De masculinidades y feminismos

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Escrita en un espacio de incomodidad personal y atravesada por un clima de época que traslada a sus personajes, la novela “El galpón”, de Ricardo Strafacce, revisa “de manera no deliberada” masculinidades y feminismos como dispositivos en franco ascenso o presunta retirada, donde se cocinan, en clave de policial noir, experiencias terribles y extravagantes.

Publicada por Blatt&Ríos, “la novela es una despedida algo melancólica a la masculinidad heterosexual como dispositivo ideológico dominante y contiene cierta bienvenida a la sororidad y ese tipo de cosas, dispositivos no hegemónicos aún pero con pretensiones de serlo”, dice Strafacce.

La acción empieza cuando Leonardo, un empleado público todavía joven, agrisado y raso, encuentra a su esposa Dolores, ambiciosa y proactiva, secretaria privada y amante del titular del ministerio donde él trabaja, teniendo sexo en su departamento porteño con un grupo de hombres que podrían ser policías o taxi-boys o actores de reparto de teatro de revista.

Nada de eso queda claro. Los hombres golpean a Leonardo, lo escupen, lo maltratan en general mientras Dolores, omnisciente en su habitación, disfruta del sexo con unos y otros y deja que esto ocurra. Lo siguiente es un secuestro de lo que parece un grupo comando y el desarrollo de la trama en un no lugar algo pesadillesco y bastante onírico, donde el desganado y temeroso protagonista tendrá que aprender a sobrevivir.

Como una voz antigua que aún desconfía del goce o se turba ante él, la novela de Strafacce describe con asombro el nuevo tablero de los sexos y de los géneros de la cuarta ola feminista, el clima de ideas de la época que lo atraviesa en palabras del autor.

Eso que está en el aire aparece clarísimo con las mujeres organizadas de ese galpón incierto adonde depositan a Leonardo, que está en algún lado de la ciudad o el conurbano, bajo una discoteca, y que bien podría ser un centro de detención ilegal, o no, donde ellas logran una mecánica que les permite incluso irse, pero el sector masculino mantiene una dinámica binaria donde es azaroso saber si cenarán o serán torturados. ¿Qué es ese lugar?

“Para mí las discotecas son un lugar mítico porque prácticamente nunca fui a una o he ido para eventos no disco, pero todo ese ambiente, esas luces, esa música y esa gente que baila y baila las transforman en un lugar mítico, que yo, -como estos personajes acarreados hasta ese galpón-, miro desde abajo, como quien no lo conoce o no pertenece a eso”, dice Strafacce.

“Una discoteca no es real: las luces desrealizan la luz, el sonido desrealiza la música y las conversaciones y la seducción está desrealizada por esa puesta en escena, que puede tener algo de ritual”. Estos personajes “miran desde abajo el sonido y la furia”, insiste el escritor.

Suena a policial de otra época. Con los recursos del “Lego” y la “Estudiosa” como personajes totalmente externos al relato, que el narrador usa para contrastar evidencia, o el “lectorcito”, nosotros, quien lee, al que le habla directamente en varios pasajes, saliendo de la omnisciencia para hacerlo participar de sus dudas y devaneos sobre la trama que va tejiendo.

Hay un detective, una mujer medio malosa y sensual, hay algo de seres que se pierden, en un galpón, en un mundo deslocalizado del que no se sabe cómo escapar. “Estamos en una época en que los varones se pierden, valen menos que nada. Por ejemplo, en la venta de libros, la gente compra libros de mujeres, no de varones”, indica el autor.

“La palabra masculina está muy desvalorizada –opina Strafacce-. Hay una cosa que es verdad y hay otras cosas que son moda, como que hay distintos tipos de feminismos, distintos tipos de masculinidades, pero en general vivimos una etapa muy nueva, donde todavía todo es muy confuso. Si mirás la lista de bestsellers 2020 de la librería Eterna Cadencia, son nueve mujeres y Eduardo Sacheri. En rasgos generales hay una desvalorización de la masculinidad”.

 

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