Ansia de naturaleza

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Ya no estamos en el confinamiento estricto del año pasado. No podemos, no queremos. Necesitamos volver o rearmar la rutina: salir a trabajar, socializar y tener contacto con la naturaleza. Es que la salud física tiene que balancearse con la mental. Sabemos como cuidarnos y, con esas herramientas, tratamos de recuperar algo de la libertad que la pandemia nos quitó.

¿Qué nos dejó, y nos deja aún, este contexto? Muchos aprendizajes, sin duda. El valor de lo que realmente importa y los detalles que hacen la diferencia. Una de esas pequeñas grandes cosas que suman es la naturaleza. Tras semanas de confinamiento y de distancia social, y a pesar de la desescalada más o menos rápida que podamos tener, hasta el espíritu más urbanista ha experimentado un ansia de naturaleza. En esta situación tan inédita está haciendo que muchas personas valoren la importancia de pasear por un bosque, tocar un árbol, admirar un campo de flores o simplemente ir a un parque a mirar el cielo. Las pequeñas plantas que tenemos en el balcón, los árboles que vemos desde la ventana, el pájaro que se posa en el balcón del vecino, se han convertido en terapeutas de primer nivel.

Es por eso que habitar la ciudad en sus calles, puertas afuera por más que el frío y la pocas horas de sol nos acorten el paseo o actividades, es beneficioso. Los especialistas en salud mental explican que el confinamiento trae consigo una pobreza de estímulos, que desde la psicología ambiental se conoce como saciedad psíquica: esa sensación de redundancia, de que te cansas antes de todo, de que todo es más de lo mismo. Una vez que se empezaron a permitir las salidas y “revinculaciones”, la nostalgia hizo que nos demos cuenta del valor del paseo por la plaza del barrio o del paseo en bici. El verde urbano no es solo un adorno, es vital ya que nos aporta bienestar, calma, belleza, conexión con otras formas de vida, sentido de pertenencia. Tiene un papel protector y reparador. Y gracias a eso está creciendo la conciencia de que la salud del planeta es nuestra salud porque somos lo mismo.

La pequeña naturaleza que nos rodea puede ser una tabla de salvación para la situación claustrofóbica que se vive. Es una especie de entrenamiento de los sentidos, porque la sociedad moderna nos ha hecho olvidar la importancia del vínculo salud-naturaleza y ahora, más que nunca, sentimos la necesidad de reconexión, cosa más difícil si vivimos en las ciudades.

Pasear de nuevo por el barrio, recuperar la vitalidad, estar más atentos y descubrir la alegría que nos regala la naturaleza, aliviar las tensiones, respirar profundamente y recuperar el silencio, es necesario.

Hoy todo es “afuera” y aunque a muchos no termine de convencerlos o les complique la economía, reformularse para trabajar, estudiar, entrenar y compartir al aire libre nos viene mejor. Al menos hasta que las cosas vuelvan a acomodarse.

 

 

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