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Ocurrencias: un cumpleaños con más perdones que regalos

Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda

15 de Agosto de 2021 | 02:05
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El feminismo militante debería festejar la aparición de esta cumpleañera culpable que vino a ocupar el centro de la gran escena nacional. “La querida Fabiola”, como le dice el Presidente, ha dejado a un lado su bajo perfil y se ha ganado en buena ley el derecho a ser anti héroe indiscutido de un festejo que en un solo brindis se cargó la cuarentena, los protocolos y la palabra presidencial.

Es cierto: una imagen vale más que mil palabras. Frente al desorden, la fotografía siempre restablece el beneficio de lo indudable. La imagen de Olivos lo dice todo. Aquí no hay fuera de contexto ni mala fe ni tramoyas conspirativas. El peso y la elocuencia de la foto es todo y es suficiente.

El festejo del cumpleaños de Fabiola Yáñez en la Quinta Presidencial va a ser recordado como un momento culminante de la fotografía documental. La notable Susan Sontag alguna vez escribió que la fotografía “es a la vez, una pseudopresencia y un signo de ausencia”. Una verdad que se revalidó este jueves negro con varios claroscuros: ese día, mientras Cristina ironizaba por haber sido excluida de la foto de campaña del PJ, el presidente Alberto se desesperaba porque había aparecido incluido en la foto del cumpleaños de su “querida Fabiola”.

En el poder, algunos se quejan porque no están; y otros, por estar demasiado. El Presidente formuló su compungido descargo porque no tenía otra opción que bajar la cabeza y pedir perdón.

La foto culposa no necesita ni epígrafe para ser terminante. El ministro Cafiero había salido a media mañana a reconocer el grave error. Pero sonó resignado e insuficiente. Desde varios rincones le reclamaban al presidente un mea culpa personal, hondo y rotundo. Es que necesitan empezar a tramitar olvidos porque las elecciones están cerca.

En un solo brindis cumpleañero el festejo se cargó la cuarentena, los protocolos y la palabra presidencial

Su viaje a Olavarría, la ciudad de cemento que sabe de caraduras, fue el escenario final de un escándalo que esta vez le pegó en pleno rostro. Para explicar lo inexplicable eligió una chiva expiatoria: “El 14 de julio, día del cumpleaños de mi querida Fabiola, ella convocó a una reunión, un brindis con amigos que no debió haberse hecho. Lamento que haya ocurrido. Mirando en retrospectiva, debí haber tenido más cuidados que los que evidentemente tuve”. Sobre todo porque el país estaba encerrado por una rigurosa cuarentena y el propio Presidente avisaba que iba a ser implacable con los que no se cuidaran y no se quedaran en casa.

Oscar Wilde decía que sólo los superficiales no juzgan por las apariencias. Como la fotografía consagra la pura apariencia, la lista de invitados permite reunir a Wilde con Fabiola en un festejo imposible sobre el valor de la buena imagen: maquilladoras, peluqueros, coach y gente dedicada a darle modos y modales a la primera dama fueron esa noche portadores de un nuevo homenaje a las apariencias.

El Presidente en aquella ocasión había acompañado a gusto ese festejo. Pero ahora, al difundirse la foto temida, no le quedó otra que asumir su responsabilidad por no cuidarse y por seguir de alguna forma el consejo de Aníbal Fernández, que proponía como alternativa “cagar a trompadas a su esposa”, una salida que fue mal vista por un feminismo que sintió que en Olivos el cupo de condenados está mal repartido.

La dichosa fotografía tiene peso y argumento. No se necesita más para que el gentío dicte sentencias. Salió a la luz justamente después que Cafiero primero y Alberto después, juraran que en la Quinta solo se habían hecho reuniones de trabajo. Hoy, todo está a la vista y sólo falta saber el nombre de ese fotógrafo que con un solo clic barrió con la pedagogía oficial del cuidado y el distanciamiento.

Se barajan nombres cercanos. Debe ser gente con buena chapa y buena cercanía para que el Presidente haya preferido esconderlo y mandar al aire a Fabiola, la dueña de este “cumpleaños feliz” sin vacunas, sin barbijo y sin vergüenza. “El fotógrafo -otra vez Sontag- saquea y preserva, denuncia y consagra a la vez”. Olivos no está para tortas. La dura interna que mantiene Dylan con ese hijo recién llegado que lo torea, quizá reproduce, en clave perruna, la disputa entre el inquilino de Olivos y la verdadera dueña de la cucha.

 

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