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Durante más de cuatro décadas fue un lugar de encuentro de generaciones de platenses. Una “caja de zapatos” donde nació y creció un “invento” que dio la vuelta al mundo
La pandemia marcó el final de Arbys, ya en manos de otro dueño
Hipólito Sanzone
hsanzone@eldia.com
“Si sale muy aguachento me lo van a tirar por la cabeza”.
No siempre hay una historia que rompa el molde cuando se trata de lugares que fueron y ya no están. En La Plata hay más de una generación que tiene, aunque sea un pedacito de su vida, de su tiempo mejor o peor pero de su tiempo al fin, algún recuerdo en una mesa de esa “caja de zapatos”, como un viejo habitué y ex encargado define hoy a Arbys, a más de cuatro décadas de su último café.
¿Que tuvo ese barcito de apenas 15 mesas para dejarle semejante marca a la emoción de los platenses? ¿Dónde quedó ese secreto que le permitió sobrevivir tantos años sin caer en el pozo del “ya fue” en que cayeron y acaso siguen cayendo muchos lugares de la ciudad?
El nombre se inspiró en la cadena de comidas American Roast Beeff Yes Sir
A lo mejor la audacia fue el primer ingrediente. De entrada nomás se eligió un nombre con gancho y sin pedir permiso. Y debe ser el día de hoy que los hermanos Forrest y Leroy Raffel, de Ohio, sigan sin enterarse que en un rincón de Sudamérica “tuvieron” un local de la cadena que habían fundado y bautizado a partir del acrónimo Arbys: “America’s Roast Beef, Yes Sir” o en español: “Rosbeef de América, Sí Señor”.
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Debe aclararse sin embargo que el Arbys de acá, la caja de zapatos de 47 entre 8 y 9 no tuvo nada que ver con el de allá. La carne más osada que se pudo haber servido en el Arbys de La Plata quizá haya sido un sándwich de cuadril apaleado hasta hacerlo confesar que era lomito, en una de esos mediodías de trajín semanal o en alguna de aquellas mañanas de hambres urgentes, cuando cerraban los boliches bailables del centro y decenas de jóvenes parecían ponerse de acuerdo para ver quién llegaba primero a una de las mesas de la vereda, aún en pleno invierno.
Como buen abogado, Pilo Di Maggio es cauteloso y ciertamente desconfiado.
“¿Acaso vos sos de la Afip?”, inquiriere, medio en broma y medio en serio cuando se le pregunta por lo que patrimonialmente le significó ese exitazo comercial que fue su Arbys.
Y cuenta que fue una idea que nació a mediados de los 70, cuando era un recién llegado estudiante de Derecho venido de Bahía Blanca que compartía un departamento con otros dos estudiantes en 48 entre 5 y 6, abajo de lo que era el Bar Ofos.
Cuando le pasaron el dato que se alquilaba ese “sucuchito” de 47 entre 8 y 9, fue a ver al dueño que era el Turco Jalo y esa misma tarde cerraron el trato de una manera que hoy resultaría impensada.
“Me dio seis meses gratis porque al local había que hacerle cosas, arreglos”, cuenta Pilo.
Pablo A. (porque sólo si se lo nombra así accede a contar su historia) fue un histórico encargado de ese Arbys del dorado tiempo de los 80. Su vida de largas horas de laburo quedó marcada por incontables momentos buenos y de los otros, hasta una tragedia impensada como es enviudar a los 25 años de la persona con la que se tenían contenedores llenos de sueños y proyectos. Acaso eso solo alcance y sobre para decir que Pablo lleva en la piel una marca imborrable de su tiempo en Arbys.
“Era un lugar que por momentos parecía mágico. No sé cómo explicártelo. La gente que iba era divertida, que no se conocía entre sí pero la buena onda era notable”.
Y cuenta, como muestra de la “vibra” que rodeaba al lugar, una anécdota que trasladada al tiempo de hoy, cruzado por la violencia, la intolerancia y la locura que se vive y se consume, hubiese terminado en tragedia.
El café en jarrito se hizo popular y fue un éxito. Pero surgió un problema
“Fue un domingo que eran como las siete y media de la mañana y había un montón de gente desayunando en las mesas de la vereda. Era la hora de la salida de los boliches: de Metro, de Cirano, de todos los que entonces había en el centro. Por 47 venía el auto de un querido amigo, Daniel ‘El Eléctrico’ Fernández que tenía un Taunus, y veo que le apunta a un lugar que había para estacionar. Venían de caravana él, su hermano, el Ruso Babenco y otro más. No va que cuando estaciona le pega con el guardabarros a una de las mesas que estaban al ladito del cordón. Volaron los platos, las tazas y los flacos que estaban sentado salieron disparados como resortes. Yo pensé: se pudrió todo, acá se arma una batalla campal. En eso veo que Daniel se baja y abre el baúl del Taunus. Y me pregunté qué iría a sacar de ahí. Pensé cualquier cosa. En eso veo que saca una pelota de fútbol y dice: ‘che, esto lo podemos resolver con unas cabezas’. Y se pusieron a jugar todos en la vereda y después ya directamente adentro del boliche. Me acuerdo que un vecino que se levantaba temprano le contó a Pilo y Pilo nos quería matar, pero le negamos todo. Yo estoy seguro que esa la dejó pasar porque a Pilo no se le escapaba nada. Los sábados a la noche, cuando Arbys explotaba, se sentaba en la mesa 7, la de al lado del baño y de ahí relojeaba el display de la caja registradora. Era imposible que un mozo lo pudiera ‘pasar’ llevando algo sin tickear”.
“Eran los 80 y era Arbys. La falopa pasaba por la puerta y seguía de largo”
Pablo vuelve sobre la anécdota del partido de “cabezas”, que para quienes desconocen el folklore futbolero es, como su nombre lo indica, jugar a la pelota únicamente dándole cabezazos.
“Lo que te quiero decir con esto es que hoy un incidente de esos termina mal, termina con gente lastimada o muerta. Aquello era diferente, era un tiempo diferente, una sociedad diferente. Eran los 80, viejo, eran los 80 y era Arbys, no era en cualquier otro lugar”, dice, y parece que se le va a escapar un lagrimón.
El Arbys de las sillas originales. Marca registrada
Si hubo una épica de Arbys, tuvo que ver con su café y con lo que Pilo llama orgullosamente “nuestro invento”. Y a ese “invento” no duda en ponerle nombre y apellido: “el Café Americano”.
Cuenta que en un viaje a Quilmes, a una fábrica de artículos de cerámica Dresde, vio una tazas “raras”. No eran ni pocillos de café, ni de té ni de café doble.
“Eran como de café pero alargados, como una especie de jarrito. Compré varios y los empecé a usar en el bar e inesperadamente fue un éxito”, recuerda Pilo.
En Arbys había “triple concurrencia”. Esto era que los días de semana por la mañana temprano y hasta pasado el mediodía, las mesas eran ocupadas por gente de 40 años para arriba, mayormente hombres, que iban a desayunar, leer los diarios o reunirse para hablar de negocios. “Fuimos los primeros en comprar los diarios y ponerlos en un atril para que los leyeran los clientes”. A la tarde Arbys empezaba a recibir presencia femenina. Mujeres maduras y también muchachas que se reunían a tomar el té con algo dulce y consideraban que “ya no daba” para ir a La París donde todavía seguían yendo sus abuelas. Y a la noche era el Territorio Comanche de una juventud de los 80 que le daba vida a esa franja del microcentro marcado por la calle 47 desde 8 a diagonal 74.
Entre esas concurrencias el “café en jarrito” se empezó a hacer popular. Y su fama cruzó la calle, dio la vuelta a la manzana y se desparramó por la ciudad.
En la carta original de esa época se puede leer: “Café en Taza Americana”. Era más que el pocillo y menos que el doble.
Pero no todas eran flores. Surgió un problema inesperado.
“Los que manejaban la cafetera no estaban de acuerdo en ponerle más agua al café chico. Decían que salía aguachento, que se lo iban a tirar por la cabeza. Y algo de razón tenían porque se necesitaba un filtro diferente, uno que admitiera siete gramos de café, que es lo que lleva el café americano bien hecho”, cuenta Pablo que desafía al que sea a manejar una cafetera con los ojos vendados.
Intervino entonces un proveedor, Julio Alegre (ex presidente de Estudiantes) que tenía Café Cabrales.
“Julio nos hizo un filtro especial para el café en esas tazas. Y ahí si explotó. Fue un éxito que después copiaron otros y que sigue hasta el día de hoy”, dice Pilo.
En efecto, el “café americano” nacido y criado en La Plata hoy está en todas las cartas de todos los bares del mundo.
“Fue un bar en colores. Cuando todos eran negro, blanco, tonos de marrón, nosotros le metimos colores. Con eso marcamos una diferencia”, cuenta Pilo que agrega otro dato que considera clave: la música.
“Arbys era un bar con música pero no cualquier música. Dos veces por semana venía Pablo Balat y nos traía un cassette grabado por él”, revela Pilo. Pablo Balat sigue siendo, a siete años de su partida, el más importante referente de los disc jockey en La Plata.
La puerta de ingreso al local, sobre la calle 47
Variopinta concurrencia describe Pablo en imágenes que muestran al temido Jonny a las 11 de la mañana tomando un vermuth en una mesa contigua a la de dos profesionales definiendo un asunto de importancia o a la inolvidable Topacio, la chica de las botas largas, en tren de un segundo desayuno.
“No había necesidad de discriminar a nadie, el ambiente se cuidaba solo, no había necesidad de poner límites, la falopa pasaba por la puerta y seguía de largo, no tenía cabida en Arbys. Era un lugar al que todos iban a pasarla bien, aunque fuese un rato a tomar un café y seguir trabajando. Nadie se metía con nadie y el centro de la La Plata era otra cosa”, dice Pablo.
Y el “otra cosa”, aclara, tiene que ver con lo que considera un cambio gradual e inexorable que se fue dando en la ciudad.
En la esquina de 8 y 47 funcionaba Vía Láctea, otro motor de la movida en esa zona. Hay quienes dicen que ese lugar, donde los jóvenes hacían cola para tomar licuados y jugos, hoy sería un fracaso.
Cirano, Garden, Saint Maxim, Tía Berta y otros boliches marcaban el circuito de la calle 47. Hoy no queda ninguno de ellos.
“Hoy el microcentro a las 9 de la noche...te da miedo caminarlo”.
La franja del centro platense marcada por la calle 47 ofrecía otra geografía muy diferente a la de estos días. A los boliches bailables que en los 90 se mudarían fuera del casco urbano o cerrarían para siempre se sumaba la actividad teatral . No era raro entonces que en alguna mesa de Arbys de los fines de semana se oyeran las risas de Los Midachi, entre otros habitués.
“Hubo una mutación, un cambio que desplazó a la calle 47 de ese lugar que la gente identificaba con los boliches, la movida nocturna. Y Arbys era un poco el centro de todo eso. En sus mesas podías ver a gente muy conocida de entonces: Julio Alak, Panchito Oleastro, Carlos Bauza, Pablo Molinari, Marcos Sempé, Carlitos Cosoli, Raúl Meroni, Martín Ordoqui, Sergio Forletti, Sergio Stella, Daniel Cavalito, Martín Molteni, Daniel Alba y en las noches de teatro por ahí se te aparecían Olmedo, Porcel, Graciela Alfano y Teté Coustarot. Si hasta Favaloro tomó café en Arbys”, se entusiasma Pablo, el legendario encargado del boliche.
En el escenario de esa “caja de zapatos” cuentan que pasó de todo. Y que esas mesas y sillas tan particulares que hoy quizá duerman en por algún depósito sin saber que son como reliquias, pudieran hablar contarían cientos de historias desopilantes con sello bien platense.
“Un empresario sospechaba que su esposa lo engañaba y entonces se le metió en el baúl del auto y lo dejó entreabierto para poder bajarse en el momento en que la pescaría in fragantti. Pero la mujer se avivó y antes de dejar el auto estacionado al rayo de sol, le dio un golpe al baúl y se lo cerró. El tipo tuvo suerte que alguien oyó los pedidos de auxilio y lo sacaron, ya medio asfixiado”, recuerda Pablo.
“Una caja de zapatos”, define un legendario encargado
“Una vez se sienta un tipo que se ve que tenía un gran problema o una gran pena. Y en una de esas da un golpe en la mesa y rompe un par de vasos. Para que se calme le convidamos un whisky. En la mesa de al lado había otro que se había pasado de copas pero que miraba la escena y no decía nada. En eso salta y se queja: ‘no sabía que para que te regalen un whisky había que romper todo’, dijo. Terminamos riéndonos todos”.
“Desde la mesa 7, Pilo relojeaba la registradora”
Arbys se vendió antes de la pandemia y su nuevo dueño no pudo con esa crisis.
“Se lo vendí a un amigo de mi hijo. Al poco tiempo lo agarró la pandemia y se fundió. Lo vendí y no lo pude cobrar”, revela Pilo.
Con justicia podría decirse que con Arbys la ciudad perdió mucho mas que un boliche conocido o un lugar de encuentros. Perdió también un poco de su identidad, del color que desde el fondo de esa caja de zapatos supo darle a la vida cotidiana.
En el aroma de ese último café, hecho con un filtro especial, quedarán para siempre flotando nada más que lo que más importa: los buenos recuerdos.
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