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La llegada del show, con su humor irreverente y su rechazo a lo políticamente correcto, a la pantalla de Netflix, plantea el interrogante: ¿cómo la leerá el presente?
“Un show sobre nada”: así definieron Jerry y George, en la cuarta temporada de “Seinfeld”, el programa que querían hacer frente a un grupo de ejecutivos. Ese programa era, claro, “Seinfeld” mismo, que desde aquel episodio pasó a ser definido “el show sobre nada”, incluso para sorpresa de sus creadores, el comediante Jerry Seinfeld (también protagonista) y Larry David (que se escribe en la serie como George Constanza).
Una descripción apta, si se tiene en cuenta lo difícil que es describir una “trama” para esta historia sobre cuatro amigos que no hacen mucho más que tomar café, perderse en discusiones intrascendentes y obsesionarse con pavadas. Fueron 9 temporadas de nada, hasta que en 1998 la serie dejó de emitirse. Revivió para los argentinos en la pantalla del viejo Sony Channel, que trajo tardíamente las sitcoms al país, para luego desaparecer otra vez, convirtiéndose entre nosotros, como en todo el mundo, en una serie de culto, con discos piratas de sus temporadas pasando de mano en mano y bocaditos de diálogos emitidos como contraseñas de pertenencia a ciertos grupos sociales, a ciertos chistes internos, para toda una generación.
Ahora “Seinfeld” aterriza en Netflix: desde el 1º de octubre, las 9 temporadas estarán disponibles para los usuarios de la plataforma, lo que significa que una nueva generación tendrá acceso al programa sobre nada. ¿Sufrirá el mismo destino de “Friends”, despedazado capítulo por capítulo por los millennials, por las fallas evidentes en retrospectiva en sus chistes al filo de la cancelación y su blanquísimo elenco? Es posible, porque aunque “Seinfeld” sea un show sobre nada, es también una narración perfecta de un momento particular en la historia, muy diferente al nuestro: el fin de siglo.
Eran días de “fin de la historia”: “Seinfeld” nació mientras la Unión Soviética caía y el gran relato ordenador durante las últimas cuatro décadas se derrumbaba como el Muro de Berlín. Con la caída de esa gran narrativa, se ponían en crisis también las viejas historias con sus viejas moralejas, incluida la de la sitcom, la comedia situacional estadounidense filmada solo en un set, con pocos recursos y mucha picardía en el diálogo.
Las sitcoms de antaño habían retratado a familias blancas de clase media que, en cada episodio, enfrentaban un problema, lo resolvían y con esa moraleja final llegaba el reaseguro para el público de que todo estaba bien, el equivalente al casamiento al final de las comedias teatrales de otros tiempos. Esa familia protagonista mutó con los años a la familia laboral, o la familia elegida, los amigos, pero al estructura se mantuvo: un problema por semana, una moraleja, un aprendizaje en media hora.
A ese dispositivo narrativo atacó “Seinfeld”, una historia donde los problemas son absolutamente ridículos, casi tanto como sus resoluciones, productos a menudo del azar antes que del crecimiento personal o alguna epifanía emocional. Las tramas eran a menudo experimentos formales: ¿hasta dónde podemos llevar esta premisa ridícula? Aventuras autocontenidas que, sin centro moral, viraban constantemente hacia el absurdo: la creencia profunda de la serie es que todos esos cuentos que ordenan el mundo y las sitcoms son falsos, arbitrarios, y por lo tanto, sus personajes, lejos de seguir el camino habitual del héroe del error a la redención guiados por alguna idea moral, iban tropezando con suertes y desgracias que ocurrían no por alguna fuerza mayor sino por el propio caos del universo. No aprendían nada, porque no había nada por aprender.
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Por eso, el cuarteto de protagonistas, Jerry, Elaine, George y Kramer, lejos de evolucionar, estaba orgullosamente aferrado al estilo de vida cómodo al que accedía en aquellos años de bonanza económica urbana en Estados Unidos la clase media. Rechazaban cualquier esfuerzo por mejorar, y desechaban otra vieja idea de las comedias, la evolución a través del amor: no hay sentimentalismo, solo búsqueda de sexo casual, de gratificación instantanea, por parte de personajes que nunca piden disculpas ni dan explicaciones por sus comportamientos románticos, a menudo egoístas. La trama romántica más larga une a George con Susan, una relación de la cual Constanza lucha por salir desesperadamente hasta que al final, ella muere intoxicada por los sobres que llevaban la invitación a su casamiento. Momento cumbre de la comedia televisiva.
El ataque de forma y contenido a la tradición televisiva y moral, un acto absolutamente corrosivo en la pantalla mainstream, resultó en un humor ácido, cínico, con una idea que subyace: no hay ningún tema sagrado, porque no hay ningún problema tan importante, no hay nada por lo que haya que hacer demasiado escándalo. No hay un gran sentido a la existencia, lo que es de alguna forma liberador, liberador para actuar como uno quiera, sin temor a represalias sagradas.
Una creencia que, si bien tiene sus bases mucho antes de los 90, es bien bien de tiempos de fin de siglo y fin de la historia. Y esa mentalidad de que nada importa demasiado y que el que dice que sí importa, el que se toma en serio, está sobreactuando, es diametralmente opuesta a las formas que ha tomado el humor mainstream en la actualidad: hoy, en cambio, la comedia se siente parte de una misión, y “golpea hacia arriba” sin cesar, intentando usar el humor para atacar a los poderosos.
No sabemos cómo la nueva generación que se crió con ese humor se tomará, desde el viernes, los chistes al filo de “Seinfeld”; pero sí podemos saber la respuesta que “Seinfeld” tendría a esa reacción: Larry David, creador de la serie, es también quien ideó “Curb your enthusiasm”, que puede verse completa por HBO Max y que estrena este año su temporada número 11.
“Curb” sigue al propio David, que hace de sí mismo: es un hombre rico, gracias al éxito de “Seinfeld”, y no quiere hacer nada. Menos por obligación. Odia seguir cualquier convención y, de hecho, no puede dejar de señalar lo absurdo de muchos pactos sociales. Claro, eso lo mete todo el tiempo en problemas con todo tipo de colectivos y minorías: si las criaturas de “Seinfeld” se creían inimputables, más allá de la moral que regía a los pobres y engañados del mundo, “Curb your enthusiasm” es el descubrimiento de que no, de que cualquiera de las infracciones morales de los personajes de “Seinfeld” hubiera tenido un castigo moral como los que sufre el protagonista de “Curb”, el mismísimo David. El título de la serie (coronado en los posters de la serie con la indignada cara de David, un hombre cansado de las imposiciones del mundo) se podría traducir como “frenen ese entusiasmo”.
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