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Por el hecho de haber pasado gran parte de sus vidas encerrados y sólo en contacto con sus padres, algunos chicos que hoy tienen menos de 5 años presentan alteraciones en su desarrollo emocional
Camila estaba por cumplir tres meses cuando en marzo del año pasado comenzaron a registrarse los primeros casos de Covid en el país. El miedo a aquella enfermedad de la que por entonces se sabía poco, sumado a la inseguridad de sus padres primerizos hicieron que Ana, la mamá, decidiera extender su licencia por maternidad para dedicarse ella misma a cuidar a la bebé. Luego vino la cuarentena y el confinamiento total.
Como la inmensa mayoría de los niños nacidos a partir de fines de 2019, Camila ha crecido sin vida social. En el último año y medio (que abarca casi toda su existencia) su mundo han sido sus padres y el departamento de dos dormitorios donde se crió. Pese a que la suya es una familia grande y muy apegada, ella no ha tenido hasta el momento la oportunidad de ver juntos a todos sus tíos, primos y demás parientes en uno de los típicos asados en que se solían reunir. Hasta hace unos meses a sus abuelos sólo los veía por Zoom.
Cuando en julio pasado a la mamá de Camila le avisaron que debía volver a hacer trabajo presencial, ella y su marido se pusieron en campaña para encontrar un jardín maternal. Pero el intento no funcionó. A pesar de que la acompañaron durante una semana en el proceso de adaptación, no lograron que se adaptara al jardín. Estallaba en angustiosas crisis de llanto apenas amagaban a dejarla y no había manera de que se soltara del cuello de su mamá. Y cuando intentaron probar con una niñera en su propia casa, la resistencia de la beba a quedarse sola con ella fue similar.
“Le tiene terror a los desconocidos –cuenta Ana-. No es un simple berrinche lo que le pasa con la gente. Apenas salimos de casa me agarra con fuerza y no permite que la deje en el piso. Hasta se me complica llevarla con la pediatra porque apenas se acerca a revisarla se larga a llorar y no para”, dice la mamá.
El apego extremo que nota Ana en su hija Camila no es una rareza. A lo largo del último año muchos pediatras y psicopedagogos han comenzado a observar con inquietud tanto ese comportamiento como otras alteraciones en el desarrollo emocional de algunos chicos que atraviesan su primera infancia en medio de las restricciones sociales impuestas por el Covid.
Aunque suele hablarse de “pandemials” para hacer referencia a los más de 30 millones de bebés que nacieron en el mundo desde fines de 2019 cuando comenzó la pandemia, este término bien podría aplicarse a toda la generación que abarca a quienes tienen hoy cinco o seis años, dado el impacto que el acontecimiento ha tenido sobre su desarrollo emocional.
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Baja capacidad de socialización, apego extremo, miedo, angustia, retrocesos cognitivos, trastornos del sueño, irascibilidad, desinterés, menores habilidades de comunicación… El confinamiento y el estrés pandémico sufrido por las familias parecen haber dejado una clara marca en entre una generación de chicos que crecieron alejados de los jardines de infantes, plazas y cumpleaños, en un mundo amenazante que ni el amor de sus padres ha logrado filtrar.
Porque lo cierto es que la pandemia no solo ha tenido un costo emocional para las niños. El temor y la ansiedad desatados por la nueva enfermedad también resultaron estresantes para los adultos a su cargo, muchos de los cuales debieron de pronto pasar a atender sus responsabilidades laborales a la par de un cuidado infantil `full time`, un combo difícil de conciliar sin perder la calma alguna que otra vez.
“El estrés pandémico afectó a los más pequeños en alguna medida, como a todos. Seguramente habrá dependido del manejo adulto, pero ha sido inevitable que algo les haya llegado. Desde perder sus rutinas y no encontrarse con sus amigos hasta estar expuestos a mucho estrés”, señala la neuropsicóloga pediátrica Carina Castro Fumero, autora de “¿Qué puedo hacer yo?”, una guía para entender, cuidar y potenciar el cerebro en la niñez.
“Los seres humanos tenemos un cerebro social. Se desarrolla desde el nacimiento en continua interacción con otros cerebros. Los niños desde que nacen necesitan socializar con su entorno, con las personas que los rodean y es llegando a los tres años que se empiezan a interesar por pares”, explica Castro Fumero al describir condiciones ideales de las que muchos niños pequeños se vieron privados al desatarse la pandemia de Covid.
“Muchos pediatras vienen observando alteraciones en el desarrollo emocional de algunos chicos”
“Hay que entender que estos niños estuvieron solo con sus papás, a lo sumo con algún hermanito. No fueron a la plaza, no vieron gente caminando por la calle, como tampoco a sus abuelos, primos y tíos. Esto hizo que desarrollen su mundo de objetos y conocimiento de forma bastante reducida”, señala por su lado la psicopedagoga Silvana Vivas, integrante del programa de seguimiento de alto riesgo del hospital materno infantil Ramón Sardá
“Al no haber podido desarrollar en este periodo de aislamiento habilidades de interacción no tienen herramientas con las cuales poder disfrutar de un acercamiento con otras personas”, explica Vivas. De ahí que al comenzar a salir y ver que existen otros que no conocen y con los que nunca habían interactuado tienen “una primera reacción de temor, de no querer jugar o sociabilizar”.
Pero la desconfianza por los extraños, el miedo a salir a la calle o las dificultades para separarse de sus papás, si bien constituyen algunos de los patrones de conducta más extendidos, no son las únicas alteraciones en el desarrollo emocional que los expertos han comenzado a observar entre los niños de esta generación marcada por el confinamiento social.
También llama la atención a algunos pediatras el hecho que los más pequeños presentan distintos rasgos de sufrimiento, como llorar continuamente sin lograr calmarse, irritarse con facilidad, dar gritos desenfrenados y tener descargas de agresión. “Vimos reacciones muy exageradas como de ni siquiera querer tocar a las otras personas ni permitir que las otras personas se acerquen para tocarlos, no mirar directamente y evitar la mirada a otras personas”, cuenta Rivas al señalar que se trata de algo “muy complejo para los papás”.
Pero además -comenta la psicopedagoga-. de cada diez consultas de niños de entre 18 a 24 meses, ocho presentaban retraso en el desarrollo de las habilidades lingüísticas. “Este es un dato preocupante porque se espera que, cerca de los dos años, los niños digan varias palabras, incluso unan dos o tres para elaborar un concepto. Y lo que genera el hecho de no tener palabras para trasmitir es justamente que estas conductas vayan en aumento. Al perder esta posibilidad de hablar, de expresar pensamientos y sentimientos, lo expresan en el cuerpo”, dice la profesional.
A menos de dos años de iniciada una pandemia que por momentos parece llevar ya una eternidad tal vez sea demasiado pronto para especular si el impacto emocional observado por los expertos entre esta generación de niños marcará en alguna medida toda su existencia o se trata sólo de algo circunstancial. Por lo pronto, el hecho de que cada vez exista mayor conciencia entre los pediatras de ese rasgo generacional permite que sus padres se sientan menos solos y tengan mayores posibilidades de ayudarlos a estar mejor en el mundo que nos toca vivir.
“El estrés pandémico afectó a los más pequeños en alguna medida, como a todos. Seguramente habrá dependido del manejo adulto, pero ha sido inevitable que algo les haya llegado. Desde perder sus rutinas y no encontrarse con sus amigos hasta estar expuestos a mucho estrés” Carina Castro Fumero Neuropsicóloga pediátrica
“Hay que entender que estos niños estuvieron solo con sus papás, a lo sumo con algún hermanito. No fueron a la plaza, no vieron gente caminando por la calle, como tampoco a sus abuelos, primos y tíos. Esto hizo que desarrollen su mundo de objetos y conocimiento de forma bastante reducida” Silvana Vivas Psicopedagoga
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