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Séptimo Día |LA PALABRA “VIEJO” ES LA QUE TIENE MÁS SINÓNIMOS

La vejez en la literatura

Las primeras epidemias le dieron figuración social a los ancianos. En las obras literarias de la Grecia antigua, se maltrató a los mayores de edad. El caso singular de Don Quijote y la novela de Bioy Casares

La vejez en la literatura

El hombre que mató a Don Quijote”

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

14 de Febrero de 2021 | 07:37
Edición impresa

La peste bubónica o “yersinia pestis” causada por las pulgas en el siglo XIV y más tarde, la viruela en el siglo XV no sólo fueron piadosas con los viejos, sino que, al igual que con otras epidemias que asolaron al planeta por esa época, colaboraron para que se experimentara un fuerte crecimiento de ancianos en la población. Y los ancianos inmunes a esos males se convirtieron en sabios o patriarcas, tal como lo reflejan numerosas obras literarias.

Las pestes le fueron dando figuración social a los más viejos. Pero el universo es caprichoso, voluble y todo dura poco. El esplendor de los viejos se eclipsó y está claro que en la última ronda de pandemias, la actual, la del coronavirus, la historia parece haber variado por completo. Ahora son los ancianos los que pasaron a ser personas de “riesgo”, mientras que los jóvenes ganan espacios.

De todos modos, con la llegada del Renacimiento los de edad mayor habían empezado a pasarla mal. El arte renacentista descubrió tesoros escondidos en la sensualidad de los bosques, faunos, mujeres desnudas, efebos bellos como Antinoo y se recuperó el amor de los griegos antiguos por la belleza de la juventud, varonil o femenina.

En la Grecia antigua, en sus obras literarias, los ancianos fueron mal mirados y, sobre todo, mal tratados por tantos adoradores de lo bello. En las comedias el viejo era objeto de burlas. El historiador francés George Minois dice que fue así la correspondencia entre la literatura griega con la gente de edad mayor: “Vejez maldita y patética de las tragedias, vejez ridícula y repulsiva de las comedias; vejez contradictoria y ambigua de los filósofos. Estos últimos han reflexionado con frecuencia sobre el misterio del envejecimiento”.


Adolfo Bioy Casares / web

Es verdad también que en cada época corresponde hablar de las expectativas de vida. Ellas alteran la ecuación. Un ejemplo bastaría: en una de las novelas del francés Pierre Loti, hacia fines del siglo XIX, al hablar de un personaje el autor lo describe al pasar: “El anciano de 40 años entendió que le querían hablar...”. A los 40 años hace poco más de un siglo se era, efectivamente, un anciano.

EL NÚMERO 1

Para muchísimos críticos el número 1 de los personajes de la literatura mundial es el ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, presentado por Cervantes como un viejo algo loco, destartalado por el tiempo. Pues bien, Cervantes se encarga de avisar que el manchego tenía 50 años, es decir una edad que en esa época lo convertía en un individuo longevo, que ya vivía como de prestado.

La española Anabel Sáiz Ripoll sostuvo que “Cervantes escoge precisamente a un anciano, Don Alonso de Quijano para llevar a cabo la aventura más hermosa e ideal que nunca ser humano ha realizado, que no es otra que la de Don Quijote de la Mancha”.

“En la antigüedad, los ancianos podían regir los destinos políticos de una ciudad”

 

Menciona después a muchos escritores españoles que tuvieron a viejos como protagonistas. La reseña empieza con Leandro Fernández de Moratín, que “no deja en muy buen lugar a los ancianos, aunque lo hace con intención social. Así en “El viejo y la niña critica” los matrimonios de conveniencia, desiguales”.

Sigue con José de Espronceda , que “rechaza la vejez y en El Diablo Mundo escribe acerca de un anciano que se convierte en joven enérgico y fuerte”, para pasar luego a ese enorme novelista que fue Benito Pérez Galdós, que en Tristana nos habla del viejo cínico don Lope que quiere seducir a Tristana; y en El abuelo se centra en un personaje generoso. Añade a esa lista a Ramón del Valle-Inclán, que en “La sonata de invierno”, sitúa el declinar biológico de su alter ego, el marqués de Bradomín”, para concluir con el más actual Miguel Delibes en “La hoja roja”, que “critica la penosa situación de un jubilado”.

Los ancianos no fueron zaheridos siempre por los escritores. Sáiz Ripoll añade: “No siempre ha sido así y en la antigüedad el consejo de los ancianos era apreciado; es más, los ancianos podían regir los destinos políticos de una ciudad porque eran los que más habían vivido, los que tenían más experiencia de la vida. Hoy, en ciertas tribus o culturas primitivas, se observa que el anciano sigue teniendo gran importancia. Y aquí viene la pregunta: ¿son de verdad culturas primitivas?”

Tampoco la literatura ha marcado siempre un enfrentamiento entre ancianos y jóvenes. “Así, la figura del anciano, no siempre favorecida, sí aparece en algunos de nuestros mejores autores actuales que le dedican tiempo y esfuerzo, en ese intento de colocarlos en el lugar que merecen. A menudo, muestran que ancianos y jóvenes están más unidos de lo que pudiera parecer a simple vista porque ambos, por distintas causas, se sienten, de alguna manera relegados y olvidados. Por eso no es infrecuente que se den alianzas entre niños y ancianos, entre jóvenes y ancianos”.

Hay grandes escritores que llegaron a viejos y no perdieron calidad

 

Hoy mismo, en algunas ciudades de Francia y de otros países europeos, no faltan los “consejos de ancianos” que colaboran para el mejor gobierno de las ciudades. Algunos se dedican a fichar con detenimiento la historia de cada familia y de cada ciudad. En otros casos, esos consejos son el último filtro que deben pasar quienes quieren construir edificios en esas ciudades. Acaso fueron aprobados por los organismos técnicos de los ayuntamientos, pero si el consejo de viejos dice que “no” (suelen invocar razones de preservación de los cascos históricos o medioambientales), el expediente no sigue.

LA GUERRA

Pocas novelas, como la del argentino Adolfo Bioy Casares -“Diario de la guerra del cerdo”- plantearon la cuestión como un combate generacional, de los jóvenes contra los viejos. Así la retrata Manuel Allasino: “En ella se describe una semana de implacable lucha en Buenos Aires, contada día a día, con sus ansiedades, sus miedos, sus derrotas humillantes y sus victorias nunca duraderas. Su protagonista principal es Isidoro Vidal, llamado erróneamente por los demás personajes como “Don Isidro”: un jubilado que un día descubre que los jóvenes han decidido comenzar a atacar, amenazar y matar a los viejos. Vidal y sus amigos, un grupo de “viejos muchachos” que se reúnen todas las noches en el café de la esquina de la casa de Isidoro, y cuatro mujeres son hábilmente retratados por Bioy Casares”.

Añade el crítico: “La novela no es amable con la vejez, a la que presenta como el lugar de lo repugnante, de lo desvaído y de la muerte. A los personajes “viejos”, incluido Vidal, les cuesta reconocerse como tales y muestran su odio y rechazo con todo lo relacionado a la vejez. A su vez, Bioy Casares, describe a los jóvenes como violentos y descerebrados que realizan sus actos sin saber qué motivos los mueve. A pesar de la narrativa dura y sombría, en medio de las desgarradas aventuras de esta guerra siempre está presente el amor”.


La película “La guerra del cerdo”, de Torre Nilsson / web

Hay grandes escritores que llegaron a viejos y no perdieron calidad. El máximo de ellos, Goethe, que a sus 90 años siguió creando. O el ochentoso Víctor Hugo, o Herman Melville y entre nosotros, como casos de talentosa longevidad, Juan Filloy y el mismo Borges que, a propósito, elogió mucho la novela de su amigo Bioy pero lo recriminó ásperamente por el título: “Adolfito se condenó por tener para siempre un chancho en la tapa de su libro”.

La literatura osciló con el tema de la edad. Si es la edad de los escritores, hay ejemplos de genios jóvenes, como Rimbaud, Mary Sheley, Ray Bradbury, Thomas Mann y entre nosotros Alejandra Pizarnik que, antes de cumplir 25 años de edad, ya eran célebres.

Tampoco la literatura marcó siempre enfrentamientos de ancianos y jóvenes

 

El tema es complejo y remite a múltiples interpretaciones. Se considera que la palabra “viejo” es la que tiene más sinónimos en nuestro idioma, cerca de treinta. A saber, abuelo · achacoso · ajado · anciano · antediluviano · anticuado · antiguo · arcaico · arqueológico · añoso · centenario · decrépito · deslucido · destartalado · fósil · gastado · lejano · longevo · maduro · matusalén · pretérito · rancio · senil · tradicional · trasnochado · usado · vejestorio · veterano · vetusto.

La palabra “joven”, en cambio, tiene muy pocos sinónimos: adolescente, chaval, pollo, zagal, mancebo, mozo, muchacho.

Habría que preguntarse por qué motivo existe una tan marcada diferencia entre la cantidad de sinónimos que tienen esas dos palabras. Los de “viejo” aparecen como más adjetivados; y los de “joven”, más cercanos a lo sustantivo.

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