniendo opiniones”

Albert Camus,
Novelista, ensayista, dramaturgo, filósofo y periodista francés

 

Cuando el arcángel Gabriel –el mensajero celestial- le informa a María que será la Madre de Dios, la exhorta para que no tema. En la Transfiguración de Jesús, los apóstoles cayeron al suelo abrumados por el miedo, pero “Jesús se acercó a ellos, y tocándolos, les dijo: “Levántense, no tengan miedo”. En el evangelio de Juan, se lee cuando los discípulos vieron a Jesús caminando hacia ellos sobre el agua y Él les dijo: “Soy yo, no teman”.

En todos los libros testamentarios se anima a los hombres. En Apocalipsis -“no temas por lo que tendrás que padecer”-; en Deuteronomio -“sean fuertes y valientes, no tengan miedo”-; en Salmos –”el Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es el baluarte de mi vida, ¿ante quién temblaré?”.

Un Papa de la era moderna, Juan Pablo II, exclamó en el mensaje inaugural de su papado: “¡No teman!”, dijo. Esa expresión, dicen, lo caracterizó.

No temer no significa ser temerario. En el clima desolador de una pandemia que acecha a la humanidad -una más, de las muchas que ya hubo, de las muchas que probablemente vendrán- no sólo es imperativa la conclusión moral de Camus, la de ser honestos, sino también la de no temer.

“Aprendí que el coraje no era la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él”

 

Para el budismo, cuando Buda enfrentó al miedo sintió que era el más poderoso de los obstáculos para alcanzar cualquier bien gratificante en la vida. Paradójicamente, algunas tribus indígenas de América, sobre todo las de México, definían al miedo como a una “enfermedad contagiosa” que había que tratar y erradicar.

En cambio, la magnífica religiosidad intrínseca del Islam se encontraría hoy afectada, al menos parcialmente, por el miedo. La intelectual marroquí musulmana Fátima Mernissi escribió un libro sobre esa cuestión: “El miedo a la modernidad: Islam y democracia”, en donde en seis capítulos analiza otros tantos miedos islámicos: “Miedo al occidente extranjero”; “Miedo al Imán”; “Miedo a la democracia”; “Miedo a la libertad de pensamiento”; “Miedo al Individualismo”; “Miedo al pasado” y “Miedo al presente”, al que añadiría “Miedo a la mujer”. Frente a tantos miedos, los nuestros parecen pocos.

 

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