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Séptimo Día |EL CID CAMPEADOR, COLÓN Y LA CONQUISTA DEL FAR WEST

El oro, que hace hermoso lo feo

Relación estrecha con la literatura. En la Antigüedad se lo asoció con el sol y la inocencia. Pero luego sirvió para reflejar la ambición desmedida. Testimonios de varios escritores

El oro, que hace hermoso lo feo

“Primer desembarco de Cristóbal Colón en América” (1862), de Dióscoro Teófilo Puebla y Tolín, de la colección del Museo del Prado / web

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

26 de Septiembre de 2021 | 05:20
Edición impresa

Al oro se lo asoció siempre con el sol y acaso por su color se convirtió en sagrado en diversas culturas. La pasión humana por el oro viene del ayer primitivo y, seguramente, se proyecta hacia el enigmático mañana. En el principio, la literatura de la Antigüedad lo relacionó con la inocencia, con la edad histórica de la pureza. Según sostuvo el poeta griego, Hesíodo, el primer período del hombre en el planeta fue “la edad de oro”, para denominar así un estado inaugural sin mancha, en donde los hombres eran puros, casi dioses.

En esa edad de oro –la de la trashumancia adánica de la que hablaría veinte siglos después Marshall Mc Luham- no hubo guerras ni trabajos, ya que el medio natural ofrecía los alimentos necesarios, no existían los conflictos. El poeta romano Ovidio (43 a de C) en su “Metamorfosis” habló también de la edad de oro, que se inició inmediatamente después de la creación del ser humano. Allí vivió la humanidad, entre primaveras perpetuas y campos que daban frutos sin necesidad de que los cultivasen. El cristianismo nos cuenta cómo fue, cuando la humanidad fue expulsada del Paraíso.

Pero el oro es un metal que se oxida, que si bien siempre ornamentó grandes monumentos u palacios con láminas doradas, también explicó las historias más turbias y las ambiciones más descontroladas. Fue en contraposición a las tesis de Hesíodo y Ovidio, que el romano Publio Siro (85 a de C- 43 a de C), un esclavo nacido en Siria y liberado luego en Roma, advirtió que “el oro aumenta la sed de oro, y no la sacia”.

Un contemporáneo de Publio Siro, el también latino Horacio (65 a de C), avisó: “La plata cede al oro; el oro, a la virtud”. Otro alerta horaciano fue el siguiente: ·”El oro puede ser tu esclavo o tu dueño”. Lo cierto es que la literatura comenzó a llenarse de frases equivalentes, destinadas a cuestionar al codiciado metal.

El oro aparece en el extenso poema épico como parte de una estratagema o “cuento del tío”

 

Hay mujeres que aman el oro para enjoyarse. Pero también hay voluntad de oro en las mujeres mineras que hoy trabajan por una minería de oro artesanal, respetuosa del medio ambiente. ¿Qué puede decirse de malo frente a la que queda seducida por la brillantez del oro y, mucho menos, de estas otras mujeres de Perú y Bolivia que excavan con cuidado en busca de las vetas?

El poema del Cid, considerado como la primera obra de la literatura española, escrito en 1140 según Ramón Menéndez Pidal, narra la historia legendaria de Rodrigo Díaz de Vivar, un líder militar castellano que batalló muchas veces en desventaja en las guerras entre distintos reinos españoles. El oro aparece en el extenso poema épico como parte de una estratagema o “cuento del tío”, en el que el ya conocido como Cid Campeador le hace creer a dos comerciantes que les está pagando unas mercaderías con oro, cuando en realidad lo hace con bolsas llenas de arena dorada.

Según se relata en el milenario poema, así gestó el engaño el Cid cuando habla con uno de sus jefes: “¡Oh buen Martín Antolínez, el de la valiente lanza! / Si Dios me da vida he de doblaros la soldada./ Ahora ya tengo gastado todo mi oro y mi plata / bien veis, Martín Antolínez, que ya no me queda nada./ Plata y oro necesito para toda mi compaña,/ No me lo darán de grado, lo he de sacar por las malas./ Martín, con vuestro consejo hacer quisiera dos arcas,/ Las llenaremos de arena por que sean muy pesadas,/ bien guarnecidas de oro y de clavos adornadas”.

Gerard Depardieu es Cristobal Colón en la película de Ridley Scott / Web

EL ORO Y EL MORO

España fue rica en oro y rica también en referencias literarias a ese metal. La literatura española también fue pródiga en aforismos, como la griega y romana. Uno de ellos dice que “prometió el oro y el moro”, que sirve para definir a quien realiza promesas exageradas o falsas. Esa frase, con tanta vigencia hasta hoy, nació en 1426 y se relaciona con el alcalde Abadalá de Ronda, una bella ciudad cercana a Madrid.

Ocurre que lo habían puesto preso tanto a él como a otros cuarenta moros, entre ellos su sobrino Hamet. De modo que el alcalde logró librarse del cautiverio pagando una gran suma en oro, pero a su sobrino se negaron a dejarlo en libertad. Se produjo luego una intervención mediadora del Rey Juan II –que ordenó la liberación de los cuarenta cautivos- pero mientras tanto en el pueblo ya corría el refrán irónico de que las autoridades se habían quedado “con el oro y el moro”.

Existen novelas históricas que aseguran que el oro fue el motivo central de la conquista

 

Una investigadora francesa, Justine Aerts, realizó un trabajo sobre el tema del oro como motivo central de la conquista de América, en el que el principal zamarreado es Cristóbal Colón. En realidad, Aerts pone el acento en los pocos datos históricos certeros que existen sobre la vida de Colón, de modo que se lo puede considerar (citando a Grützmacher) “como un candidato idóneo a convertirse en personaje”.

La ficción ha sido generosa en usar como personaje al Descubridor, aunque existe una buena cantidad de novelas históricas que asegura que el oro fue el motivo central de la única conquista de América –o, si se quiere, de lo que Colón creyó que eran las Indias- y que, de verdad, en lugar de impulsar la ganancia de nuevas tierras para los Reyes Católicos, el Almirante era un obstinado buscador de oro. En una de esas nuevas novelas “revisionistas”, se dice que Colón mandaba cortar las manos de los indios a los que enviaba a buscar oro y que no volvían con ese tesoro.

También en Africa y en América del Norte el oro fue motivo de querellas y de historias. En uno de sus escritos Ricardo Piglia alude a la épica del far-west, es decir al aguerrido éxodo humano hacia el Oeste de los Estados Unidos: “Esa marcha afiebrada de los aventureros que avanzaban ávidamente hacia el oeste, ¿Qué era sino una búsqueda de la utopía por excelencia: el oro?” se pregunta.

Piglia alimenta la ficción épica con una feliz metáfora cinematográfica, cuando coloca al frente de esa excursión de ambiciosos, como un nuevo Cid Campeador de América, a John Wayne montado en su caballo y enarbolando al rifle como un estandarte.

Unas pocas décadas después, más al sur, a fines del siglo XIX un hasta entonces ignoto autor, José María Miró (1867-1897), que fue periodista del diario La Nación y que con el seudónimo de Julián Martel, escribió “La Bolsa”. Se trata de un retrato desnudo y perdurable de la crisis económica de los 90, en un país que fermentaba su crecimiento de la mano de una pujante inmigración.

El relato de Martel expone las miserias, la ambición ciega, las pasiones que acompañan a las especulaciones bursátiles, con el oro como trasfondo. Sobre uno de los personajes dice el narrador: “¡Se lo tragó la Bolsa!...¡Lo atrajo, lo absorbió con su inmenso aliento de abismo! Le presentó esos espejismos engañadores por los cuales le mostraba al pobre de ayer nadando hoy en ríos de oro…”.

El oro brilla, pero como dice el adagio popular “no todo es oro lo que reluce”

 

Es verdad que el oro brilla, pero como dice el adagio popular “no todo es oro lo que reluce”. Hay frases que obligan a repensar, como esta de Tolstoi: “la verdad, como el oro, no debe ser obtenida por su crecimiento, sino por lavarse de ella todo lo que no es oro”. Fue tan fuerte su influjo que en una época existieron los alquimistas, que intentaron crear oro combinando otros metales. Aunque algunos dicen que la alquimia no habrá tenido éxito, pero que, al menos, a ella se le deben casi todos los grandes avances de la ciencia química.

“La quimera del oro”, de Chaplin / web

El precioso metal sirvió también para que un artista del siglo XX se burlara de unos aventureros desesperados, que fueron a Alaska y se murieron de frío y hambre. Lo hizo en una obra cinematográfica inmortal que se llamó “La quimera del oro”. Con ella, Charles Chaplin logró hacer reír a la humanidad, mostrar a la codicia humana que termina, ante el naufragio de la conquista de oro, cerca del canibalismo y comiéndose con refinamiento un zapato viejo.

Claro que no todo es bueno con el oro. Aunque tampoco todo es malo. En todos los tiempos el oro ha sido un refugio frente a los fenómenos inflacionarios y es mucha la gente que busca atesorarlo, aún a pequeñas escales. Los que saben de esto dicen que con el oro no se pueden ganar dividendos o intereses, pero que es rentable porque es un valor seguro que, además, suele experimentar revalorizaciones.

Y desde siempre el oro ha sido un gran tema literario. Dormido bajo las entrañas de la tierra, cuando se lo extrae comienza a tejer historias. Se habló aquí antes de los alquimistas que fracasaron, que no pudieron cambiar la identidad de otros metales para convertirlos en oro. Sin embargo, según la literatura, esa propiedad de transmutar una esencia en otra sí la posee el propio oro, según lo expresó uno de los padres de la comedia, Moliere (1622-1673), cuando dijo: “El oro hace hermoso lo feo”.

 

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