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carlos reutemann, emblema del automovilismo a nivel mundial / web
Ezequiel Fernández Moores
Destacado
Por estos tiempos de tanta confusión informativa, al Lole Reutemann, como a muchos otros, también lo mataron primero por las redes. Lole todavía vivía y su familia, entonces, rogó piedad. Parece un sentimiento en vías de extinción, que hoy pierde por goleada en medio de tanto discurso de odio. Y de exaltar la diferencia. De privilegiar los muros a los puentes. El Lole, poco menos, fue acaso provocando él mismo su propia “muerte” como piloto de Fórmula 1 cuando el 29 de marzo de 1981 desoyó las ordenes del equipo Williams en el Gran Premio de Brasil y no le cedió el paso a su compañero de equipo Alan Jones que, por contrato, tenía la prioridad. “Claro que vi los carteles –diría luego Reutemann-, vi las señales, vi todo. Pero también pensaba mientras veía todo eso que si yo hacía caso a los carteles, era mucho más digno volver al box, preparar el bolso y despedirme de las carreras”.
Terminó yéndose igual. Pero a su modo. Porque Williams, cuentan los especialistas, no lo ayudó finalmente a ganar ese año de 1981 el título mundial (quedó a un punto del brasileño Nelson Piquet) y Lole, que acusó el impacto y era víctima fácil de sus estados anímicos, se retiró de la F1 cinco meses después, apenas iniciado el Mundial de 1982, que lo tenía como principal candidato (terminó siendo campeón su compañero Keijo Rosberg, con apenas una carrera ganada). Lole tenía ya su físico agotado con 40 años y el desgaste que significaban las carreras de entonces (el famoso “efecto suelo”). Vino la Guerra del Malvinas y él corriendo para un equipo inglés. Y es cierto que Ferrari lo tentó para cubrir la baja de Gilles Villeneuve y que él mismo hizo una prueba en 1983 en Francia con un casco ajeno para pasar desapercibido. Pero no. El final de su década en la F1 había terminado. Acaso jamás nos imaginábamos entonces que luego llegaría el desierto. Que la F1 se nos convertiría poco menos que en Marte, en un país lejano e inaccesible. Y que terminaríamos recordando con tanta admiración a quien, en su mejor momento, un discurso lo descalificaba porque era “un perdedor”, un “eterno segundo”.
Escribo sobre el Lole horas antes de la final de la Copa América y me resulta inevitable una asociación con el fútbol. Con “la generación de los segundos puestos” algunos de cuyos últimos testigos jugaban por la noche su nueva chance en el Maracaná. Si decíamos al inicio que la piedad es un sentimiento cada vez más escaso, el fútbol, el deporte del alto rendimiento, lo sabe como pocos. Más aún. Suele ser un mundo directamente cruel. Perder por milésimas. Por un tiro en el poste. Por un gol en contra. Un penal que no fue. Un esfuerzo de años que se siente derrumbado en un segundo. Por eso es bueno escaparle a los atajos y a las simplificaciones inevitables que solemos hacer los periodistas. Porque ese segundo fatal no derrumba nada. Ese camino previo es siempre toda una construcción que da sentido mayor que el de un título. El título genera dinero y reconocimiento mayor, claro. Pero también es un vacío en sí mismo. La obra principal, no tengo dudas, sigue siendo el recorrido. Es más silencioso, claro. Pero esa intimidad del trabajo cotidiano ayuda más a la hora de las cuentas finales. ¿O acaso Leo Messi no debe ser de lo mejor que le ha sucedido al fútbol mundial en estos tiempos? ¿O acaso –como me dijo el colega especialista Pablo Vignone- Reutemann no figura en todas las estadísticas dentro del top 20 en la historia de la F1?
Curioso que una persona tan conservadora como Reutemann (conservador como piloto y luego como político) haya pasado a la historia también por protagonizar uno de los gestos más rebeldes en las estructuras de la F1 como fue aquella desobediencia en Brasil (país en el que ganó cinco veces). “Cuando lo hizo ya sabía tal vez que estaba cerca del retiro”, me dice Vignone. “Tormentoso y atormentado”, lo describió Don Enzo Ferrari, acaso furioso porque el propio Lole, después de dos años y medio en la escudería italiana, lo sorprendió a él mismo al pasar a Lotus, una experiencia que provocó inmediata “anglofilia” en buena parte de la prensa local, que cesó cuando el equipo inglés liderado por Colin Chapman terminó considerando un fiasco al “revolucionario” Lotus 80, lo que precipitó la partida a Williams con el final que ya contamos. Son tiempos de tanta muerte fácil que muchas cosas parecieran naturalizarse. Pero Reutemann, silencioso en las pistas y también en la política, fue un fenómeno del deporte argentino. Merece el recuerdo.
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