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Séptimo Día |El reconocimiento a las minorías

Sidney Poitier, uno de los que aceleró la historia de la humanidad

Primer y legendario actor negro que superó la segregación y ganó un Oscar. Formó parte de una época de vanguardias en todos los frentes. Escritores, artistas, estadistas. El ejemplo de Mandela en Sudáfrica

Sidney Poitier, uno de los que aceleró la historia de la humanidad

Sidney Poitier y el Oscar que marcó un antes y un después / AP

Marcelo Ortale
Marcelo Ortale

16 de Enero de 2022 | 03:57
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Durante más de medio siglo los actores negros sólo desempeñaron roles de esclavos, de payasos, mayordomos o lustradores de botas. Eran tan sólo actores de reparto, objetos en la ficción (como en la realidad) de segregación y malos tratos. Un horizonte de cadenas era el paisaje más cercano. No había lugar con expectativas para ellos. La supremacía blanca estuvo garantizada en las pantallas de Hollywood.

Hasta que en la década del 60 apareció un nacido en Bahamas, hijo de un campesino que cultivaba tomates. Que emigró en los 50 a los Estados Unidos, estudió e integró la American Negro Theater, con escenario en Harlem. Allí consiguió un papel en una película –rodó “Un rayo de luz” en donde desempeñó a un médico- y una década más tarde se convertiría en el primer afroamericano ganador del Premio Oscar. Una conquista ganada en forma serena, por el sólo peso de su personalidad y su calidad actoral.

Convertido ya en leyenda, esta figura -Sidney Poitier- murió hace pocos días a los 94 años y en su principal haber figura haber mutado la imagen de los hombres de color en el cine. Fue la primer estrella negra de Hollywood. Y parece justo advertir también que formó parte de una galaxia de personalidades mundiales que, para decirlo en palabras de Georg Jellinek, “aceleraron la historia”.

La negritud en el cine quedó casi evaporada a partir de Poitier. Detrás suyo pudieron aparecer Morgan Freeman, Denzel Washington o Will Smith, entre muchos otros. Se sancionaron normas que fijaron cupos mínimos para la presencia de hombres de color en los elencos.

En el preludio de esa época se vivieron fenómenos similares, a partir de Elvis Presley y Los Beatles como promotores de un recambio en la visión cultural. Todo era dinámico y el rock no fue únicamente una acrobacia para los jóvenes. Saltó tanto el rock que pudo salvar la altura de la férrea cortina de hierra y se bailó en Moscú. El underground cultural soviético de la época posterior a Nikita Kruschev se abasteció con las grabaciones de contrabando que llegaban desde Yugoslavia o Alemania, con discos de Los Beatles, The Rolling Stone, Led Zeppelin o Deep Purple.

El rock fue mucho más, como lo fueron las canciones que llegaban desde Liverpool y que encontraban eco atrás de todas las fronteras. Mientras tanto, en Sudáfrica ya asomaba la bandera contra el “apartheid” que hacía flamear desde la cárcel -en donde estuvo retenido casi treinta años en una celda lóbrega- un revolucionario pacifista, Nelson Mandela, seguidor de otro diferente, el Mahatma Ghandi.

Volviendo a Poitier, debería recordarse aquí que se le imputó una bonhomía al estilo de la Cabaña del Tío Tom, una suerte de resignación oportunista, pero lo cierto es que no la pasó bien en su carrera. En la nota de despedida que escribió Luis Pablo Beauregard hace pocas jornadas en el diario El País ofreció una narración ciertamente cruda.

“Sidney Poitier y el cantante Harry Belafonte estuvieron cerca de ser asesinados por el Ku Klux Klan en Mississippi. Este fue el motivo por el que se negó en 1966 a rodar “En el calor de la noche” en escenarios naturales del sur de EE UU, y la producción se mudó a Illinois. En aquella película, una de las más memorables de su filmografía, encarnaba a Virgil Tibbs, un detective negro que debe investigar un crimen racista en el sur, en el bastión de los supremacistas blancos. Como no encontraron una plantación de algodón en el norte, el equipo filmó durante unos días en Tennessee: Poitier durmió allí con una pistola bajo la almohada”.

Había sido nominado al Oscar como mejor actor por “Fugitivos” en 1959, pero la estatuilla llegó a sus manos en 1964 con “Lirios del valle”. Su discurso fue muy breve, sonrió, agradeció y se marchó. Pero acaso la película que más golpeó en el mundo, la más revolucionaria, fue “Adivina quién viene a cenar esta noche”, en la que compartió un rol estelar con dos leyendas del cine, Spencer Tracy y Katharine Hepburn, en cuyo argumento se tocó a fondo el tema de las relaciones interraciales.

Beauregard cita al propio Poitier que así entendió su aporte al cine: “El tipo de negros que aparecían en pantalla siempre era negativo, bufones, payasos, mayordomos, verdaderos marginados. Este era el contexto cuando yo llegué hace 20 años y elegí no formar parte de los estereotipos... Quiero que cuando la gente salga del cine sienta que las vidas de los seres humanos son importantes. Esta es mi única filosofía sobre las películas que hago”, explicó durante una entrevista en 1967.

MUNDO NUEVO

Poitier perteneció así al mundo nuevo, surgido de voces que se alzaron en distintos puntos del planeta. El mundo nuevo se hizo con esa gente y fueron ellos los que fecundaron una marea de derechos y de conquistas intelectuales. Como se verá más adelante, fueron el arte, la política y la apertura económica las que establecieron las bases para el despegue.

En nuestra América surgieron intelectuales y artistas que, acaso sin buscarse entre ellos, vertebraron sólidos movimientos de vanguardia. Así, en nuestro país, en la década del 60 aparecieron artistas dueños de una escuela desconocida, arropados por aquel ámbito que fue el Instituto Di Tella conducido por Jorge Romero Brest. Entre los principales que hoy quedan de aquella generación, continúan creando Marta Minujín y Edgardo Giménez.

“Después de la Segunda Guerra Mundial, el crecimiento económico de los Estados Unidos y la reconstrucción de Europa se reflejaron en una activación económica general, y en la apertura de las economías, que crearon un clima fértil para la creatividad y también los discursos críticos hacia ese nuevo orden”, dijo Andrea Giunta, una de las más prestigiosas investigadoras y curadoras de arte de la Argentina, en una entrevista con Infobae. Autora de “Vanguardia, internacionalismo y política” (Paidos), Giunta estudió a fondo aquella generación de artistas.

A su vez, en el terreno literario, apareció un fenómeno sin precedentes, conocido como el “boom” de la novela hispanoamericana, con un cuarteto director integrado por Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes, al que luego se sumaron numerosos novelistas peruanos, argentinos, cubanos, chilenos, uruguayos y de todos los países de América Central y del Sur.

Quedaron en pie algunos precursores ilustres, como Borges, Asturias o Bioy Casares, entre otros. Y cayeron al olvido numerosos cultores de una literatura remanente, casi colonial. El boom significó una modernización del estilo y una actualización de los temas, es decir un recambio del fondo y la forma de la literatura americana.

Nuevos temas para tratar, una mayor exploración del yo y de las circunstancias exteriores, encabalgamientos novedosos, rediseño de las estructuras literarias, una coloquialidad sorprendente, la literatura dio un gran salto en esos años. Un brinco atrevido hacia la totalidad de los lectores, como nunca antes lo había hecho. Los resultados no siempre fueron buenos, pero lo cierto es que –ya superado por las aguas que siguen corriendo bajo los puentes, ya casi agotado- el “boom” sigue, no obstante, reverdeciendo en muchos textos actuales.

FIN DE LAS MINORÍAS

Lo que en realidad había ocurrido, lo principal, fue que la época eligió salir en defensa de las minorías desechadas. En términos filosóficos, eso está expresamente reconocido en la polémica entre Sartre y Camús, que fue otra usina reformadora.

Pero nada por entonces, ni la Alianza para el Progreso de John Kennedy, ni los cambios copernicanos que aceleraba Juan XXIII en la Iglesia, ni los fermentos democratizadores que se impulsaban bajo la superficie de la Unión Soviética, nada fue tan representativo de la ansiedad por reformar a la humanidad como la lucha de Mandela contra la segregación racial.

El escritor Alberto Sánchez Piñol, fundador del Centre d´Etudis Africans, sostiene que “Mandela «es el gran hombre del siglo XX, porque cuando entró en la prisión pensaba tanto en liberar a los suyos como en liberar a sus guardianes”.

Pocos días antes de que Mandela muriera, escribió Mario Vargas Llosa; “Mandela es el mejor ejemplo que tenemos -no de los muy escasos en nuestros días- de que la política no es sólo ese quehacer sucio y mediocre que cree tanta gente, que sirve a los pillos para enriquecerse y a los vagos para sobrevivir sin hacer nada, sino una actividad que puede también mejorar la vida, reemplazar el fanatismo por la tolerancia, el odio por la solidaridad, la injusticia por la justicia, el egoísmo por el bien común, y que hay políticos, como el estadista sudafricano, que dejan su país, el mundo, mucho mejor de cómo lo encontraron”. Larga vida entonces para los Mandela y los Poitier.

“Sidney Poitier y Harry Belafonte estuvieron cerca de ser asesinados por el Ku Klux Klan”

“Mandela fue el mejor ejemplo de que la política no es sólo ese quehacer sucio”

 

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Sidney Poitier y el Oscar que marcó un antes y un después / AP

Nelson Mandela y Sidney Poitier en Cape Town / Anna ZIEMINSKI / AFP

Jorge Romero Brest / alejandro wolk, museo nacional de bellas artes

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